La tradición que sigue matando a la Iglesia
La Real Academia Española es la institución encargada de la regularización lingüística, a través de la promulgación de normativas que fomentan la unidad idiomática dentro y entre los diversos territorios. En la definición de dogma dice: “1. m. Proposición que se asienta por firme y cierta y como principio innegable de una ciencia. 2.m. Doctrina de Dios revelada por Jesucristo a los hombres y testificada por la Iglesia. 3.m. Fundamento o puntos capitales de todo sistema, ciencia, doctrina o religión”.
Quisiera quedarme con la segunda definición para contextualizar el debate sobre el celibato sacerdotal en la Iglesia Católica y comenzó luego que el Papa Francisco afirmara: “El celibato es una regla de vida que aprecio mucho y creo que es un regalo para la Iglesia (…) pero ya no es un dogma, la puerta siempre está abierta”.
Parece inverosímil, pero es verdad. El celibato es obligatorio para los sacerdotes desde el Concilio de Trento, en el siglo XVI. Esta práctica no estaba normada durante los primeros siglos del cristianismo y en verdad sólo era respetada por ascetas, monjes o eremitas. De manera que antiguamente personas dedicadas a la Iglesia podían tener esposa e hijos, sin ningún tipo de problemas.
La primera vez que se escribió una regla para prohibir una vida marital a curas u obispos casados fue en el Concilio de 382, aunque en realidad –durante el Medievo y en la época sucesiva– la norma no se cumplió con la misma vehemencia de nuestros días. Varios mandatos intentaron hacerla respetar, pero fue sólo con el Concilio de Trento (1545-1563) con el que finalmente se estableció la obligatoriedad vinculante: sacerdocio y celibato son sinónimos. Es esta misma “tradición” la que se sigue en la Iglesia de hoy, tras ser incluida formalmente en el derecho canónico en 1917.
Hablamos de viejas prácticas que datan de miles de años y que fueron aplicadas en épocas en que cada uno de los seres humanos se cuestionaba de forma constante diferentes tópicos de la existencia. Para ese entonces, la Teología cobraba una trascendencia mayor, porque Dios era el centro del universo, pero a través de los siglos esto fue cambiando y el hombre comenzó a imponerse por sobre este tipo de pensamientos. Lo que ocurre con el celibato sacerdotal parece un momento detenido en el tiempo de la existencia de la humanidad, costumbres anacrónicas que inciden más bien en ejercicios sectarios que cada uno de los integrantes debe cumplir; es como revivir el siglo XVI atentando contra el orden lógico de la naturaleza humana.
En todo caso no es de nuestra incumbencia entrometernos en códigos internos de las instituciones más poderosas de nuestro país, no al menos para quienes estamos alejados de la Iglesia; pero entonces, utilizando esa mismo lógica, me pregunto: ¿por qué entonces tenemos que aceptar que la Iglesia sí pueda expresar sus opiniones sobre el aborto, la educación y la reforma tributaria?
El asunto del celibato sacerdotal –a pesar de que no es una de las prioridades del Papa Francisco– ha estado, en todo caso, siempre en la polémica, pero es ahora, en pleno siglo XXI, en que la medida podría representar una verdadera revolución. Las palabras del secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, quien dijo en 2013 que el celibato no era un “dogma”; la reciente carta de un grupo de amantes secretas de sacerdotes, enviadas al Papa en abril pasado; la caída de las vocaciones sacerdotales; los numerosos casos de abusos sexuales cometidos por prelados y ahora, las palabras de Bergoglio, han vuelto a colocar en el centro del debate esta prohibición per se anti natura.
Tras analizar los datos informativos expuestos anteriormente, sólo podemos concluir que el celibato sacerdotal obedece más bien a una tradición católica disfrazada de normativa institucional a nivel mundial. Una tradición que no se entiende ni en su fondo ni tampoco en su forma y que sólo ha logrado destruir por dentro al estatuto de la Iglesia.
Palabras aparte merece la valentía del Papa Francisco, quien sin trepidar realizó estas afirmaciones. No se trata de una opinión o postura personal por parte del Sumo Pontífice, pero demuestra que no se encuentra ajeno a las modernizaciones del mundo. Pero ojo, el Papa sólo dijo que se puede afrontar el tema, no es que quiera solucionarlo de inmediato, por lo que habrá que estar atento a lo que transcurra en los siguientes años. Además, deberá lidiar con el conservadurismo imperante en el interior de la misma Iglesia, porque a pesar de que se trate de la máxima autoridad eclesiástica a nivel mundial y que el séquito católico sea “representante de Dios”, no podemos olvidar que se trata de hombres que sienten envidia y por qué no, ansias de poder, sobre todo si hablamos de un Papa tan reformista como éste.