Resultados SIMCE y la fantasía de una sociedad meritocrática
Unos días atrás ingresé a ebay.com para realizar una compra online. Curiosamente, mientras estoy viendo la descripción del producto, aparece un cartel a mi derecha que dice ‘13 personas están viendo este ítem por hora’. La primer pregunta que me surge al ver esto es ¿por qué recibo esta información no solicitada?, o también, ¿en qué medida afecta mi ejercicio de consumo? Y más problemático aún, ¿qué conductas genera en el sujeto la presencia de esta información?
El uso de este tipo de signos y símbolos esta, en mi opinión, orientado a instalar una sensación de riesgo y urgencia. En otras palabras, un estado de alerta constante frente a un contexto de incertidumbre. Como resulta evidente, esta intensificación de la experiencia de consumo es artificialmente inducida, ya que la clásica experiencia de mercado (de elegir unos tomates, un par de zapatos o un auto) no se encuentra estructurada por signos y símbolos sino por información dispersa y heterogénea.
En el campo de la educación, Chile representa un caso emblemático de este proceso de intensificación, plasmado en políticas que tienen como presupuestos fundamentales actores racionales que buscan maximizar su beneficio y minimizar el costo. Estas políticas han sido llevadas al extremo con estructuras simbólicas como el semáforo SIMCE, a fines de incentivar artificialmente la competencia y así elevar la calidad del sistema en su totalidad. Más aún, al anunciar la distribución de mapas SIMCE por comuna, el ex ministro de educación Lavín hizo referencia a ‘generar la urgencia en los colegios por mejorar la calidad de la educación’. El problema quizás es que, frente a la urgencia, no solemos adoptar conductas racionales sino más bien nos dejamos guiar por la desesperación y el miedo.
La narrativa del libre mercado sugiere que la competencia genera un circulo virtuoso, en el cual debido a la necesidad de atraer alumnos para garantizar su funcionamiento, los colegios invierten en sus docentes para optimizar los procesos de enseñanza-aprendizaje, lo cual se ve reflejado en resultados en las pruebas nacionales, que a su vez son recompensadas por programas como Excelencia Académica (SNED). Estos resultados junto con los beneficios derivados de los programas de incentivos (que se traducen en mejoras salariales, salas de computación, etc.) a su vez atraen más estudiantes, cerrando así el círculo virtuoso. En palabras del programa economico diseñado por los “Chicago boys” para el gobierno militar chileno, comunmente conocido como El Ladrillo: “el sistema de mercados implica mecanismos claros, automáticos e impersonales de premios y castigos, a la vez que proporciona incentivos suficientes que se avienen a una característica central del ser humano: su capacidad y voluntad de obtener para él y su familia un destino mejor” (pp. 67-68).
Dentro de esta narrativa general se insertan otras historias locales, que de alguna manera refuerzan esta idea del “sueño americano”, donde todos pueden alcanzar el éxito si se lo proponen. Como por ejemplo la romántica historia de la escuelita rural Amelia Vial Concha, en la VII Región con un SIMCE de más de 300 puntos, pese a que más del 90% de los alumnos son vulnerables. De hecho, la nota publicada en La Tercera al respecto comenta las claves de su éxito: ‘“Tú eres capaz” es la frase que Milca Pino escribe a sus alumnos en cada prueba. Para motivar a sus alumnos, los profesores no escatiman esfuerzos: premios, helados y hasta asados junto a los apoderados salen de sus bolsillos para entusiasmar a los niños’.
Sin embargo, lamentablemente las estadísticas SIMCE no nos muestran la misma escena. Si damos una mirada rápida al top 10 de colegios de los últimos 10 años, no nos sorprenderá encontrar una abrumadora presencia de colegios particulares pagados junto a instituciones públicas de elite como el Instituto Nacional, que si bien no cobran aranceles son altamente selectivas en términos de capital cultural – claramente asociado a capital económico. La constante presencia a lo largo de los años del mismo grupo de colegios nos enfrenta con la pregunta de ¿cuáles son los efectos de la publicación de los resultados? En primer lugar, la publicación de resultados genera la fantasía de una competencia donde todos parten de la misma línea de partida, y que la posición final es el simple resultado de la combinación de esfuerzo, compromiso y capacidades naturales. Es decir, nos invita a creer en la fantasía de una sociedad meritocrática donde la ecuación trabajo + esfuerzo + habilidad determina el acceso a recursos, y oscurece el acceso diferencial a capitales sociales, simbólicos y culturales así como también invisibiliza las profundas desigualdades materiales que sostienen los resultados educativos a lo largo del tiempo. De esta manera, la publicación de resultados SIMCE legitima como exitosos a los que ocupan posiciones de privilegio.
Pero es verdad que alguien puede decir: “pero, un momento, y que pasa con esas escuelas como Amelia Vial Concha que, sin estar en situaciones de privilegio, mejoran significativamente sus resultados?” Mi investigación acerca de las implicancias de la regulación de procesos pedagógicos mediante sistemas de mercado sugiere que, en muchos casos, esto ocurre como consecuencia de una serie de prácticas orientadas exclusivamente a la acumulación de resultados.
Estas prácticas van desde usar programas estandarizados de enseñanza (donde los docentes básicamente tienen que repetir una pauta de enseñanza predeterminada) combinados con sistemas rígidos de monitoreo y control docente (donde los docentes reciben puntos en la medida en que siguen el programa al pie de la letra); dejar que los mejores alumnos asistan al establecimiento con pelo largo o ropa casual como estrategia para incentivarlos a competir; el uso de uso de horas de arte y tecnología para las pruebas de practica SIMCE; e incluso practicas vinculadas al manejo de la ansiedad y el miedo como hacer que los niños crucen el patio del colegio cantando un grito de guerra antes de sentarse a realizar la prueba SIMCE.
Lo más preocupante, quizás, es que esta intensificación de las prácticas de competencia y acumulación dentro de la escuela con el tiempo se cristalizan en modalidades de relación basadas de manera predominante en principios de mercado. Todo esto sugiere que la publicación de resultados, más que promover la eficiencia del sistema mediante la entrega de información, en realidad reduce el currículo a las asignaturas que son medibles, rigidiza las practicas escolares en torno a la producción de resultados, y produce modalidades de relación basadas en el utilitarismo. Entonces, la regulación de procesos pedagógicos a través de sistemas de mercado, más que una solución para la mejora de la calidad genera un espejismo de igualdad de oportunidades y reduce las experiencias educativas (tanto de docentes como alumnos) a conductas cuantificables, cristalizando posiciones y percepciones, y promoviendo así modalidades vinculares que fomentan la ventaja personal por sobre el bien común. Quizás en lugar de seguir midiendo y rankeando sea tiempo de escuchar las experiencias de niños y docentes a la hora de diseñar e implementar políticas públicas. Quizás sea hora de preguntarse si un cuarto de siglo de políticas educativas basadas en competencia y acumulación no son suficientes para demostrar que la regulación de procesos pedagógicos a través de sistemas de mercado no hace más que reproducir y potenciar las desigualdades preexistentes.