K.448: La sonata de Mozart que le gustaba a Einstein
El mito más conocido es el “efecto Mozart” y proviene quizás de algún pasaje autobiográfico de Albert Einstein, que alguna vez confesó que era la música que escuchaba preferentemente cuando escribió la Teoría de la Relatividad.
En 1993, dos psicólogos de la Universidad de California publicaron un artículo en la revista Nature, donde exponían los resultados de una investigación que vendría a probar que la música del austriaco podía incrementar las capacidades del cerebro humano. El efecto, sin embargo, es muy breve, y se esfuma en apenas 15 minutos.
Hubo incluso un segundo experimento: 79 jóvenes debían averiguar qué forma tendrían ciertos pedazos de papel después de doblarlos y cortarlos de determinada manera. Una vez obtenidas las respuestas, se dividieron en 3. Un grupo fue expuesto a la música minimalista de Phillip Glass (el genial compositor de importantes obras del cine que elaboró al inicio de su carrera la ópera Einstein en la playa); el segundo a la sonata K. 448 de Mozart, y un tercero, sencillamente al silencio. Los nuevos resultados arrojaron que el grupo que había escuchado a Mozart logró predecir un 62 por ciento más de las formas que la vez anterior, mientras los otros dos grupos sólo mejoraban en algo más del 10 por ciento de sus respuestas.
Lo simple del procedimiento encendió sin embargo la polémica. Otros expertos pronto dictaminaron el fin del famoso efecto sobre una idea de la inteligencia, por lo demás, comprendida y medida muy de esa norteamericana manera de tornarlo todo en eficacia y rendimiento, que se había vuelto ampliamente deseada en un mundo en el que el liderazgo y la imaginación se han vuelto crecientemente el factor clave de la ganancia.
Otra idea, más ociosa e improductiva de la inteligencia, tiene que ver con las capacidades de interrelacionar cuestiones diferentes; por tanto, tiene que ver con la capacidad para discernir, diferenciar, escoger. Hay incluso una teoría que habla de distintos tipos de inteligencia y así, pero aquí no vinimos a hablar de la inteligencia sino de la sonata K. 448 de Mozart, de la que, como se verá, apenas diremos casi nada.
Albert Einstein, un tipo inteligente allí donde los hubiera y del que uno puede sospechar que si hubiese ido a un colegio chileno le habrían diagnosticado Déficit Atencional, no siempre entendía lo que pasaba. Una vez le preguntó a Charles Chaplin qué significaba que la gente los aplaudiera tanto: -Nada,- respondió Charlot, otro tipo despierto -La gente me idolatra porque todo el mundo me comprende, y a ti te adoran porque casi nadie te entiende. El hecho es que los conocimientos musicales de Einstein si son conocidos, y eso vale como recomendación para la sonata, de la que dijo “es una de las más profundas y maduras de todas las composiciones escritas por el compositor". Fue compuesta por Mozart en 1781, cuando tenía sólo 25 años. 125 años después, el joven Einstein publicaba la Teoría de la Relatividad Especial. Tenía 26 años. Yo tengo más de 20 años más que ellos y no hecho nada ni remotamente parecido.
No tiene nada que ver pero, otro que ha sido un gran músico y un físico con un logro en ningún caso despreciable es Bryan May, el insigne guitarrista de la legendaria Queen, que se licenció en Física y Astronomía en 1968 y en 2006, después de haber hecho todo lo que un rockero hubiera querido hacer, decidió concluir su doctorado en astrofísica. En Mayo de 2008 alcanzó oficialmente el grado académico. Tenía 61 años. Nunca es tarde.
Lo que yo sé de música es lo que sabe cualquiera que la escucha. Mi ventaja no es otra que esta: mi viejo de chico me fue quitando los prejuicios con la música llamada "clásica". Yo lo veía dirigir una orquesta imaginaria en el living cuando ponía un disco, miraba ceñudo a los violinistas a la izquierda, al fondo al timbal, le daba la entrada a los vientos, y me sonreía de vez en cuando. Recuerdo en particular cuando me regaló Coronación, el concierto K. 26 en re mayor de Mozart, que me ha acompañado toda la vida como una suave huella nostálgica.
Ambos descubrimos, cada uno por su cuenta, que cuando cae la tapa del water y rebota unas cuatro veces, reproduce el ritmo con que empieza la percusión en uno de los movimientos de la novena de Beethoven. Él estudió violín de chico, yo solo rasgaba toscamente mi guitarra.
Desde esa condición recomiendo la sonata K. 448, que empieza el allegro como en una cascada refrescante, acaso una luz que salpica en un desorden aparente que sin embargo conduce a un espacio excitante y colorido, para dejarnos luego descansar, como en un reposo desnudos sobre la cama entre la primera y la segunda incursión, una especie de tregua para las cuatro manos. Andante parece que se llama eso. Repuesto el pulso, volvemos a un allegro más apurado, más enérgico al final, molto allegro.
La recomendación a escuchar la K. 448 está hecha. Si los pianistas no están demasiado apurados, debe durar unos 23 minutos. No más. Es probable que después de escucharla usted no sea más inteligente, pero le garantizo que será más feliz.