La noche linda del maestro andaluz

La noche linda del maestro andaluz

Por: El Desconcierto | 28.08.2014

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Yo no se hacer esas crónicas que se redactan después de los conciertos, ni me gustan. No sabría decir cuánto duró, ni cuántas canciones cantó Sabina, ni de qué discos eran. No me interesa decir que interpretó Donde habita el olvido, Nos sobran los motivos, Peor para el sol y Noche de bodas, así que no voy a decirlo. Tampoco enumeraré otras composiciones presentes en la noche, como Y nos dieron las 10, Contigo, Princesa, Si volvieran los dragones, Peces de ciudad o Pastillas para no soñar.

Me limitaré a decir, entonces, que viendo al grupo desplegarse a sus anchas en el escenario pensaba que si uno llegara a tener mucha suerte, envejecería como Pancho Varona o cualquier otro de los músicos talentosos con cara de buenos para la juerga que anoche acompañaron a Sabina. Con excepción de Mara Barros, claro, mujer interminable de un cantar inmenso, de esas que si uno no estuviera tan enamorado ya, le daría por enamorarse.

La última vez que estuve ante ese escenario –con excepción del Disney in Ice, claro– fue para ir a ver a Bob Dylan, “el viejo maestro de Minnesota”, como le invocó Sabina. El concierto anterior al que fui (no voy a muchos), en otra parte, fue el de Silvio Rodríguez: tres tipos hilvanados con misma hebra, pensaba, da lo mismo el idioma en que canten. Rebeldes, inabarcables, dueños de una inteligencia singular, aferrados a la penitencia de cambiar apenas alcanzan alguna estabilidad, de esos que son ellos mismos nomás, y que pagan el precio todos los días por no dejar de serlo.

Por eso me llamó la atención, de un modo no muy agradable, la proporción de cuicos allí presentes. Un ex presidente, famosos televisivos, unas parejitas altas, delgadas, que seguían el ritmo con golpecitos de sus botas caras, o la vieja rubia untada en rímel y abrigo de piel que le pedía una y otra vez al marido aburrido que le sacara fotos con el celular sin enterarse que Mara y Sabina se derramaban en Y sin embargo. Hay que preocuparse. No es que ellos no tengan derecho a ir a ver a tipos como Sabina conmigo, es que yo no quiero ir con ellos. Así que el viejo andaluz tendrá que saber hacer las cosas de otra forma si quiere que lo siga yendo a ver (en el remoto caso en que se llegue a enterar de este reclamo y le interese un comino).

No importa. Pese a todo y pese a todos anoche Sabina estuvo magistral. El concierto fue un hermoso viaje. Hubo un rato para reír con su astucia y su simpatía permanente, en otro me emocionó hasta el silencio y en otro, claro, nos hizo levantarnos de la silla con sus síncopas rocanroleras. Eso es mucho para estar reunido en poco más de dos horas. Se agradece.

Hizo varios homenajes. A Neruda, a Bob Dylan, a Nicanor Parra, a Skármeta. No estoy ni cerca de estar de acuerdo con todos, pero es Sabina. Es completamente evidente que no le interesa estar de acuerdo en todo con nadie, con seguridad ni con él mismo. Como sea, el mayor de sus respetos nos regaló el mejor momento de la noche. Violeta Parra, la persona de la cual debería estar más apasionada y humildemente orgulloso este país, nos miraba desde el fondo mientras Violetas para Violeta nos permitía alegres rechiflas con ojos aguados contra los milicos y El Mercurio, que a todos los efectos y pese a más de alguno, es lo contrario de El Desconcierto.