Día de la Mujer Indígena: Cinco grandes representantes que hay que conocer y homenajear
En honor a ella se celebra todos los 5 de septiembre desde 1783 el Día Internacional de la Mujer Indígena. Y lamentablemente se recuerda en esta fecha porque un día como hoy, en 1782, la guerrera aymara fue brutalmente asesinada y descuartizada por tropas realistas españolas.
Sisa se había casado con ‘Túpac Katari’, con quien lideró parte importante de la insurgencia aymara-quechua contra la explotación y abuso colonial. En 1780 había comenzado una rebelión que había unido a dos pueblos rivales, y el virreinato sabía que tenía que ser implacable a la hora de combatir a la insurgencia indígena.
El 2 de julio de 1781 sufrió una emboscada que contó con la cómplice traición de un grupo que la acompañaba camino un campamento aymara. Fue entregada a un cruel general, que la trasladó a La Paz para atraer también a su esposo. Ambos fueron brutalmente descuartizados. Katari fue despedazado el 14 de noviembre del mismo año, y el 5 de septiembre de 1782, se hizo cumplir el brutal rito de ajusticiamiento público contra Bertolina.
La sentencia dictaminó que fuera sometida a una “pena ordinaria de suplicio”, que significaba ser trasladada a una plaza pública, atada a una cola de caballo con una soga al cuello, y ser conducida por un pregonero a una horca. Pero la crueldad del conquistador no quedaba ahí, porque después de muerta, su cabeza fue clavada en una picota rotulada, y fue instalada en las comunidades que Bartolina lideró. Luego del terrorífico escarmiento, se condujo su cabeza por otras ciudades y finalmente la quemaron, esparciendo sus cenizas en un lugar indeterminado.
Hasta hoy, tanto en Bolivia como en Perú, Chile y Argentina se le rinde homenaje tanto a ella como a las heroínas de la Cronoilla, batallón de valerosas mujeres indígenas, que luchó aguerridamente un poco antes que a Sisa la asesinaran tan brutalmente. Su impresionante capacidad militar y valerosa lucha la erigen como una de las heroínas más recordadas hasta el día de hoy en la liberación de los pueblos andinos.
Considerada una de las “Libertadoras de Bolivia”, nació en 1780 en una familia mestiza del Alto Perú (hoy Bolivia), pero quedó huérfana a muy temprana edad. Creció en un convento en su natal Chuquisaca y en 1802 contrajo matrimonio con Manuel Ascencio Padilla, con quien tendría cinco hijos. Juntos se unieron a los ejércitos populares cuando estalló la revolución independentista en mayo de 1809.
Juana colaboró activamente con su marido para organizar el escuadrón que sería conocido como "Los Leales", el cual debía unirse a las tropas enviadas desde Buenos Aires para liberar el Alto Perú, que llegaron al año siguiente enviadas por el libertador Manuel Belgrano, quien destacó el impresionante valor que Zurduy demostraba en batalla. El general libertador argentino incluso le regaló su espada como reconocimiento a su labor.
Su recordada intervención en la región de Villar, en el verano de 1816, donde resistió y organizó la defensa del estratégico territorio ante un ataque realista, le valió ser condecorada por el gobierno de Buenos Aires, tras los informes favorables de Belgrano, y le fue otorgado el rango de Teniente Coronel de las milicias, base del ejército independentista.
En Bolivia, el año 2009, con Evo Morales como presidente, fue ascendida póstumamente al grado de Mariscal de la República, y fue declarada como Libertadora. El país altiplánico puso su nombre a una provincia (Juana Azurduy de Padilla) y al aeropuerto de Sucre.
La reconocida líder indígena guatemalteca lideró una campaña pacifista de denuncia contra el régimen que había instalado a Julio César Méndez en el poder tras un golpe de Estado, que se mantuvo en el poder desde 1960 hasta 1986, pero luego dio paso a otros tres gobiernos militares.
Nacida en una comunidad maya quiché, se transformó en una importante activista en las luchas reivindicativas de los pueblos indígenas guatemaltecos, lo que le valió ser perseguida políticamente y tuvo que partir al exilio.
Varios miembros de su familia, incluida su madre, fueron torturados y asesinados por los militares o por los “escuadrones de la muerte”. El 31 de enero de 1980, su padre Vicente, campesino indígena que también había luchado por los derechos de su pueblo, fue una de las 37 víctimas en la Masacre de la embajada española de Guatemala, donde la Policía Nacional quemó vivos a los activistas con fósforo blanco.
Sus hermanos se unieron a la guerrilla, pero ella inició una campaña internacional de denuncia guiada por la Teología de la Liberación. En México publicó su autobiografía en 1983 y tras recorrer el mundo relatando el sufrimiento de un pueblo que ella misma encarnaba, añadió la hasta en ese entonces desconocida dimensión de lo que significaba ser mujer indígena en Latinoamérica.
En 1988 retornó a su país, creyéndose protegida por la fama mundial que había alcanzado, pero igualmente fue encarcelada, obligándola a partir de nuevo al exilio. Después de conseguir ser escuchada en las Naciones Unidas, en 1992 obtuvo el Premio Nobel de la Paz y pronunció un recordado discurso, donde en sus palabras de agradecimiento aseguró que “reconforta esta creciente atención, aunque llegue 500 años más tarde, hacia el sufrimiento, la discriminación, la opresión y explotación que nuestros pueblos han sufrido”.
Menchú aprovechó notablemente la instancia para hacer un llamado tanto a los países del primer mundo como a los propios gobernantes latinoamericanos. Al destacar la importancia del premio otorgado, la indígena afirmó que el reconocimiento que le fuera otorgado “implica también una manifestación del progresivo interés y comprensión internacional por los Derechos de los Pueblos Originarios, por el futuro de los más de 60 millones de indígenas que habitan nuestra América y su fragor de protesta por los 500 años de opresión que han soportado. Por el genocidio incomparable que han sufrido en toda esta época, del que otros países y las élites en América se han favorecido y aprovechado”.
Una de las representantes más destacadas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en los primeros años de notoriedad del movimiento indígena, que se alzó el 1 de enero de 1994.
De origen tzotzil, una de las etnias que componen el EZLN, Ramona era una de las figuras militares destacadas junto con el Subcomandante Marcos. Era parte fundamental del movimiento, y previo al alzamiento, lideró junto a otras mujeres indígenas con cargos militares un proceso de consulta interna en las comunidades que concluyó con la Ley revolucionaria de mujeres, que vino a significar una transformación interna en las comunidades indígenas por el marcado contenido feminista en su concepción.
Entre las diez disposiciones, la Ley revolucionaria de mujeres estableció el derecho a elegir pareja y no ser obligadas por fuerza a contraer matrimonio, así como la prohibición de cualquier maltrato físico o sexual. Principalmente dispone el derecho de cualquier mujer, sin importar raza, credo o filiación política, a participar en la lucha revolucionaria indigenista del EZLN, contando con la capacidad de contar con cargos de dirección y con grados militares, como lo hizo la propia Ramona, junto a la Mayor Ana María, quienes redactaron la ley aprobada el 8 de marzo de 1993.
Para la toma de San Cristóbal de las Casas, en enero de 1994, dirigió la operación estratégica, y participó luego de los Acuerdos de San José, donde el gobierno mexicano acordó con el EZLN las modificaciones constitucionales que otorgaban derechos a los pueblos indígenas del país, incluida la autonomía política.
La recientemente fallecida ñaña mapuche lideró tenazmente la oposición a las centrales hidroeléctricas Pangue y Ralco, una de las últimas consecuencias directas de la dictadura de Pinochet en Chile, puesto que el mega proyecto energético fue aprobado en 1989, cuando el Estado de Chile asumió el compromiso con Endesa, de capitales españoles, para construir las represas en el Alto Bío Bío.
Nicolasa Quintreman era una más de las ñañas de la comunidad de Ralco-Lepoy, que en total eran 7 mujeres y sus familias, que se negaban a firmar los acuerdos que Endesa estaba logrando uno por uno con los dueños de los terrenos que serían inundados por el embalse artificial de las represas.
Entre 1997 y 1998, el conflicto que generaban estas ñañas erigió a Nicolasa como una figura que destacó por la profundidad de sus palabras y pensamiento, que traspasó incluso las fronteras.
“Por mucho tiempo, ella será recordada como una mujer excepcional, una luchadora social, humilde, sencilla, modesta, frágil físicamente pero de una fortaleza espiritual absolutamente envidiable y que muchos están llamados a mantener y desarrollar”, dijo Domingo Namuncura, ex director de CONADI a este medio tras conocerse de su muerte.
Su imponente carácter, que contrastaba con su disminuida contextura física, se mezclaba con la fortaleza inspiradora que demostró a cuanto chileno la conoció. Falleció ahogada en las turbias aguas del embalse creado por la central Ralco, que inundó las tierras ancestrales que luchó tanto por preservar.