La patria, de dulce y agraz
Por Diógenes Kyon
O la Patria. Pienso en la patria. Mmm, la patria ¿qué será eso de “la patria”? Y trato de imaginarme cómo se puede ser traidor a una cosa que no es más que pura imaginación, quizás un sentimiento. Porque la patria no es el territorio, ni la nación. Ni el país –que en sí es ya algo muy vago- a no ser que el paisaje sea esa cosa que llaman “patria” y si lo fuera, pienso, cómo sería posible ser traidor –expresión bastante fuerte, por lo que implica- más parecida a un delito un poco raro que otra cosa- a un paisaje, algo así como ser traidor al cerro San Cristóbal o al Cajón del Maipo, por ejemplo. Ahora bien, en tanto sentimiento es algo así como ser traidor al espíritu de las empanadas de pino o a la cazuela de ave o a la mousse de picorocos; es posible incluir en la lista, por ejemplo, a la Canción Nacional, también llamado Himno Patrio. Ahí ya saltó la noción de patria pero asociada a una música con letra o a una letra con música. Y ya que estamos en el terreno de las artes –culinarias, literatura, música-, Juan Francisco González, por ejemplo, sin ir más lejos, ¿podría considerarse la patria, quiero decir sus pinturas, qué otra cosa? Y si no me gustan las pintura de la Generación del 13 ¿seré acaso tildado de traidor? Y, llegado el caso, ¿podría ser torturado por eso? ¿Ejecutado, tal vez? Supongamos que los padres de la patria –una patria con muchos padres ya es sospechosa, al menos socialmente hablando, digámoslo fuerte y claro- sean también ellos mismos, en tanto fundadores, la patria famosa, la propia patria en la memoria ¿será la patria? No ser o’higginista o caerle mal José Miguel Carrera ¿será un acto de traición? Sin contar, eso sí que no, que ellos mismos, los padres fundadores, sí que eran traidores a su patria que era, como todos saben, España. Hay aquí unas ciertas confusiones que conviene aclarar. Los así llamados patriotas o criollos, eran españoles súbditos coloniales del rey de España por lo que su rebelión era contra su patria de toda su vida y su monarca, antepasado del que nos rige hoy de igual apellido: Borbón. Vuelvo a la cocina, que es donde se manifiesta el patriotismo nacionalista más acérrimo, negar, por ejemplo, al lomo a lo pobre, o las guatitas a la jardinera, o la plateada con puré picante ¿será traición? ¿Merecerá, quien lo haga, ser torturado por unos oficiales, por así decirlo, de las fuerzas armadas (que no amadas) que son, a su vez, la “reserva moral (mortal) de la Nación”? No voy a poner en tela de juicio a las machas a la parmesana porque, como su nombre lo indica, no son de aquí sino que imitan a unas machas de Parma, que está en Italia. No estoy seguro de que en Parma haya machas locales. Tengo entendido que no tienen playa y por eso, tal como los bolivianos, no tienen mar. Así que por eso no me preocupo. Si no me gustan, no me pueden tildar de traidor y los oficiales de las fuerzas armadas no me pueden torturar. Tampoco me voy a referir a los asados a la parrilla, porque sería como mentar la cuerda en la casa del ahorcado, en expresión de Jorge Luis Borges. Pero es necesario decir aquí que la tortura es un acto bestial, un recurso inhumano, que fue cultivada, entre otros cretinos, por los curitas de la Inquisición a quienes también les gustaba asar a sus víctimas, que eran los que no creían las mismas cosas que los seguidores de Santo Domingo de Guzmán, fundador de la asquerosa institución, otra reserva moral de la humanidad, autodesignada, como se decía con frecuencia por estos lados no hace mucho. Pero rematemos esto de la patria. Matta, el pintor nacional avecindado en la localidad de París, quiso incluir el tema de la “matria”, interesante proposición que no tuvo éxito alguno. Nadie estaba dispuesto a dar nada por la matria. Quizás se impuso aquello de que tantos padres de la patria podrían hacer de la matria una fuente inagotable de chistes más o menos hirientes. Menos mal que no tuvo éxito la idea, porque en caso contrario la sostenida práctica inmoral de la tortura habría crecido exponencialmente. Si alguien no creía en la leche con plátanos, ni en la Fuente Alemana (ya en la práctica cotidiana nacionalizada) imagínese usted lo que podría haber sido con la matria. Además habría sonado feo: de patriotas a matriotas. Bueno, si no feo, raro. Y de raros, en este paisaje ya estamos hasta más arriba del paracaídas, en palabras de un ministro de la justicia, otro chiste como para desternillarse. Para mi, la famosa patria no es más que un puñado de amigos, un par de bares y dos o tres localidades inolvidables. Ojalá no se le despierte a alguien, en alguna rama de las fuerzas vivas de la nación, las ganas de aplicarme el submarino seco. Claro, siempre es un riesgo. El señor general Alberto Bachelet no tuvo la suerte que he tenido yo. Eso sí, al menos, él fue asesinado por sus íntimos camaradas de armas y por sus amigos. Qué podría ser mejor para los cultores de la patria.