El incendio y la persistencia del sentido común
Si el reciente terremoto de Iquique se vivió como catástrofe natural –acaso por la terrible imprevisibilidad de la corteza terrestre–, el incendio de Valparaíso, aun cuando no podemos saber su origen, ha activado en cada vez más personas la conciencia de la desigualdad. No se trata de un catástrofe natural, se trata de una agudización repentina de las desigualdades que asume el carácter de una tragedia.
Frente a ello, la gente reacciona solidariamente. Aun cuando podamos cuestionar la verdadera utilidad de esa ayuda, no importa, aunque alivie un poco a los que sufren, ese es ya un sentido importante. Lo que se hace sin embargo más patente es la absoluta falta de ética de los grupos empresariales: los medios, las empresas del retail son los primeros en mostrarla. Los chilenos ya no los aprecian del mismo modo. Cabe sin embargo también un cuestionamiento sobre la acción gubernamental, una interrogación a su profundidad, a su capacidad para cuestionar lo que está de fondo.
El asunto tiene un nombre, solo uno: desigualdad. Tiene múltiples rostros, se aplica de formas muy diversas, pero es la desigualdad sobre la que está edificado este país. Si el puerto ennegrecido por el hollín tiene algo que mostrarnos es la indignidad de un régimen basado en la rentabilización de toda actividad humana. Habrá entonces que cuestionar los límites del sentido común que ese régimen ha definido. Y eso es algo que frente las tragedias actuales está aún a medio hacer.
Ayer o anteayer un periodista radial ampliaba dramáticamente el giro de sus actividades y pedía al final de su despacho, con voz urgente, baños químicos para un albergue. Si alguien conoce a un empresario ubíquelo por favor, decía, porque la gente no tiene donde hacer sus necesidades. ¿Cuántos baños ociosos habrá solo en la costa de Quinta Región? ¿Cuántos baños en los hoteles de Viña del Mar, en el Congreso, en los cuarteles de la Armada? Deben ser centenares. ¿Cuál es el sentido común que ampara el hecho que no se les use y se exponga en cambio a miles de personas situaciones de riesgo sanitario?
El Hotel O’Higgins pertenece a la cadena Panamericana y debe su fama, principalmente, al Festival de la Canción. Tiene 6 Suites V.I.P., 6 Suites Ejecutivas, 166 Habitaciones Superior y 66 Habitaciones sencillas: 244 en total. A un promedio de 3,5 personas por habitación, estaría en condiciones de recibir 825 damnificados en buenas condiciones “con una atención personalizada, variada gastronomía y confortables espacios”, como dice su página web. Al menos con agua corriente y comida caliente. ¿Qué le impide a Michelle Bachelet emitir, en pleno estado de excepción, un decreto que disponga por una cantidad de días, habitaciones de hoteles y otros lugares de alojamiento para los damnificados? ¿Por qué niños pequeños, ancianos, enfermos, tienen que dormir en colegios cuando las blandas camas del Hotel O’Higgins deben tener tan poca demanda por estas fechas? ¿Qué es lo que vuelve intocables sus blancas sábanas para los habitantes de los cerros del puerto? ¿Por qué vimos, tan pronto, militares custodiando los supermercados en Iquique?
Acaso la razón es la misma que llena las calles de Valparaíso de uniformados con fusiles de asalto, ¡con fusiles de asalto!, ¿para qué? ¿Qué sentido tiene que un tipo cargue un fusil con treinta balas en plena calle? ¿Qué es lo que está cuidando? No cuida nada. Su misión es infundir miedo, ese temor que le dicen “disuasión”. Pero la gente del puerto no necesita ser disuadida, necesita ayuda, y lo que necesita más aún es que quienes dirigen este país se pongan serios y asuman altura histórica.
Los fusiles de asalto en la calle custodian las condiciones de posibilidad de las cuotas de repactación de Cencosud, vigilan que la solidaridad siga siendo practicada por los pobres y por esa franja extrañamente llamada “clase media”, más no por los empresarios.
Por su parte los medios, en plena era de su primacía cultural, hablan de los medios. Núñez casi arde en medio de las llamas mientras Macarena, azorada, le rogaba salvarse. Todo en planos cerrados que impedían apreciar el tamaño de la tragedia. El rostro del conductor lo era todo. Al día siguiente recibimos el alivio: Karen acompaña a los damnificados. No hay mejor momento para fabricar ídolos mediáticos que las catástrofes y las desgracias. El lunes el periódico popular prefirió titular con el campeonato que con la tragedia. Los kiosqueros del pueblo pusieron los diarios patas arriba.
Es ese país que cuando se muestra tal como es se nos vuelve pura extrañeza, donde la gente de los cerros de Valparaíso lo pierde todo por las mismas razones que los pobladores de Alto Hospicio ven quebrarse sus casas como si fueran de cartón. La naturaleza tiene poco que ver. Se llama desigualdad, se llama especulación, se llama capitalismo deshumanizante, y ya sería hora que las autoridades que distribuyen diligentes las ayudas y emiten mensajes de calma, asumieran cuanto hay de político en estas situaciones y entre tontera y tontera dijeran algo respecto del largo plazo, de los modelos de construcción de la nación y la igualdad.
Es un país con las prioridades de cabeza, y está por verse como se endereza eso.