La monarquía, la juventud y el socialismo. Tiempos de cambio
La realidad es tozuda. Vaya si lo es. Eso deben pensar en Zarzuela los del gabinete de comunicación de la Casa Real. La última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas vuelve a suspender a la monarquía: esta vez con un 3.72 sobre 10. Es cierto que ha subido 0.04 desde el 3.68 del año pasado, así que ?como dicen los malos estudiantes? no se puede negar que ha mejorado. El que no se consuela es porque no quiere, como sabemos. En cualquier caso, muy lejos todavía de un suspenso que hoy parece un notable alto: el 4.89 de 2011. Lo cruda realidad, no obstante, es que la Real Familia no levanta cabeza.
No se puede decir que no haya fuerzas poderosas que están intentando alzarla de la lona. Además de los de siempre, de los monárquicos por convicción y por genética política, hasta el diario El País está comprometido a fondo con la operación, y publica artículos que avergüenzan a muchos de sus periodistas, que como muchos de los lectores los consideran propios de las revistas del corazón, y extraños en el diario serio y progresista que era hasta no hace mucho. La Reina, el Principe y su consorte, Leticia Ortiz, son lo mejorcito de la Casa, o eso dicen las encuestas; así que últimamente la prensa informa hasta de que el matrimonio salió a cenar como una pareja anónima que festeja su décimo aniversario de boda.
En la misión de recuperación, la Casa Real y los poderes que otrora se llamaban fácticos cuentan con un aliado importante: el Partido Socialista. No se sabe si se trata de una convicción profunda que busca huir de cualquier cosa que pueda ahondar la crisis que está afectando a las instituciones del Estado, sometidas a fortísimas tensiones de todo tipo, u obedece a esa penitencia de la izquierda peninsular que tantas veces tiene que ocuparse en misiones que corresponderían a la derecha en cualquier país. La autóctona es tan montaraz ?entre carlistoide y franquistona? que propende con facilidad al exceso irresponsable. Sea por lo que fuere, el PSOE manda callar a aquellos de los suyos que abren la boca para distanciarse de la monarquía y se muestran propensos, como viene de suyo, a una comprensible adscripción republicana.
La Casa Real ha abierto cuenta en Twitter. Antes puso en marcha una web y un canal en Youtube. Pero eso no es sino un ejercicio inútil a la vista de los resultados. El Rey, parcialmente recuperado de sus últimos avatares quirúrgicos y con evidentes síntomas de incapacidad cuanto menos física, ha vuelto a visitar países en los que los intereses empresariales pueden encontrar acogida. La derecha se hace lenguas de lo bien que sintoniza con los diversos mandatarios y de las puertas que abre. Que algunos de sus compadres sean unos déspotas tiránicos parece no importar a casi nadie. Ese posibilismo radical sorprende solo a unos pocos, ya que la mayoría ?en el mejor de los casos? entona aquello de this is strictly business.
Pero los árboles no ocultan el bosque. El deterioro de la imagen de la Familia Real es muy serio. En pleno siglo XXI no es fácil mantener viva una popularidad basada en una fábula anacrónica como es la de la monarquía hereditaria. Y todavía menos cuando los del clan ser revelan como simples mortales, que incluso se ven ante los tribunales acusados de delitos absolutamente prosaicos. Hasta un monárquico practicante como José Antonio Zarzalejos, que es un hombre inteligente, escribía en estos días que la Casa Real debe lograr resultados [en la mejora de su imagen] a corto plazo. Y añadía: “no será fácil en absoluto, pero si se sostiene la tensión regeneradora, los habrá a medio y largo. Aunque requieran decisiones difíciles. Y algunas, inevitables por más que se intente que no lo sean”.
No, no será fácil. Según las encuestas, el Rey tiene un índice de popularidad inferior al de los inspectores de Hacienda, que ya es tenerlo bajo. Pero es que además el problema principal para la Institución está en la juventud, en los menores de 30 años. Para una buena parte de esta cohorte de edad no se trata solo de popularidad o de imagen, sino de legitimidad. Se trata de una gente que prácticamente no ha conocido a los reyes ni en sus cuentos infantiles, y que difícilmente acepta como algo razonable que un príncipe se convierta en jefe del Estado porque es hijo del que lo era hasta su muerte o su abdicación.
En la atmósfera que se vive actualmente, tan insalubre, con una calidad democrática muy baja y con un creciente distanciamiento de buena parte de la ciudadanía de los pilares institucionales; con una reducción brutal del gasto público y con sus consecuencias; con las tensiones territoriales que son una bomba de relojería por su complejidad y por la incapacidad manifiesta del Gobierno, urge inyectar ilusión en una sociedad que vive una especie de fatiga bélica por la duración y la dureza de la crisis, que es económica pero también ética y de valores principales.
El revulsivo republicano, un ideal ligado a la honradez en la gestión de la cosa pública, a la anteposición de lo público frente a lo privado, al culto a la educación en valores, laica e igualitaria, a la libertad individual frente a los abusos de los poderes, y a la solidaridad entre los hombres como valor universal, puede ser una palanca potente. Quizá la urgente e imprescindible regeneración del socialismo español solo pueda venir por este camino. Desde luego no será con una dirección política de las hechuras de la actual, pero quizá cuando la generación siguiente se haga con el timón y se enfrente a la disyuntiva de reinventarse o morir, entienda que la bandera de la República es un arma cargada de futuro.