Excavación profunda

Excavación profunda

Por: El Desconcierto | 27.11.2013

Escribir como una vía de escape. Viajar como una forma de escritura. La aguzada cuchara de un reo cava por su libertad. Afilar una navaja, hoja contra hoja, hasta que relumbre la profundidad de su sed. Las cosas vistas a la luz, el claro amanecer del nuevo día, junto con deslumbrarnos, puede cegar por completo la memoria. No hay acción más radical que ver asomar un cuchillo de entre las ropas. Las armas se portan para ser usadas. Una navaja empuñada, es como un pez plateado fuera del agua, agonizante.

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El crujir de una manzana verde al mascarla condensa el recuerdo de todo lo que se quiebra: una rama, una concha, una hoja, un lápiz grafito, la cáscara de un pan. Nos quedamos con las partes, sus astillas, las migas, algunos gránulos o los pedazos de un tiempo congelado imposible de restaurar. Ver una manzana cayendo desde un árbol en el huerto. Vida que nace o se apaga con un juntar de dientes. ¿Y eso será la muerte? No ha definiciones. A su edad, afortunadamente, ningún familiar suyo había muerto. Siendo, aquella muerte, lo más cercano a la pérdida de un ser querido que sintió pasado sus veinte años. Como una manzana congelada en el limbo imaginó la muerte de todos sus parientes. Y vio, uno a uno, cómo el fin de su casta se extinguía como las especies, avanzado el 2023.

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Richard Brautigan dice que está en un bar repleto de jóvenes japoneses y de esnobs ejecutivos intentando ligar con chicas japonesas. Ryunosuke Akatagawa dice que Yoshihide hizo una espectral pintura del infierno en la superficie de un biombo y la olvidó a su suerte. Germán Carrasco dice que dos versos nadan como dos peces o dos adolescentes niponas o dos sombras en ese mismo instante. Luego agrega –en el mismo poema– algo sobre el canto de los chincoles o la más bella acupunturista japonesa. Hasta ahora no había notado pero he venido leyendo tres libros simultáneos y todos hablan de Japón. Koi-2De un Japón lejano, moldeable y dúctil, hecho de palabras sencillas, pero ininteligibles para alguien que nunca estará en esas regiones, para quien en La Tierra del Sol naciente jamás verá más ocaso que las páginas que va cerrando delante de sus narices. Cuando llegue el fin del mundo, solo quiero la visión del escorpión en su círculo de llamas concentrado en su Harakiri. Cuando una chica de quince años desnuda en un balcón de un rascacielos piense que Tokio ha dejado de amarla, como ella lo hizo una vez desflorada. Mientras se incorpore en la fruición de un pez koi devorando a su presa, ser el gran dueño del tiempo, anhelante del rito de desovar en la rivera de ese sexo, bordes de un tatuaje en la ingle, ya metamorfoseado en el dragón alado, calipso, rojo intenso, salmón de fuego cayendo sobre ella, lúbrica, deseaba. Como la luz del mediodía. Desde una varilla encendida volutas ondulantes se desplazan. Incienso perdiéndose, confundido y denso, por entre ciruelos en flor, o el roce de sus húmedas escamas, deshojadas con la punta de estos dedos.

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Malos libros, fotocopias, algunas joyas, basura de librerías de usados. Mesas con saldos. Ofertas. Remates. Libros apilados como restos de un naufragio. Una biblioteca en llamas. Después del incendio no pueden quedar cenizas, sino inmersiones, espasmos, desahogos, formas de sobrevivencia casual y tardía. Los libros en la feria de Rivadavia los desilusionaron. Nada que no hayan visto antes. Ya sea en el Parque Almagro, caminando por San Diego o en los galpones del Bío-bío. Calle Maipú o Freire de Concepción o en el corazón oscuro de la Villa O’Higgins. Llevarse, por no dejar, las líneas pergeñadas por Symns en una imposible traducción de Hank al argentino por 4 pesos: “Bukowski escribe para los que habitamos en el sótano oscuro de ese edificio abandonado que es el tiempo”. El aullido, el aullido, el jardín primitivo, la mujer, el trago, el miedo, calles sin numeración, un laberinto desintegrado. No future. Ella lleva bajo el brazo un libro de tapas blandas, y en su mano izquierda un mazo de tarot egipcio. La feria de Rivadavia es una precaria muestra de mercancías en extinción. M por D para producir más M. Luego, él trata de convencerlos de que la mercancía se vende por dinero para generar más dinero. Capitalicen, chicos, un fantasma recorre Sudamérica. Siguen las calles intermedias, filigranas de una urbanidad quebrada, náuseas y alcantarillados, líneas del tren urbano, los llevarán a ferias menores, mercados persas, bazares en el suelo, saludos con cara de compadritos sin un mango. El parque Centenario es una excavación profunda, cerrado por remodelación, hasta nuevo aviso. Los sótanos perdidos de la memoria. Buenos Aires arde. Ahora la noche cubre sus conciencias. Los niños dejaron de leer libros.

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Todas las mañanas la muchacha llega a la estación del Metro y recibe el diario. Antes de bajar al andén se sienta a leer el horóscopo, para decidir la dirección de su viaje. Imagina, durante los segundos que lleva la lectura, que las líneas del tren subterráneo extienden las líneas de su mano, y como únicos trayectos posibles se concentra en ellas como un designio. Las huellas son su destino y esas frases sentenciosas de diciembre a enero, seguidas con la punta de su dedo, los accidentes de su pulso cotidiano. “Mis quiebres en la rutina”, se dice convencida. Formas de una revelación secreta. Mientras las interpretaciones de Capricornio le devuelven cada día una sonrisa. Lunas sumergidas en un mar de fuego. Montañas de sal entre las manos. Las últimas luces encendidas en un rascacielos. ¿Pensar en lo que leemos, es lo mismo que leer lo que pensamos? Ciega avanza, sin volver la vista a atrás, rápido pero son prisa. Así como hace unos minutos se vio cerrando chapas y candados, verbalizando con un “ya” la seguridad de sus acciones. Salir y el laberinto. Mas no sabe que va sellando, con sus gestos, el pasado y delineando un futuro en el que le cuesta creer, y sabe cómo en el proverbio árabe que, cuando la memoria se pierde, la escritura permanece. Las ruedas circulares no han dejado de girar. No consigue fijar la mente en nada. Gira a mil. Todas las imágenes que caben en su mirada se condensan y superponen. Ella no supo quedarse quieta. Solo el movimiento la ha mantenido viva. El horóscopo no miente, se repite. Entonces cabe preguntarse, ¿qué haría la muchacha si las líneas de la vida desaparecieran? Mirar la catástrofe de sus relaciones, como siluetas de bordes de arena.