El sueño de los jóvenes
Los chistes, fundados en fuertes dosis de ironía, siempre pueden leerse tras las líneas –sesgo ideológico mediante–permitiendo revisar ciertas aristas de la realidad a las que, quizás sin estos no habríamos llegado, o no al menos tan pronto. Eso cuando son buenos chistes y manejan la ironía. Al día siguiente a las elecciones presidenciales, no faltó quien lanzó al voleo que la escasa votación de MEO y de Marcel, eran producto de que todos esos jóvenes que habían venido posteando en las redes sociales su adhesión a la causa, se quedaron en sus casas, como en la canción de Gepe, “durmiendo a pata suelta”. Incluso en este mismo diario un columnista reflotó esa tesis, Vota joven vota, advirtiendo lo lejos que estamos del compromiso-político de los jóvenes de ayer, ávidos de votar y hacer lo imposible por estampar su voluntad en los comicios. Pero cómo no recordar también, que los nacidos en la década del ’50 y el ’60 (por las razones que todo el mundo sabe) ya nunca más votaron. Con todo, creo que el chiste y la columna en cuestión, apuntan a algo cierto: la distancia “entre el dicho y el hecho”, algo tan chileno que yo no solo aduciría a estos jóvenes electores, sino que explicaría en el 51% que se abstuvo (cerca de 7 millones de compatriotas), que desde hace un par de años asumió junto con el autoritarismo de la “inscripción automática”, la benevolencia del “voto voluntario”. Las razones evidentemente son otras, y no es chiste.
Sentados contando plata
Los niveles de abstención y de marcas AC (contabilizadas solo en un 30% a nivel nacional) dan cuenta de un estado de tensión, que solo tendrá su alivio cuando se reestablezcan las marchas los jueves (el día elegido durante 2011 y 2012) y reaparezcan las movilizaciones sociales –qué duda cabe– el próximo 2014, con bombos, lienzos y platillos. Nada ha cambiado en lo medular. La ascensión o inserción de los dirigentes estudiantiles y sociales a la cámara baja, apenas es una muestra de la permeabilidad de un sistema electoral que en lugar de excluir, integra bajo el modelo de los consensos, a unos disidentes que aun sabiendo que envestidos con piel de ovejas –pues los lobos siguen lobos– no podrán cambiar por más que se lo propongan, ni una sola línea aquel cuento que sabemos de memoria. La culpa es tanto del chancho como del que le da el afrecho. Y quizás ahí encuentro algo de sentido a la labia de MEO al afirmar en la noche de su derrota, luego de una larga perorata (ante de la expectación de la supuesta entrega de sus votos a Bachelet en la segunda vuelta) que la candidata, su candidata era: “La Asamblea Constituyente”. Me hizo recordar aquella respuesta de Manuel Rojas cuando en 1971, le preguntaron qué pensaba de la juventud: “La juventud en cada época es diferente, pero también es diferente el hombre adulto. El hombre adulto de hoy –siempre que no sea un ser inculto–, ha cambiado tanto como ha cambiado el joven. Yo creo que cada ser humano tiene sus razones y pelea por ellas. La juventud de hoy sabe muchas cosas, sabe mucho más que esos idiotas que la critican y dicen que pierden clases o que son revolucionarios... Pero así se hace un país, con gente revoltosa, no con gente que se lleva sentada contando plata”.
Marcar, plisar y mojar la estampilla
Estos pasos, en teoría pueden resultar sencillos, pero no para un muchacho de hoy con apenas 18 años, enfrentado a una sábana con apellidos, es toda una odisea trazar una línea convencido de que emite su opinión. Se les pide electividad, bajo la forma de un poder de decisión que no conduce a nada, que no sea el exigir pronunciarse: joven, levántate y anda, dijeron otros. Al borde de esa cancioncita, levántate papito y anda a depositar al banco. Somos consultivos, no resolutivos. Y no se trata de la insultante cantidad de CORE, sino de la evidente demostración que esas nóminas no son más que un eslogan junto a una sonrisa photoshop. Nada más. Y una compañera de mi hijo, así mismo nos dijo: Yo voté por los que me sonaban. Un candidato asumido como el estribillo de un jingle. La misma chica que debió salir de la cabina de votación a preguntar a los vocales cómo se despegaba el sticker, sin saber que se trataba de una estampilla y que había que humedecerla con la lengua para sellar el voto. Nos están viendo las… caras. Insisto, porque de esa desolación hablamos, de hombres nadando en el vacío, encerrados entre montañas y cerros. De un tiempo sumado con calculadora. Un país del que cuesta formar parte… Y si no fuera porque como dice mi viejo, el peor trámite es el que no se hace, yo también me sumaría al sueño de ese 50% que seguirá durmiendo a-pata-suelta el próximo 15 de diciembre.