Transformar la Política

Transformar la Política

Por: El Desconcierto | 12.07.2013

Por Rodrigo Ruiz Publicado en Nº11 de El Desconcierto, Junio 2013

Para que el tema del cambio social -en su más amplio sentido- pueda avanzar aunque sea un metro en el escenario actual, es necesario identificar algunas de sus condiciones de posibilidad.

En la situación creada por las movilizaciones 2011-2012 (¿2013?), se ha abierto la posibilidad de avanzar a un nuevo ciclo histórico que clausure el tiempo de la política posdictatorial, e inaugure la posibilidad de revocar la lógica del neoliberalismo en Chile.

No es que el neoliberalismo chileno esté ya en crisis ni mucho menos, pero las bases políticas y el sentido común que posibilitan su reproducción podrían estarlo. Es por ello que el elemento principal del presente es de carácter político. Ese es un asunto completamente irreductible. Un candidato puede ofrecer o exigir mil y un medidas económicas, una reforma tributaria o si quiere, dos -que es el tipo de cosas que plantea a menudo la izquierda-; pero nada de ello modifica sustantivamente la estructura del poder, el modo en que se construyen los proyectos de sociedad y se impulsan y materializan las decisiones. El reconocimiento incansable de la injusticia no hace avanzar ni un milímetro la justicia.

El signo principal de la política posdictatorial, ha residido en la más rigurosa suspensión de toda forma de participación política de los sujetos populares. Eso es lo que consagra la Constitución de Pinochet-Guzmán y eso es lo que reprodujeron a pie juntilla los gobiernos de la Concertación y la Alianza desde 1990. Ese es, pues, el blanco principal de todo intento emancipatorio. Lo demás, si se me permite, son puras distracciones.

¿Quiénes podrían impulsar un proceso de cambios en la política de esa naturaleza?

Hay quien todavía cree que puede ser alguno de los candidatos de las cúpulas. Pero bueno, en materia de creencias nada puede hacerse. El hecho es que la Nueva Mayoría del bacheletismo expandido, aún conteniendo fuerzas como el MAS, el PC y la Izquierda Ciudadana, no ha mostrado una voluntad sustantiva de superar la cerrazón autorreferente de la política oficial. Puede que plantee ir en direcciones programáticas diferentes, pero al menos por ahora su empeño no ha sido otro que el de sacarle partido a las reglas del sistema binominal .

Una líder que no lidera

Bachelet pasó del silencio al padecimiento sin pasar por el liderazgo. El rostro de su sufrimiento es el rictus que mostró hace unos días cuando le preguntaron por la decisión de Escalona respecto de las primarias.

Al parecer, en su paso por Nueva York fue demasiado influida por la despolitización personalista y el excesivo peso de las estrategias comunicacionales de la política norteamericana. Se mantuvo primero en silencio. Luego le hicieron una entrevista obsecuente -la de Fernández en el Clinic- y el resultado fue, básicamente, no sabe/no responde. Uno termina por preguntarse si estaba en silencio como parte de una estrategia o sencillamente porque no tenía mucho que decir.

Ahora, elude temas, no se pronuncia, declina aparecer. Lo que es peor, cuando habla, habla bajito, como sin vocación. Dijo que había que abrir la política. Reconoció el “desafío” de ver “cómo se incorpora a esa ciudadanía que quiere un país distinto”, y en un momento donde se requiere decir lo haremos de esta forma, sólo dijo veremos como lo haremos. Otros pusieron el ritmo, se malograron las primarias, Escalona hizo lo suyo y ella pagó los platos rotos.

Se requeriría bastante más que una muda distancia con la maquinaria del establish-ment o una estrategia comunicacional de omisión calculada para mostrar una candidatura con sustantividad real.

Volvemos entonces la mirada hacia los liderazgos de los movimientos sociales

Nos cargamos de expectativas y vemos un conjunto de posibilidades navegando en un mar de dificultades. La primera y más complicada es la fragmentación. Las fuerzas que consumaron la crisis de la política posdictatorial fueron rápidamente convocadas por la política de la conservación. El primer caso fue el del dirigente aysenino Iván Fuentes, que se dejó ver en una convención demócrata cristiana con un discurso concertacionista abierto. Pero luego de él han venido otros. Los jóvenes comunistas llegaron al espacio electoral por la vía de la negociación de su partido con la Concertación, sin mediar primarias, lo que les ha causado más de un conflicto interno. Revolución Democrática apostó por una adhesión dura al mecanismo de primarias, exhibiendo una curiosa fe en el pretendido carácter democrático de dicho procedimiento. Pero mientras Jackson se negaba al chantaje que le exigía un apoyo incondicional a Bachelet como boleto de entrada a las primarias de la Concertación, una integrante de sus filas ocupaba un importante puesto en el equipo de la ex presidenta. El hecho de prensa fue la salida de Parada del comando, pero lo importante fue la entrada, pues ello interroga la consistencia política de ese sector, que no obstante sigue siendo uno de los más interesantes del momento actual.

Hoy se ha recompuesto en una medida importante la cercanía entre Revolución Democrática y la Izquierda Autónoma, y eso es positivo, pero es difícil creer que esos sectores, así como los jóvenes comunistas y otros importantes sectores que no se sienten convocados por la disputa institucional, vayan a actuar de conjunto en el escenario venidero. Son consistencias ideológicas diferentes.

El desafío allí, más allá de convocatorias ingenuas a la unidad, puede ser encausar sus evoluciones de modo que no signifique una nueva victoria de los viejos poderes. Si la primera línea de las marchas de 2011-2012 no ha llegado con unidad política al momento electoral y eso ha debilitado su capacidad para sostener un impulso transformador, el problema no termina ahí, queda pendiente. No es una derrota. Son más bien los límites propios de un ciclo que ha sido de todas maneras enormemente auspicioso. Es por eso, principalmente, que sigue abierta la necesidad de imaginar y constituir nuevos escenarios para una política de transformación de la política, donde aflorarán otras diferencias, sin dudas, pero más nuevas, más justas.

La representación y la participación

La crisis de la política posdictatorial coloca ante las nuevas candidaturas la necesidad de resolver la cuestión de la representación de nuevas maneras. Ello conlleva, por un lado, una transformación de la institucionalidad política, que como se sabe no es toda la política, pero es una dimensión insoslayable. Una nueva forma de combinar representación y participación, por otro lado, que devuelva a la democracia una sustancia social real y la saque de los encierros procedimentales donde se refugia para permitir una participación exclusiva de los de arriba. Esta combinatoria remite a una redistribución del poder como divisa fundamental de la lucha contra el neoliberalismo.

Por eso el tema de la Constitución es relevante y requiere ser visto como un punto de llegada. Si hay que cambiar la Constitución vigente, hay que constituir al sujeto que puede proponérselo. Y eso no es un supuesto, requiere sacar ese debate de su estatus técnico legal y remitirlo a la redistribución del poder hacia abajo.

En tercer lugar, plantear las candidaturas como liderazgos de un tipo nuevo y diferente, que siendo necesarios no sustituyen la acción de los sujetos organizados, sino que la estimula; puede ser un mecanismo de constitución de ese sujeto transformador.

Lo más peligroso para estas nuevas candidaturas entonces, sería sucumbir a la tentación vertiginosa, y al parecer, sumamente entretenida, de las campañas electorales. Si estas no son anticampañas -en el sentido de la antipoesía-, serán pura imitación.