Soy parte del 7% de chilenos que daría mar soberano a Bolivia
Hay que elegir. Sobre eso trata esta columna.
Hoy escribo desde la total impopularidad. Soy parte del 7% que daría mar soberano a Bolivia. Soy de los que se emociona leyendo la carta a un niño boliviano de Lemebel o las palabras de Raúl Zurita cuando dice que “el acto verdaderamente patriótico del que uno se siente orgulloso es el que dona. Aunque le duela y que es capaz de ver a sus hermanos y vecinos, de tenderles la mano”. Me conmueve encontrar, como reconfortantes oasis en medio de grandes desiertos, a unos pocos chilenos que practican la empatía, que entienden la chilenidad como fuente de unión interna y no como motor de xenofobias. Si todavía quiere seguir leyendo, es porque tal vez haya algo en usted que supere el discurso patriotero y belicista de la enorme mayoría de este país.
Y desde ya, entiéndase que guardo el máximo respeto por nuestros soldados que fallecieron en la Guerra del Pacífico. Como lo guardo por los bolivianos y los peruanos fallecidos. Y que me avergüenzo de las tropelías cometidas en Lima, como me avergüenzo de la rapiña territorial injustificable que sobrepasó con desfachatez un problema de impuestos por el salitre. Los soldados de los tres países fueron parte de una guerra, que, como alguien dijo, consiste en que personas que no se conocen se masacran, siguiendo las instrucciones de personas que sí se conocen, pero no se masacran. Desprecio, ante todo, a los dirigentes y élites que envían a otros a morir y matar, normalmente pobres, para que defiendan los intereses de esas élites.
Así que no me vengan a hablar de que le falto el respeto a nuestros soldados. Los que se rieron de ellos, los usaron y los abandonaron después fueron otros. Tanto los respeto que nunca les hubiera pedido que dieran sus vidas para disfrutar de los beneficios del salitre. Tanto los respeto, que una guerra de invasión jamás hubiese estado en mi horizonte.
Pero en esta ocasión no pretendo discutir sobre si Bolivia tiene o no razón ni en qué medida.
El único propósito de esta columna es insistir en un punto: o sometemos los conflictos a la decisión de terceros a través de un proceso dialéctico basado en argumentos y raciocinios o, como algunos preferirían, los dejamos entregados a la violencia. O tenemos una batalla intelectual, con un árbitro que decide quién la gana, o una física, en donde la fuerza se convierte en el único árbitro.
Si usted opta por lo primero, que es lo único sobre lo que me parece sensato razonar aquí, convendremos en que debe aceptar las reglas procedimentales y, sobre todo, honrar su buen nombre acatando el fallo que se dicte, aunque a usted le parezca injusto, excéntrico o creativo. Pues bien, solo quiero referirme a tres mamíferos chilenos que parecen apreciar muy poco la evolución humana de someter los conflictos a la decisión de un tribunal.
Mis tres elegidos son, creo, bastante conocidos. El escritor y actual Ministro de Relaciones Exteriores, Roberto Ampuero; el ex presidente Eduardo Frei; y el sociólogo y analista Fernando Villegas.
Ampuero dijo que “si a Chile lo buscan, lo encuentran”. Esta frasecita parece sacada de una pichanga de barrio. Es una “oferta de combos”, como todos entendemos. Claro, si se desata una guerra no será Ampuero ni sus hijos o nietos quienes la peleen. Es fácil decir bravuconadas cuando se ha estado bien lejos de la muerte y se envía a otros a encararla.
Sigamos con nuestro ex presidente Frei. Dijo que “Chile no estaba dispuesto a acatar fallos muy creativos”. Traduzcamos: obedecería solo los fallos que le gusten. Pero si uno ha decidido reemplazar los tanques y las bombas por los argumentos jurídicos ante un tribunal, y prefiere los combates dialécticos a los cuerpos de jóvenes-niños descuartizados, eso significa que acatará el fallo del tribunal, aunque no le guste, aunque le parezca creativo o muy creativo. Su llamado a un futuro “desacato” si no le gusta el fallo a Chile es, por si no se dio cuenta, un llamado simultáneo a la violencia como método final de resolver aquello en lo que nunca habrá acuerdo.
Concluyamos con el sociólogo Fernando Villegas. Es llamativa la fluidez de su verbo, hablado y escrito, en particular porque la forma a veces sublime en la que articula ideas y propuestas se estrella con lo pedestre de las mismas. En este caso, en La Segunda, el 19 de marzo pasado, se reprodujo una opinión dada en Radio Agricultura, según la cual toda la causa boliviana era un lloriqueo de mujercitas, agregando que si los bolivianos hubieran combatido como hombres no estarían lloriqueando.
Lo anterior aporta demasiado material, así que contendré mis ímpetus… ¿por dónde comenzar? Quizás la primera imagen que se me viene a la mente es cómo palidecería este opinante sociólogo si se hubiese encontrado en la Guerra del Pacífico frente a un soldado boliviano, uno de esos que no combatían como hombres. No me presten atención a esta reflexión, porque no tiene valor alguno para el debate, pero me divierte pensar en las rudas expresiones de personas con manos tersas y un cuerpo que denota pocos rigores físicos. Es del tipo de personas que gustan de hablar de guerras y hasta de provocarlas, sabiendo que nunca visitarán las trincheras.
¿Y qué decir de la misoginia apenas disimulada? ¿Lloriqueo de mujercitas? ¿Combatir como hombres? Parece que para el señor Villegas la hombría y la virilidad se resumen en no llorar nunca y, más aún, en andar matando a otros seres humanos en una ceremonia tan poco intelectual como la guerra. Es la testosterona y la estupidez en sacro y eterno matrimonio, con el obispo Villegas bendiciendo los cañones. Por mi lado, ojalá las mujeres hubiesen gobernando el mundo desde siempre, pues de seguro menos idioteces se habrían cometido y sufrimientos provocado.
Pero es hora de las conclusiones, aunque nos duelan. Las guerras no son justo título ni formas legítimas de adquirir lo ajeno. ¿Duele? Un poco. Es duro admitir que uno ha arrebatado algo a otro, que simplemente lo ha despojado. Y que nos creemos dueños porque matamos con más eficiencia y pudimos despojar. Es la historia del hombre. La rapiña europea a través de sus colonias y la esclavitud; la del Estado de Chile contra los mapuches y contra Bolivia. ¿Ellos habrían hecho lo mismo si hubiesen podido? Tal vez. ¿Deja lo nuestro por ello de ser rapiña? No.
No estoy diciendo simplemente que se devuelva todo el territorio conquistado hace más de 100 años. Para bien o para mal, ya hay mucha transformación cultural y realidades nuevas de las que hacerse cargo. Solo digo dos cosas.
Primero, que si tenemos un poco de conciencia sobre el origen de nuestro carácter de “dueños” (me refiero a la guerra), tendríamos en mente alguna flexibilidad adicional para dar una solución generosa, empática e inteligente a Bolivia.
Segundo, que cuando menos debemos celebrar que estos conflictos se resuelvan en un tribunal en La Haya y no en suelo chileno o boliviano viendo humanos morir porque no son capaces de encontrar una solución a la altura de nuestros cerebros. Y que nadie, éticamente, debe cuestionar una solución judicial de un conflicto.
Las palabras de pichanga de barrio de Ampuero, las que anticipan desacatos judiciales de Frei y las que revelan la virilidad en el sentido de primate misógino ancestral de Villegas son irresponsables y desoladoras, pues alientan el belicismo y cuestionan la solución pacífica de los conflictos.
Siempre debemos aceptar y acatar el fallo de La Haya. Aun en la tristeza de una derrota judicial, debemos celebrar estar evitando conflictos armados y cerrar un capítulo sin más sangre derramada.
Hay que ser muy valientes para someterse a la decisión de un tercero y creer fervientemente en la paz para asumirla cuando no nos favorezca. La valentía no es cosa de estúpidos disparando armas, sino de aceptar que no nos encuentren la razón.
Yo aplaudo someter los conflictos a los tribunales. Aplaudo acatarlos y aceptarlos cuando no nos gusten. Aplaudo la valentía de Zurita y la sensibilidad de Lemebel. Lamento el discurso ramplón y belicista de personas como Ampuero, Frei o Villegas, que no pelearon ni pelearán guerras, porque una guerra es un lugar al que enviarían a otros y a los hijos de otros.