Vivencial en Plaza de Armas: Cómo recibió el fallo de La Haya el punto cero de la capital
Me bajo del bus del transatiago justo frente a la Universidad de Chile, la casa de estudios fundada por Andrés Bello, un latinomericanista en serio, exponente de otra época. En la vereda norte de la Alameda estaban apostados 4 carros de las FF.EE. de Carabineros, dos “zorrillos”, un “celular” y un “huanaco”. El coque de realismo fue brusco.
Camino por el paseo Ahumada mientras los tabloides en los kioskos dan cuenta de la expectante espera por el fallo de la Corte Internacional de La Haya. Me paro a mirarlos mientras descubro que un grupo de ciudadanos peruanos conversa a viva voz sobre lo nervioso que veían a los chilenos. Parecían confiados. Iban a ser de los pocos, lamentablemente.
Enfilo lo antes posible hacia Catedral, ahí donde la prensa tradicional siempre va a entrevistar a los inmigrantes del Perú, porque ahí se juntan día a día a conversar y compartir. En el camino, a media cuadra de la Plaza de Armas, me cruzo con un tipo que lleva una polera con la consigna “Chile no se vende”. Entre el hastío y la curiosidad, giro para ver si en la espalda hay otro mensaje. “Chile se defiende”, rezaba la retaguardia.
Ya en este punto, lo confieso, estaba preocupado. Me habían pedido ir a evaluar el ánimo en el ambiente, en uno de los puntos donde se sabe que hay alta presencia de extranjeros, principalmente peruanos. Antes de llegar hasta la esquina, me topé en el camino con colombianos, argentinos, venezolanos y ecuatorianos. Ninguno parecía concitar el interés de los que allí pasaban. No eran el vecino “incómodo” del día.
Llego a la esquina mientras en la radio comienza la transmisión oficial con la lectura del esperado fallo, y en la esquina de Catedral, el ambiente es extraño. Está lleno de cámaras de TV pero no hay nadie dando declaraciones, sólo algunos peruanos sentados en el costado del edificio eclesiástico, comentando cosas a la pasada. Entre ellos se pasean periodistas de TV que estiran el brazo ante cualquier conversación entre connacionales del Perú. Es bastante ridículo, pienso para adentro.
Me mezclo entre la gente para conversar un rato con alguno de los peruanos que eran acosados por la prensa. Me encuentro con Jairo, un obrero de la construcción que lleva casi un año y medio en nuestras tierras. Viene de Trujillo, zona norte del Perú y se vino con toda su familia a Santiago. Mientras conversamos lo noto nervioso. “Sí, me preocupa que alguien pueda hacerle daño a mis hijos, en las micros o en cualquier parte”. Dice que nunca les ha pasado nada, pero ahora no sabe qué esperar.
Estamos en eso cuando un connacional de Jairo y colega mío, corresponsal de un canal del país vecino, queda en medio de una discusión. Una compatriota de él discutía con una chileno por los medios de comunicación, y le enrostraban a él, como representante de la prensa peruana, lo insidiosos que son muchas veces las portadas de los diarios en Lima. No sólo acá nos achacan a todos los periodistas los males de la sociedad, le dije después.
Fernando Llanos, corresponsal en muchas otras ocasiones en nuestro país, sin sentirse aludido por los reclamos, dijo notar un ambiente “más caliente”. Vio a sus compatriotas preocupados antes del fallo, nerviosos por ser blanco de hostilidades, aunque personalmente confía en que no serán muchos los que caigan en el nacionalismo. “Esto es como el fútbol, que tiene mucha efervescencia, mucha adrenalina. Entonces, cuando vas al estadio, perdóname la expresión, pero te van a putear. Como cuando Chile va a jugar a Lima también los putean. Pero al final de los 90 minutos, se acaba y terminan tomando en el mismo bar los dos”. Ojalá pase lo mismo ahora, le digo. Y sigo recorriendo.
Otra corresponsal es objeto de miradas y comentarios por su buena apariencia. Carolina Dabdoub, reportear de Frecuencia Latina, me dice que llegó el viernes en la mañana y que había visto todo en calma. “Hasta ahora, cerca de las 10 am, hubo una discusión de un caballero chileno con un señora peruana. Como que la gente anda un poquito más sensible, ¿no?”, me dice. Asegura que muchos de sus compatriotas esperaban con calma el fallo, pero también hay preocupación por los posibles efectos en el trato diario a los peruanos residentes en Chile. “Allá se discute mucho sobre cómo será la reacción, pero todo depende de lo que diga la corte y como lo tome la clase política, de lo que diga cada presidente de cada país”, analiza.
Sigo con mi recorrido. Anthony, un peruano residente en Chile conversa con un canal de noticias. Le preguntan si acaso cree que la gente sabe qué es lo que se define con el fallo. “Esto es más política. Acá hay muchos peruanos viviendo en Chile, y por ejemplo, yo ando pololeando con una chilena. A veces discutimos, a veces bromeamos, pero no nos vamos a preocupar más porque al final eso es más como para políticos. No veo en qué nos afecta a nosotros, en nada en sí. Quizá nunca los políticos se van a poner de acuerdo pero al final nosotros, los que caminamos por las calles, somos hermanos”, asegura.
Frente a la Catedral de Santiago se instaló una señora con su cartel. Carmen Álvarez, profesora, escribió la consigna “La Haya no debe separar a los pueblos hermanos”. Llegó preocupada por el chovinismo y los ánimos exacerbados que pueden afectar a alumnos y apoderados de su liceo. “Somos todos mestizos, desde México hasta el estrecho de Magallanes. No tienen que limitarnos las fronteras que ponen los poderosos, aquí el pueblo tiene que reconocerse como pueblo, como clase, y que todavía somos esclavos de las grandes potencias”, me comenta cuando conversamos sobre su protesta.
Al rato se une a Carmen su amiga Inés Rosas, llega con papeles impresos. Uno de ellos reza “La geografía social y política limita por todos lados con el poder”. Cuando llegó, una larga fila de camarógrafos y colegas de TV la acosó por un rato. “No veníamos para que nos pescara la prensa burguesa, había que intervenir un espacio y darle el mensaje a los hermanos peruanos, de la necesidad de mayor diversidad. La verdad no pensamos que iba a pasar esto pero queríamos dejar claro a la gente que también hay personas que estamos por la unidad de los pueblos”.
Ya me iba cuando un grupo llegó con banderas chilenas amarradas en sus cuerpos y gritó un par de “C-H-I”. Bueno, hay de todo en la viña del señor…