¿Qué hace un autobús en un museo?
Esa tarde Rosa regresaba de su trabajo como costurera. Un día no más agotador que otro cualquiera. Por eso debió aclarar tiempo después que efectivamente había declarado a la policía que “estaba cansada”. Y es que la esperaba un largo trayecto en bus hasta el suburbio en que habitaba, al otro extremo de la ciudad. Podría pensarse un acto inconsciente, impremeditado, pero un acto al fin y que como toda acción, acarrea un efecto. El hombre parado a su lado en realidad no hubiera querido importunarla, y cuando el chofer intervino con su exigencia pareció más intimidado que complacido. Además, habían otras personas más jóvenes que podrían haber accedido y no esta mujer sencilla sentada cerca suyo. Que se la llevara la policía, si bien algo perfectamente legal, debe haberle parecido a muchos una exageración. Todo por no cederle el asiento al hombre que inadvertidamente se paró a su lado en el pasillo. Pero lo que hizo que Rosa se negara a ceder el asiento que ocupaba no fue que estuviera cansada, como muchos quisieron motejar el incidente. Tal vez eso lo hubiera entendido la policía y hasta la hubieran liberado. Pero ella –lo que dijo– “estaba cansada de humillaciones” (ceder: ingl. yield). Por eso ante la amenaza del chofer de recurrir a la policía, ella respondió con un escueto “puede hacerlo”. La agresión contra el sistema estaba lanzada en la Alabama segregacionista del sur (norte)americano de mediados de los años cincuenta y no quedaría impune. Todo el aparato legal heredado del Estado esclavista estaba intacto desde el siglo XIX y sería suficiente para aplastar a esta negra insurrecta. Pero se equivocaron de persona. Rosa Parks (McCauley por su apellido de soltera) desde 1949 participaba como asesora de una asociación para promover el bienestar de los negros, la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP), y si bien era costurera al momento del incidente, había cursado estudios en la (escuela industrial para señoritas) Montgomery Industrial School for Girls y en el (colegio para maestros del estado de Alabama) Alabama State Teachers College. Ella sabía lo que estaba haciendo, pero no imaginó cuán lejos ni con qué profundidad repercutiría en la sociedad de su tiempo y en el mundo entero. Favoreció que la noticia apareciera en un diario local del día siguiente en primera plana –por lo insólito, seguramente– para despertar una indignación acumulada por generaciones. De ahí el boicot a los autobuses segregados –una línea dividía la parte de los blancos, adelante, de la trasera reservada a los negros; el negro pagaba su pasaje al chofer y bajaba para subir nuevamente por la puerta trasera–, boicot que duraría un año y veinte días, promovido por la para esos efectos creada Montgomery Improvement Association, organización presidida por un joven de 25 años, un desconocido predicador bautista, un tal Martin Luther King, que en la década siguiente inflamaría el país con la lucha reivindicativa de su raza, denominada por los Derechos Civiles, mientras el KKK incendiaba –literalmente– las casas de los negros con ellos adentro. Tal vez no se equivocaron de persona después de todo: se equivocaron de época, o de otro modo la historia no hubiera cambiado. Rosa Parks creó en 1977 una fundación en memoria de su esposo dedicada al desarrollo personal. Allí aún existe un programa, Pathways to Freedom (Camino a la Libertad), que realiza recorridos en autobús para adolescentes con el objeto de darles a conocer en el trayecto la historia de la lucha por los Derechos Civiles en los Estados Unidos y sus repercusiones contemporáneas. En 1999 recibió la Medalla de Oro del Congreso de manos del Presidente Clinton. Al año siguiente la Troy University de Montgomery funda Rosa Parks Library and Museum, donde entre abundante documentación y objetos de todo tipo, se exhibe el autobús. El episodio que la hizo famosa ocurrió el 1 de diciembre de 1955, cuando Rosa tenía 42 años. Falleció 50 años después, en 2005. Senil, había olvidado quién era. Pero nosotros no debemos olvidarlo ni quedarnos en la anécdota. Porque Rosa Parks no buscaba reconocimiento: buscaba justicia. Y ya se trate de seres iluminados o la coyuntura social sea la que despierte las conciencias, ninguna causa será utopía mientras tenga militantes.