Violencia obstétrica: El currículum oculto que legitima prácticas indebidas en la formación universitaria
“¿No sabe pujar? ¡Puje bien señora, o se le va a morir la guagua adentro! ¡Pero sin hacerse caca!”, grita una matrona en la maternidad colapsada de un hospital público santiaguino. Su voz irrumpe con fuerza en un espacio donde, a no mucha distancia, se escuchan los quejidos de mujeres que están en trabajo de parto. La “señora”, que escucha a la matrona asustada y tratando de pujar bien, tiene solo 16 años.
Ese es sólo uno de los muchos recuerdos de violencia que se grabaron en la mente de Andrea, estudiante de Obstetricia y Puericultura de la Universidad de Chile, cuando comenzó a tener prácticas de parto.
Este año, el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) incluyó por primera vez en su informe anual un capítulo completo dedicado a la violencia obstétrica. Mostrando como gatillante el caso de la comunera mapuche Lorenza Cayuhán (pero aclarando que la responsabilidad de ese caso en particular recae en Gendarmería), ahondó en las experiencias y recomendaciones nacionales e internacionales, en las agresiones que sufren las mujeres por parte de los agentes de salud en el marco del embarazo, el parto y el puerperio. Agresiones que son tanto físicas como psicológicas.
Uno de los pocos países que ha legislado al respecto es Venezuela, donde se sancionan las agresiones en el proceso vinculado al parto, definiéndolas como "la apropiación del cuerpo de la mujer y sus procesos reproductivos por parte del equipo de salud, lo que conlleva pérdida de autonomía, etc.". La legislación venezolana hace sentido ante los cientos de relatos que se han divulgado por Internet -acusando tanto al sistema público como al privado-, donde las mujeres se transforman en un cuerpo que tiene como fin expulsar otro cuerpo más pequeño.
El trato que reciben las mujeres en las salas de parto es un tema que cada día se discute más. Tanto en la prensa como en las mismas aulas de las universidades, palabras como violencia obstétrica se repiten con frecuencia, pese a que quienes están en formación se dan cuenta apenas pisan los hospitales de que allí las reglas son completamente distintas.
La idea de que eficiencia y medicalización son sinónimos de un parto exitoso, las deplorables condiciones laborales y las relaciones de poder en disputa son parte del engranaje de la violencia obstétrica en los hospitales de Chile. Para conocer cómo lo viven las matronas que dentro de un tiempo estarán ejerciendo, El Desconcierto conversó con estudiantes de Obstetricia y Puericultura sobre el impacto que se vive en las pasantías cuando les toca ser testigos -e incluso tomar parte y ser evaluadas- en prácticas violentas.
Las prácticas de otra época que siguen vigentes
Aunque hace más de 30 años la Organización Mundial de la Salud (OMS) realizó en la Declaración de Fortaleza una serie de recomendaciones sobre el parto y el nacimiento, el reconocimiento del INDH es uno de los primeros esfuerzos por reconocer la existencia de este problema. Otro antecedente es el “Manual de atención personalizada en el proceso reproductivo”, realizado durante el primer mandato de Michelle Bachelet con 5.000 ejemplares que se distribuyeron en hospitales a lo largo de Chile. El texto apuntaba a mejorar la atención que se le entrega a las mujeres en el sistema de salud pública, estableciendo criterios y reconociendo parte de las falencias que hasta hoy lo aquejan.
Sin embargo, casi una década después, las estadísticas arrojan cifras negras, evidenciando que gran parte de lo que el manual plantea es letra muerta dentro de las maternidades del país. La falta de difusión, la nula continuidad de las políticas públicas después de que cambia el gobierno y la dificultad de cambiar las conductas ya arraigadas dentro de médicos y matronas, aparecen como las principales razones.
Dentro del informe, el tema de la formación profesional se asoma planteando dos aristas: las costumbres que echaron raíces dentro del quehacer -haciendo hincapié en el rol de las matronas- y la necesidad de actualizar la formación de quienes hoy se encuentran estudiando estas disciplinas.
“Cuando estudié Obstetricia, a mí me enseñaron a hacer inducción del parto, a usar oxitocina, a romper las membranas, me enseñaron la episiotomía, y no me lo enseñaron como que yo estuviese produciendo violencia en las pacientes, me lo enseñaron como que eran cosas de lex artis, de la práctica de ese momento, y eso se ha ido replicando”, cuenta en el informe Paulina Troncoso, encargada del Programa de la Mujer del Ministerio de Salud, al explicar que la mayoría de las matronas que hoy se encuentran educando en la práctica a sus futuras colegas, tienen una escuela donde los adjetivos “humanizado” o personalizado” jamás acompañaron a la palabra parto.
No obstante, la realidad parece estar cambiando: la idea de violencia obstétrica está cada vez más instalada en las aulas de las universidades. Ejemplo de eso es Gonzalo Leiva, matrón, director del Observatorio de la Violencia Obstétrica, investigador y también académico que ha trabajado en universidades como la Diego Portales y la Usach. Esta última destaca por incluir la idea de perspectiva de género como parte del perfil de egreso de sus estudiantes, además de haber comenzado a instruir a los alumnos en el tema.
La Universidad de Chile, la Universidad de Concepción y la Universidad Diego Portales son otras de las que de la mano de académicos como Leiva y Michelle Sadler -precursora en la investigación del nacimiento en el país- han sensibilizado a las actuales generaciones en el tema, aunque sea a través de cursos electivos o tocando el tema en ramos que no se refieren específicamente a eso.
El currículum oculto y la realidad brutal
“Es terrible. En cinco años de carrera me he encontrado con muchos casos en distintos hospitales, donde la gente que trabaja en general viene de la Universidad de Chile, la Universidad Mayor o la Usach”, cuenta Andrea, para luego narrar impactada que apenas pisó un campo clínico comenzó a ver el uso reiterado de la maniobra de Kristeller, un movimiento muy poco recomendable, que consiste en ponerse encima de la madre y presionar con mucha fuerza el fondo del útero para apurar la salida del bebé, y que -como aprendió en clases- tiene riesgos como provocar fracturas en los recién nacidos y mucho dolor en la madre. Sin importar eso, ha visto a profesionales subirse a taburetes para poder cargar con mayor comodidad el vientre de las mujeres en trabajo de parto.
No informar a las mujeres sobre los procedimientos que se les realizaran es otra de las malas prácticas que denuncian los testimonios de las estudiantes. Rosario, egresada de la Universidad Diego Portales, muestra especial preocupación a la hora de enfrentar un embarazo, en especial en el sistema público, donde muy pocas están informadas sobre el proceso del parto o las condiciones en que debería realizarse, provocando que salgan del hospital recordando el parto como un momento que normalmente debería resultar así de traumático y sin enterarse de que fueron víctimas de violencia.
En la maternidad del Hospital El Pino, de San Bernardo, Rosario vio cómo un equipo médico, compuesto por un profesional y estudiantes en formación, indujo un parto con misotrol, pero sin anotarlo en la ficha de la paciente. Al poco rato, luego de un cambio de turno, otro equipo de la misma clase, decidió utilizar oxitocina, generando una peligrosísima interacción entre fármacos que culminó en la extracción del útero de la paciente. “¿Tú crees que alguien le dijo que hubo una negligencia? Nunca le informaron lo que le estaban haciendo, se dio cuenta de que le metieron una pastilla en la vagina y que le pusieron suero nomás. Ella nunca va a saber que fue una negligencia o que los medicamentos que usaron con ella no eran ni siquiera necesarios, porque podía tener un parto vaginal normal. Va a creer toda la vida que fue un problema de ella”, se lamenta.
[caption id="attachment_115074" align="alignnone" width="794"] Campaña argentina contra la violencia obstétrica[/caption]
"Nosotros lo llamamos currículum oculto. Es lo que los estudiantes aprenden y lo que todos aprendimos en los campos clínicos, pero que no aparece escrito en las mallas curriculares ni en las competencias profesionales”, explica Gonzalo Leiva. "Cuando los estudiantes llegan al campo, empiezan a replicar las prácticas de los matrones, o de otra forma no se validan", agrega.
Pese a que las críticas de las estudiantes apuntan principalmente a las matronas que trabajan codo a codo con ellas, las prácticas de los médicos ginecóbstetras están lejos de atender a las recomendaciones internacionales y nacionales para respetar la autonomía y la integridad tanto física como psicológica de las pacientes. Eso se puede ver en las altísimas cifras de cesáreas, que en Chile llegaron a un 44,7% del total de los partos. Una cifra muy lejos de la sugerida por la OMS, que indica que no debería sobrepasar el 15%. En ese gremio, la discusión y el cuestionamiento de sus prácticas, al menos en lo que refiere al sector público, sigue siendo una deuda.
“Muchas veces nos hemos manifestado en la universidad, pero la respuesta es siempre la misma: que tengamos paciencia y no actuemos así cuando ejerzamos”, explica Andrea, planteando que otro problema es la forma en que las matronas a cargo tratan a las estudiantes, incluso frente a las pacientes. “A veces en medio de un trabajo de parto te empiezan a interrogar, te humillan como estudiante y más encima distraen todo el parto, es violento para quién está aprendiendo y para la mujer que tiene que parir así”, añade.
Durante un turno, la matrona que evaluaba a Rosario le pidió que rompiera la membrana de una paciente, práctica usual para acelerar partos, pero que pocas veces resulta necesaria, pues es un tejido que se rompe naturalmente. Temiendo ser mal evaluada, realizó el procedimiento, contra sus propios principios. Horas más tarde, le pidieron lo mismo y se negó. Eso, junto a otra ocasión donde enfrentó a la matrona por estar inyectando oxitocina “a chorro” a una paciente, casi le costó reprobar la práctica.
Emilia estudia obstetricia en la Universidad Mayor, donde dice que de violencia obstétrica se habla principalmente entre las alumnas, sin tener mucho espacio dentro de la carrera. Ella cuenta que vio como una matrona, llamada Isabel Opazo, que ejercía como docente en esa institución, comenzó a retar a una paciente mientras atendía un parto frente a sus estudiantes. “Le decía que si seguía así iba a terminar con un forcep, que la iban a rajar entera. La mujer estaba muy asustada”, recuerda. Hoy, esa matrona ya no trabaja en la institución.
Para las universidades es difícil conseguir hospitales para que sus estudiantes tengan experiencias prácticas, por lo mismo no cuestionan sus formas. “A las universidades el tema les incomoda, los campos clínicos son una pepita de oro”, explica Gonzalo Leiva, agregando que “las universidades no están en la parada de cuestionar a los hospitales, porque podrían decir ‘bueno, no les gusta, entonces búsquense otro campo clínico, hay cinco otras universidades esperando por venir acá’”.
[caption id="attachment_115077" align="alignnone" width="3456"] foto:Constanza Liberona[/caption]
La violencia del Estado y la necesidad de organización
“La violencia obstétrica existe, pero la ejerce el Estado”, afirmó en una entrevista con el diario digital de la Radio Universidad de Chile Anita Román, presidenta del Colegio de Matronas, refiriéndose a las condiciones en las que trabajan. Leiva, que es considerado una especie de “traidor” entre muchas matronas del gremio por cuestionar la forma en que trabajan, cuenta que en esta ocasión coincide bastante con la dirigenta: la falta de recursos humanos y materiales, las jornadas extenuantes y la obligación de atender bajo criterios de eficiencia, son formas de violencia obstétrica que recaen sobre el personal de las maternidades.
En una sala de parto, lo recomendado tanto por el Minsal como por los organismos internacionales es que haya una matrona por parto. Las estudiantes relatan que les ha tocado ver turnos de noche con solo dos matronas a cargo de 25 mujeres. Las cifras mostradas por el Colegio de Matronas en el informe del INDH indican un promedio de cinco mujeres por cada matrona.
Sin embargo, tanto las estudiantes como Leiva coinciden en que parte de la violencia puede responder a condiciones materiales, pero los gritos, retos y agresiones son algo que no se puede justificar. Las chicas además destacan el trato especialmente denostante que les ha tocado ver con pacientes extranjeras, tratando a las peruanas de “quejonas” y gritoneando a una haitiana que presentó complicaciones por no llegar antes al hospital, pues por el idioma, no había logrado explicar en el consultorio lo que le pasaba.
“Sería maravilloso que existiera una relación de aliados, donde las críticas que nacen en las universidades se tomen como una oportunidad de mejorar”, reflexiona el matrón del Observatorio Con la Violencia Obstétrica. En su opinión, las universidades deberían intervenir los hospitales, aportando el conocimiento que desarrollan en pos de mejorar los espacios. Otro punto que critica es que ante este tema, la respuesta a nivel gremial sea defenderse. “Si las y los colegas en los hospitales entendieran que es mucho más conveniente estar del lado de las mujeres, se avanzaría mucho. Los matrones ganaríamos, aumentaría el campo laboral”, explica, añadiendo que cuando las mujeres protestan por sus derechos, ellas se pararán a su lado, exigiendo las condiciones para poder atenderlas de la mejor forma posible.
Andrea también ve lo colectivo como la principal forma de erradicar el problema.“Tú sabes que cuando ejerzas no vas a ser así, pero es difícil combatirlo individualmente. Mientras no haya una organización donde propongamos algún plan para dejar de responder ante este sistema violento, es difícil que pase algo en realidad”, sentencia la joven estudiante.