La culpa no es de Neruda
A veces, cuando uno indaga un poco en la historia de la literatura chilena, pareciera querer decir que sí: que la culpa ha sido de Neruda. Sobran no sólo las anécdotas sino que están las evidencias de los desplazamientos, las “movidas” diríamos ahora de ese operador político que fue Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, más conocido como Pablo Neruda, avanzando cual cachalote, ya no por el mar océano sino por tierra y por aire, dominando el vasto espacio poético, o en palabras de Houellebecq, la ampliación del campo de batalla donde se debaten como titanes –me estoy cargando al lenguaje figurado– los cuatro popes de la poesía chilena (dos de ellos Nobel de Literatura). Y recuerdo esto mientras leo esto del “otra vez Neruda” proclamado y virilizado en las redes sociales, por los jóvenes que rindieron su Prueba de Selección Universitaria (PSU) esta semana. Y me quedo con la sana respuesta de unos de los especialistas que confecciona la prueba: “El problema no es Neruda, el problema es otro” (Ricardo Martínez, Las Últimas Noticias).
No haré aquí una apología de Neruda. Ni mucho menos. Si no que, compartiendo el juicio de los teóricos y atendiendo a los estudios recientes, entregados por el Centro de Microdatos de la Universidad de Chile, actualmente en nuestro país un 80% de los consultados no comprende lo que lee y un número nada menor, de un 11% de los encuestados, admite no leer NUNCA nada. El resto se reparte entre leer por obligación, por recomendaciones y tan solo un 35% por gusto propio. Que los jóvenes postulantes a la universidad no hayan leído a Neruda, no debe extrañarnos. O al menos de eso me convenció Raimundo, mi amigo y profesor, al que he aludido en varias ocasiones, y terminé obligando a que se hiciera tiempo para un café y me pusiera al día en la materia. Mal que mal, si hasta los matinales lo tienen como tema, es el colmo que uno, que tiene alguna cercanía con los libros, no tenga una opinión fundamentada sobre esto.
Salitre
El poema en cuestión se llama escuetamente “Salitre”, y fue el dolor de cabeza –según se acusa en Twitter y Facebook– cuando en la PSU aparecieron cinco preguntas asociados a ese soneto de Neruda. Leámoslo:
Salitre, harina de la luna llena,
cereal de la pampa calcinada,
espuma de las ásperas arenas,
jazminero de flores enterradas.
Polvo de estrella hundido en tierra oscura,
nieve de soledades abrasadas,
cuchillo de nevada empuñadura,
rosa blanca de sangre salpicada.
Junto a tu nívea luz de estalactita
duelo, viento y dolor el hombre habita,
harapo y soledad son sus medallas.
Hermanos de las tierras desoladas
aquí tenéis como un montón de espadas
mi corazón dispuesto a la batalla.
Según me transmite Raimundo, quien interrogó a sus ex alumnos de IV medio para enterarse del asunto, dice que les preguntaron, entre otras (formuladas como preguntas de selección múltiple), si en los primeros ocho versos se alude al color blanco y en efecto es así, pues todos y cada uno de los versos refiere metafóricamente a elementos de la realidad blancos: harina, cal, espuma, jazmín, polvo de estrella, nieve, cuchillo, rosa blanca. No es una pregunta difícil, lo que sí implica interpretar. Luego les preguntaban sobre el temple de ánimo del hablante lírico, es decir cómo se siente la voz ficticia que habla en el poema, y de qué modo se ve representado el esfuerzo de los mineros, sobre la base de dos elementos puntuales “harapo” y “soledad”, como el duro trabajo bajo el sol del norte extrayendo el salitre. El poema es sencillo, uno de los tantos, donde la veta social se entronca con la empatía y sensibilidad política de Neruda y que lo hace inscribirse, en su línea más conocida luego del “Me gusta cuando callas porque estás como ausente…”, con los versos del Canto General, que entre otros, fueron musicalizados por Los Jaivas, en defensa y homenaje de los incas con “Alturas de Macchu Picchu”. Entonces, claro que Neruda se repite, ¿por qué no? Lo mismo salió un fragmento alusivo a Martín Rivas. Y de seguro puede aparecer Nicanor Parra, Baldomero Lillo, o nuestro otro Nobel, Gabriela Mistral. El problema, como se dijo, no es Neruda, sino la falta de lectura y la mala calidad de la educación chilena. El vacío en que cayó la cultura. La que conjuga muchos factores, como acota el profesor Raimundo en estos puntos:
1. Un currículo centrado en la comunicación y el discurso; y no en la lengua o la literatura, como fue para nosotros, los que estudiamos Castellano en el colegio. Tiempos en que un profesor podía esta un semestre completo analizando el Mío Cid, Sub-terra, el realismo mágico o el Quijote.
2. Existe un malestar sostenido sobre la brecha escolar, y que queda de manifiesta no solo en el SIMCE sino sobre todo en la PSU. El primero, como es sabido mide a los colegios, la segunda apunta directamente al desempeño del alumno, y dadas la sobreexigencia de la misma (¡piensa en tu futuro!) repercute y perjudica al estudiante.
3. La prueba en sí misma, se encuentra entre medias aguas, que pasan de un número de 15 preguntas referidas a conocimientos específicos, centrados en la “materia” de enseñanza media, y las restantes, hasta llegar a las 80 del instrumento, distribuidas en ejercicios demasiado técnicos para saber si el postulante maneja un buen nivel de vocabulario, sabe ordenar una redacción y usa tal o cuáles conectores con habilidad. Para ya al final, llegar a unas latas comprensiones de lectura, donde la suerte-de-la-olla indica que puede tocarles un texto con alguna familiaridad o cercanía, de acuerdo a la diversidad de formatos y temáticas que pueden aparecer –filosóficos, ensayísticos, artículos, crónicas, investigaciones– ante los que si el estudiante tuvo este tipo de acercamiento a ellos, y no solo se quedó en la lectura de noticias o de cuentos, puede tener algún tipo de ventaja sobre los otros 270 mil postulantes. El resto, es omitir por cansancio, aparte de un evidente desconocimiento.
El nivel de interpretación
Está demostrado que nuestro nivel de comprensión es reducido. Y que apenas se logra identificar información literal y evidente en un texto, quedando relegado todo tipo de análisis que integre nuestras deducciones, inferencias o la interpretación, verdadera mater de una lectura de calidad, que implica saber qué significa cada palabra, ya sea por definición o por contexto, y que incide, de manera absoluta, en la validación de la comprensión lectora, tanto de escolares como adultos. Está demostrado el peso que tiene el léxico en función de la comprensión. Quien no puede o no sabe interpretar no logrará comprender en profundidad un texto. Leer es comprender, pero hay estudios que demuestran de qué manera, así como en las últimas décadas se fue erradicando el flagelo del “analfabetismo a secas” contra el que tanto luchó nuestro querido Paulo Freire en el Brasil, hoy la alerta está puesta en el “analfabetismo funcional”, que supera el 70% y apunta, como ya se dijo, a todos quienes no saben qué hacer con la información, pues apenas procesan lo más literal, aquello que está ante sus propias narices, a la misma distancia en que estuvo este polvo del salitre nerudiano, que sacó chispas entre los jóvenes no-lectores en su PSU 2013. Todo esto según palabras de Raimundo, “porque el verdadero problema es la interpretación, Urbano”, me dice, paladeando un rico café en el Juan Valdez.