Necesitamos mucho más que el 20%
Siempre lo chileno es charcha. Se anda como con miedo, pidiendo permiso pa’ decir lo que se opina. Si alguien no tiene esto o lo otro, es porque se la farreó, es porque es penca ¿De verdad creemos que las cosas suceden en un mundo justo? Le pregunto directamente ¿De verdad usted cree que lo que tiene es proporcional a su esfuerzo, es lo que se merece? Hace cientos de años que el capital dejo de ser causa y efecto, para transformarse en una bestia desbocada, acumuladora, psicótica. Por eso era necesario potenciar derechos: la educación, la salud, el trabajo digno, por eso era necesario el sindicato, el Estado, Allende.
¿Para qué sirve la música? ¿Para cuando nos casamos? ¿Para soportar mejor la tortura como en los campos de concentración nazis? ¿Para Warner? La verdad es que sí. Pero también, existe lo que yo identifico como la música popular, popular de pueblo, de los cantores que conviven con los oprimidos y cantan sus angustias, sus alegrías, sus sentires (Luis Vitale decía algo parecido). Y no te hablo ni de cuicos ni de pobres, porque la opresión va más allá de esas chapas. También es cierto que la música puede acercarnos, nos hace compartir una experiencia común. Violeta Parra decía que de todas las artes, la que más la satisfacía era la música, porque compartía un instante vivo con la gente, cuando cantaba cerquita de ellos, en su carpa de la Reina. La banda Sandino Rockers creía lo mismo cuando organizó el Festival “Para todos, todo” el 2010 en La Bandera. Lograron juntar a miles de personas y cientos de organizaciones sociales, anarquistas, guevaristas, reformistas, amarillos, radicales, daba lo mismo. Todos estaban ahí, escuchando los show de La Floripondio, Chico Trujillo o Pukutruñeque. Acercándose. Así también la historia del Mundo, de Chile ¿Se acuerdan de los sesenta, de los setenta, de la Unidad Popular? Había un movimiento musical forjando esa unidad: La Nueva Canción Chilena. Por eso era tan importante para los milicos romperle los dedos a Víctor Jara ¿Se acuerdan de la vuelta a la democracia? ¿De los estadios llenos coreando las canciones de Sol y Lluvia?
¿Qué pasó? La dictadura cívico-militar no sólo torturó y eliminó gente, sino que declaró la guerra contra la cultura popular. Terminó la fonda en el cerro Renca, los prostíbulos como el de la Tía Carlina, las quintas de recreo. Llegó el sida, la cocaína y la pasta base. Los “pubs”, las luces, la música fuerte que no deja conversar. Se privatizó casi todo y el derecho a escuchar música también. Se declaró la cueca como baile nacional y no la de Los Chileneros o de Los Chinganeros, ni la de Roberto Parra, ésa era la cueca ordinaria, la ‘chora’, no representaba el alma nacional: de patrones, fundos y machismo clasista. Y hasta hoy nos tienen hasta las hueas con “La consentida” y con “La rosa y el clavel” ¡¿y eso es Chile?! Los Huasos Quincheros son el folclore (por lo menos así dice en los paneles que la Fundación Futuro pone en las calles). Qué triste. Las radios, las que valientemente habían trasmitido el discurso de Allende, fueron duramente reprimidas o borradas. Dicap, sello fonográfico de las Juventudes Comunistas, fue eliminado y, con él, obras de músicos increíbles de la época. No todo fue tan malo en los 80’, cuando ser joven y andar con una guitarra en la calle era peligroso (¡Cuantas guitarras de músicos callejeros partieron los pacos!) resistieron los músicos y la gente que los quería escuchar.
A principio de los 90’, todas las esperanzas de la vuelta a la democracia, se devolvían como patada en la guata ¡Una gran tapa! El 97’ resonaba en el gobierno de Frei “Chile está en deuda con la cultura”. Se creó el Fondart: un fondo mínimo, una migaja. Los artistas y gestores entraban a concursar para poder recibir un pequeño financiamiento que les permitía tener la ilusión de que vivían gracias a su trabajo. El gran problema era que el Fondart no ofrecía continuidad (duraba máximo 1 año y sólo financiaba un proyecto). Yo mismo, junto a un colega, nos ganamos una investigación. La hicimos y ahí está guardada en las bodegas del Gobierno. Porque el proyecto no incluía publicación, para eso había que postular nuevamente a otro Fondart al año siguiente. La competencia, en vez de fomentar la creación, sólo fomentó la envidia y el individualismo entre los gestores culturales, que como palomas en la Plaza de Armas, peleaban por comerse la miga más grande.
Las multinacionales hicieron su aporte en los 90’, financiando a creadores nacionales. De ahí surgieron proyectos musicales que pudieron estar en la radio, en la televisión, grabar un disco de buena calidad, trabajar con productores. Grandes discos como “Ser humano” de “Tiro de Gracia”, “Fome” de “Los Tres”, vieron la luz. Papito multinacional ponía las lucas. Parece que había cabros jóvenes haciendo buena música. Pasadito el 2000 internet comenzó a masificarse. Vino la crisis de las empresas fonográficas, ante la bajas en la venta física de discos. Se genera un cambio en la estrategia mundial: se apuesta por potenciar a ciertas figuras internacionales. Para los monopolios radiales-empresariales, fue fácil adecuarse a esta nueva estrategia: ahí están las lucas, póngame “Daddy Yankee”, “Rhianna”, “Camila”, etc, etc. Así también se creaban las condiciones para los “mega-conciertos”. Huevón, viene “Foo Fighters” al “Lollapalooza”. En la Sonar, todo el día ponen “Foo Fighters”, que coincidencia y Lewin, con su pinta hipster, te repite como la mala conciencia, este grupo es bueno, anda al concierto, vale 50 lucas, qué importa. Mientras tanto en cualquier sucucho capitalino, toca Tulallevay, La KUT, Solteronas en Escabeche y Dayanandrea ¿Cuánto vale? 2.000 pesos. Detrás de esas lucas, hay ensayos, creación de canciones, de poesía, de videos, afiches, grabaciones, traslado de equipos, difusión por internet, con flayer o pegatina en la calle, mucho tiempo, dinero y trabajo invertido. Que dice la gente: ¿puedo entrar gratis?
Las condiciones laborales de los músicos, fundamentalmente de los que no aparecen en los medios masivos, salvo como parte de alguna anécdota rara, son absolutamente precarias. El músico-trabajador del arte, está condenado a hacer tratos de palabras con sus empleadores, si sufre un accidente camino a su lugar de trabajo, si lo asaltan, si el locatario no quiere pagar, nada que hacer. La gran mayoría de los locales en Santiago, donde se toca música en vivo, no cuentan con buena acústica, a veces no tienen sistema de amplificación, cobran excesivamente caro por sus tragos, no pagan fijo, sino que las ganancias dependen exclusivamente de lo que los músicos corten en la entrada. No cuentan con una persona que cobre la entrada, ni con un sonidista, ni seguridad, no hay cáterin, el músico debe hacerse cargos de éstas y otras funciones.
¿Por qué aguantamos esto? ¿Por qué ayudar a enriquecer a los locatarios con el esfuerzo de tantos, con el cariño de los amigos, de hermanos? Y es aquí donde entramos al gran problema ¿Cómo genera un músico su público objetivo? Ya que en la actualidad los músicos no sólo cantan o ejecutan un instrumento. Somos productores musicales, managers, publicistas, etc. Se trabaja en base a la autogestión, y no por una cuestión política, sino que en la mayoría de los casos, circunstancial. Es la única forma de hacerlo. Las nuevas tecnologías, al alcance de todos, permiten algo impensado hace veinte años: un estudio casero de gran calidad. Se pueden grabar las canciones y luego subirlas a internet. No obstante, esto no resuelve el problema de la difusión ¿Cómo salir del círculo de los amigos de los amigos? Es cierto, algunos, yo diría, algo así como uno o dos proyectos al año, logran sobresalir, difundirse rápidamente por la web como el video del Tarro en youtube. Pero ¿y el resto?
La música nos sirve a todos. Es algo bueno por naturaleza, ¡como el deporte! Los políticos están obligados a colocar en sus discursos “apoyemos el patrimonio cultural” o ¿alguien piensa que el arte es perjudicial? ¿No somos los músicos generadores de lo común, de identidad nacional? ¿Qué mierda es Chile sino Neruda, Pablo de Rokha, Violeta o Los Jaivas? Por todo lo anterior, me parece una cuestión mínima, como forma de protección del patrimonio chileno y del músico-trabajador, frente al monopolio de los consorcios radiales, de televisión, productoras y multinacionales, que se apruebe la ley del 20%. La necesidad de difusión pasa por una alta marginación de la música chilena en los medios de comunicación. Lo que conlleva un problema de audiencia que afecta tanto a los trabajadores del arte y la cultura, como al patrimonio nacional, que se debilita en el más perturbador silencio y anonimato. El Estado, del Noventa en adelante, no ha generado una política integral que enfrente esta problemática. Por eso, les digo a los políticos: si de verdad quieren una sociedad más estable, menos depresiva, más sustentable, más crítica ¡aprueben esta ley! Comencemos a pensar una política que apoye a los creadores nacionales y ponga a circular masivamente sus productos, para que el arte chileno florezca con dignidad. Si la ley de la libre oferta y demanda no puede hacerlo, el Estado, considerando la importancia de la temática, debe necesariamente tomar cartas en el asunto.
Nuestros niños están reproduciendo la subjetividad que les ofrecen los artistas de moda: quieren el auto más bacán, la tele más grande, las zapatillas más blancas. Nuestras niñas a los 13 años, lo único que piensan es en tener más tetas, más culo y ser más flacas ¿No es decadente una sociedad así? Necesitamos más cultura y ojala más cultura con contenido, con sentido, con propuesta, verdadera, con raigambre, nuestra cultura chilena es hermosa, valorémosla.