Cachupines: Crítica a

Cachupines: Crítica a "Terriers" de Constanza Gutiérrez

Por: Belén Roca Urrutia | 17.08.2017
Si bien los cuentos que cierran Terriers tienen problemas con la generación de expectativas en vistas del cierre de cada uno de ellos —difícil distinguir si es un gesto intencional o no—, en general es reconfortante el humor de la prosa de Gutiérrez.

Aun cuando en el 2017 pareciera que el mundo en el que se mueven las nuevas generaciones —millennials, que les dicen— pertenece única y exclusivamente a internet y sus posibilidades, las ficciones publicadas por los nietos de la dictadura insisten en darle una vuelta más a los modos de vida de los noventas. Terriers (Hueders-Montacerdos), segunda publicación de Constanza Gutiérrez, no es la excepción.

En sus siete relatos, todos narrados en primera persona, hay patrones que se repiten en vistas de otorgar unidad a la obra. El más obvio es el lugar desde el que se narra cada historia. Casi todos los protagonistas son personajes que están situados en ese difuso rango que separa la infancia de la adolescencia. También la recurrencia de animales domésticos o de caza —ningún terrier, por cierto— llama la atención al ser, en más de una ocasión, el móvil en el que los cuentos adquieren sentido.

El recurso funciona, ciertamente, aunque pierde fuerza avanzando en los relatos. Esto se nota, especialmente, en la alusión a sucesos o acciones paranormales. Al estar presentes en “Chiquita linda”, el relato que abre Terriers, y en “Marrón glacé”, el penúltimo cuento, cuyo eje central es el misticismo y la brujería, no sorprende.

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Llama la atención que los escenarios descritos en Terriers tienen escasa relación con la vida en la capital. Los universos construidos por Gutiérrez toman como referencia el campo de los valles centrales, además de Iquique y Chiloé. El lenguaje de los personajes que habitan tales escenarios se lee coherentemente con la forma en que se comunica la gente que no vive en Santiago, sin caer en un excesivo criollismo. Así, en “No te vayas dentro” son descritos con humor y frescura algunos modismos chilotes, puestos en contraparte con el vocabulario urbano de su protagonista, un afuerino que, contra su voluntad, se ve obligado a volver a la isla para un evento familiar.

Si bien los cuentos que cierran Terriers tienen problemas con la generación de expectativas en vistas del cierre de cada uno de ellos —difícil distinguir si es un gesto intencional o no—, en general es reconfortante el humor de la prosa de Gutiérrez. Caso ejemplar es “Marrón glacé”, quizás el mejor logrado de todos, precisamente porque no pretende nada más que posicionar al lector en medio del caos y el absurdo que caracterizan a los matrimonios desde la mirada de una niña de nueve años. Las voces infantiles son más perspicaces, en Terriers, que la de los mayores. En este mundo narrativo, los adultos sobran.