Si el Cuerpo es el templo del espíritu, ¿Por qué se lo reprime?
Por José Marimán Desazón causó en círculos izquierdistas la opinión de Pablo Milanés, cantautor cubano, quien dijera en una visita a Uruguay (Ago/2011) que “las ideas se discuten, no se encarcelan”, en alusión al tratamiento que se dio en Cuba a los disidentes políticos y sus acciones. Idea que continuó divulgando en otras visitas a países de América Latina1 Su ex compañero de ruta, Silvio Rodríguez, salió a desacreditar esas opiniones, diciendo que causaban “daño interno” al régimen cubano y que “en las revoluciones nadie es imprescindible”2. Pero el encarcelar y eliminar gente por sus ideas no es solo un espectáculo en regímenes de izquierda. También es propio de regímenes de derecha (Chile y sus 17 años de dictadura), y de cualquier sistema político que ejercite de manera abusiva el poder y la autoridad sobre sus ciudadanos. Si hay algo común a regímenes políticos autoritarios o semidemocráticos, sean de la orientación ideológica que sea, es el hecho que tienden a acallar al oponente y sus ideas –con las praxis que generan- a través de atacar su(s) cuerpo(s). ¿Por qué? Quizá porque, como ha dicho Milanés, las ideas no se pueden apresar. Las ideas no son cosas materiales, sino abstractas. Por lo tanto, fluyen libremente, en la medida en que son verbalizadas, escritas o divulgadas a través de un acto del cuerpo de carácter mensaje-simbólico (negarse a comer, por ejemplo, en una huelga de hambre). Entonces, el dilema que enfrentan aquellos que quieren ponerle coto a ciertas ideas que no les parecen, es combatirlas con otras ideas o bien machacar los cuerpos que sostienen y alimentan los cerebros que producen tales ideas-praxis. Por desgracia, aún en nuestros tiempos, no pocos políticos y custodios del “orden” público optan por esta última alternativa. Por los estudios de Michel Foucault, como en “Disciplina y castigo”, sabemos que si hay algunas diferencias entre épocas tempranas y modernas, en el uso horroroso del castigo para imponer buenos ideales y costumbres a seres descarriados; es que las nuevas formas son más insidiosas. A partir del siglo XIX las cárceles fueron sustituyendo los lugares públicos para el “castigo ejemplar”. El que, cuando fue inevitable, continuó realizándose pero en recintos cerrados y en teoría tratando de evitar el dolor. Con ese propósito una bala certera, electricidad en alto voltaje o una inyección letal desplazaron los horrendos descuartizamientos, empalamientos y otros tormentos a que nos acostumbraban las autoridades pre-modernas (pensemos en Kewpolikan). Pero por desgracia, evitar el dolor a la víctima, que hoy se considera “civilizado”, no es un asunto que desvele a muchos en regímenes autoritarios y semidemocráticos (e incluso, dejándonos de cuentos, son de uso corriente hasta en aquellos países que se consideran “la” vanguardia de la modernidad). En Chile miles de ciudadanos pasaron por la humillación de la tortura en tiempos de dictadura. Tortura y otras formas de escarmiento a quienes sostienen ideas con praxis políticas diferentes, aún coexisten con nuestra “democracia” actual, como bien lo saben aquellos estudiantes, adultos o mapuche poco afortunados, que han de caído en manos de carabineros en protestas, y que desde su ingreso a un bus o una patrulla comienzan a sentir los golpes, manoseos y degradación de parte de sus captores. Las personas no son seres abstractos sino concretos existentes en cuerpos. Lo que se haga al cuerpo repercute en la persona, su cerebro, sus ideas. “El cuerpo es el templo del espíritu” dice la Biblia de los cristianos (corintios 6:19). Y caramba que deben saberlo bien los regentes del poder y sus verdugos, porque apuntan allí invariablemente cuando pretenden anular a sus enemigos o adversarios políticos. Aunque, y para ser justos, también le ofrecen la posibilidad del “premio” o la “redención”, en la medida en que aprenden a comportarse “apropiadamente”. Un ejemplo de esas tácticas políticas nos los ofrece la visita del Presidente Piñera a la comuna de Malleco en octubre del 2012, en que mientras la policía del Estado se ensañaba con los mapuche “malos” -incluidos niños- en comunidades de la zona; a unos kilómetros más allá se premiaba a los mapuche “buenos” subscribiendo con ellos convenios de áreas de desarrollo indígena. Por estos días, nuevamente, una batalla en el terreno de las ideas-praxis políticas entre mapuche autonomistas-nacionalitaristas y el Estado chileno, se encuentra en desarrollo. Presos políticos mapuche a mediados de noviembre iniciaron una huelga de hambre, para conseguir la anulación de un juicio viciado, con testigos encapuchados y Ley Antiterrorista de por medio, que les condenó a pasar casi una década en cárcel. Los activistas mapuche solo desean un juicio justo. El escenario en que se materializa el evento es la cárcel en Chile, y el campo de batalla sus cuerpos.