Nadine Gordimer: la confrontación con el poder segregacionista
La primera vez que leí a la escritora Nadine Gordimer, fue a los 14 o 15 años, cuando compré Un invitado de honor, en la feria de las pulgas del Parque Forestal. El libro me llamó muchísimo la atención, porque se había publicado en 1970, cuando Nelson Mandela estaba encarcelado por oponerse al régimen del apartheid sudafricano. Después de leerla descubrí que en mis manos tenía nada menos que la obra de la Premio Nobel de Literatura otorgado en 1991 y que la asociación que había realizado obedecía a un análisis profundo, dado que el libro se había publicado en la misma época en que Mandela continuaba encarcelado por su constante y ardua lucha a favor de la población de color.
Descubrí entonces que Gordimer era una gran amiga del líder sudafricano, que Mandela antes de ser encerrado en la década del `60, pidió que la escritora lo visitara en la cárcel, que a ella, por su parte, le habían censurado Un mundo de extraños en el que retrataba las diferencias entre negros y blancos (y después muchos más), y que los unía –en definitiva– una hermosa utopía en la que siempre creyeron hasta el último día de sus vidas. En el caso de Gordimer, hasta el pasado domingo, cuando murió en su casa con 91 años, en Johannesburgo.
Desde que descubrí su literatura hay una frase que hasta hoy me da vueltas: “La violencia es el infierno común a todos los que están asociados a ella”. Porque para ella la violencia representaba un círculo vicioso del cual sus participantes difícilmente podrían salir de él, si no se convencían que la violencia traía precisamente más violencia. Acaso por eso –y por muchas cosas más en común– tuvo un férreo compromiso con Mandela.
Porque mientras Mandela llevaba adelante una revolución pacífica, que terminó finalmente con la segregación racial en Sudáfrica, Gordimer hizo su propia revuelta a través de las letras, con más de 40 años escribiendo sobre las contradicciones e injusticias sociales en su país y en el que tuvo que soportar la mano dura de la censura. En su trabajo siempre se preocupó de traducir su compromiso con la libertad de expresión colocando especial acento en la discriminación racial. Es que era inevitable que Gordimer no hiciera parte de sus temas el apartheid, pues creció en un ambiente blanco que no estaba ajeno al movimiento racista de Sudáfrica.
Tres de sus primeros libros fueron censurados, sin embargo, a pesar de eso, nunca se consideró una escritora política. “No soy política por naturaleza, pero uno jamás está aislado de su sociedad”, respondió una vez que le preguntaron en qué medida le afectaba a su carrera literaria la censura. “Mi intento siempre ha sido escribir la verdad”, recalcó en otra oportunidad. Porque para Gordimer siempre fue más importante explicar el sentido de los conflictos, entenderlos, analizarlos desde el interior, darlos a conocer al mundo. Y fue –justamente– a lo que se dedicó durante toda la década de los 80 escribiendo en contra del aparthied.
Para cuando Gordimer vino a Chile, en 1998, invitada al encuentro Escribiendo el Sur Profundo, ya estaba convertida en todo un emblema por la lucha de la libertad. En esa oportunidad afirmó: “Los escritores debemos luchar por hacer de la libertad una realidad. Eso no llega con sólo un poco más de educación ni con las leyes. Hay que trabajar en ello cada día”. En ese entonces, con Mandela instalado en la presidencia, la escritora mantuvo sus preocupaciones políticas e inicio una inédita campaña de apoyo a la campaña del sida. Hasta su última novela (Mejor hoy que mañana) mantuvo su tono y estilo crítico, en la que se describe la sociedad sudafricana en democracia.
Su compromiso social la acompañó de por vida. A mi juicio, el espíritu consecuente, libertario y revolucionario-pacífico de Gordimer se explica y radica, en parte, a la relación de amistad con Mandela, porque a partir de ese entonces, se comportó como una verdadera heroína.
Hasta que lo conoció sus apariciones sociales obedecían a tímidas defensas de los derechos humanos en Sudáfrica, en una época en que la represión era dura. Contraviniendo aquello, y convertida en una joven escritora, con apenas un par de libros bajo el brazo, Gordimer se ligó al Congreso Nacional Africano de Mandela, cuando el partido actuaba de forma clandestina y ayudó a escribir discursos al líder del Congreso Nacional Africano; escondió a activistas en su casa; desafió a la censura con la publicación de sus obras; en definitiva logró convertirse en portavoz de las reivindicaciones de los sudafricanos negros aprovechando –acaso– la tribuna que le otorgaba su éxito literario internacional a favor de una noble causa, cuyo capital supo hacer rendir hasta su último día.
En consecuencia, que Gordimer estuviera estrechamente ligada a Mandela, le dieron a su vida y su carrera un sentido que hasta ese entonces no tenían: la confrontación con el poder segregacionista, la lucha por la libertad y por la censura a través de la literatura. Hasta hoy, otra de sus frases me hacen sentido: “Si vas a ser un escritor puedes hacer importante la muerte de un canario, puedes conectarla a toda la cadena y el misterio de la vida. ¿Cuál es el propósito de la escritura? No sé para los demás, pero para mí es explicar el misterio de la vida y eso incluye, por supuesto, lo personal, la política, las fuerzas que nos hacen ser lo que somos, mientras otra fuerza lucha desde el interior por hacernos algo más”.