Todos sufrimos
Cuando se habla de la violencia bajo la dictadura en Chile es recurrente escuchar “a mí no me tocó”, “tuve suerte” o “no había nacido aún”. Y claro, la violencia de Estado genera esa engañosa sensación de ser no-víctimas por no haber vivido en primera persona las mayores atrocidades de la violencia de Estado.
Pero todos sufrimos de alguna manera la dictadura civil militar, o una gran mayoría al menos.
Hace unos meses, desde la Universidad Alberto Hurtado, hicimos un llamado a escribir breves relatos sobre la dictadura y a partir de ello publicamos un libro. La convocatoria superó con creces nuestra expectativa. Desde el primer día comenzamos a recibir testimonios y ello no cesó hasta el día del cierre. Son historias escritas por personas de distintas generaciones que narran diversas experiencias, desde aquellas pequeñas escenas de terror hasta quienes sufrieron la mayor brutalidad de la dictadura.
Los relatos plasman el sufrimiento del día a día. Es un sufrimiento que puede involucrar las acciones más cotidianas: tener un libro en la mochila y que un militar te detuviera y le pareciera “subversivo”; o hablarle a un compañero de universidad, un vecino o un colega de trabajo que pudiese ser un “sapo” que te fuese a delatar; o que se te enfermara un hijo de urgencia bajo el toque de queda. Son historias de un miedo terrorífico porque la realidad latente era que, por más mínimo que fuese una acción, se podía convertir en la bestial violencia de la época. Estas pequeñas historias forman parte de una gran historia colectiva.
Los relatos también muestran como los testigos de la violencia, la crueldad y la maldad brutal son parte de este sufrimiento colectivo. Luego de 50 años, los testigos narran el trauma de haber sido un observador. Ellos no solamente vieron la violencia, también la vivieron. En sus relatos, los testigos son parte de la escena del terror y acompañan hasta al día de hoy a las víctimas en el sufrimiento, aunque no las conocieran, ni nunca las volverán a ver. Sufren por el otro en su máxima expresión de humanidad y sufren porque aprendieron que el terror y la brutalidad estaba allí, presente en la atmósfera y que en cualquier momento les podía alcanzar.
Los relatos también retratan la experiencia de niños, niñas y adolescentes de aquella época, quienes absorbieron la tensión y el sufrimiento. Ellos aprendieron que la violencia de Estado era una posibilidad. Y desde su mirada de niños, poco se les explicaba. Dominaba el secretismo, el miedo y el silencio. Incluso, a pesar de las protestas y la valentía de tantos, los relatos muestran el dolor y el miedo que silenció hasta los espacios más íntimos de los hogares. Desde su comprensión infantil, con escasa información, los niños tenían la difícil tarea de intentar descifrar ese mundo violento nombrado bajo los códigos de los adultos.
Asimismo, está el sufrimiento de las generaciones que nacieron en el Chile de la postdictadura. El sufrimiento, el miedo, la memoria colectiva del país se transmite y se hereda de generación en generación. Entre los relatos hay hijos, sobrinos y nietos que escriben las historias y dolores de sus familiares, que también son propios.
Por último, están las víctimas de las mayores atrocidades y sus familiares, con las cuales el país aún está en deuda y es nuestro sentido deber reconocer y acompañarlos en ese dolor compartido y en la lucha por la verdad y justicia.
El impacto de la dictadura no es solo sobre algunos, es de todos, como un colectivo. El terror, en sus distintos grados, invadió la vida cotidiana de las calles, las escuelas, las universidades, los lugares de trabajo, y marcó a generaciones. Para el año del plebiscito del 88’ yo estaba en 7mo básico. Me identifico con esa generación que debimos silenciar y estar agradecidos de estar vivos y volver a la democracia. Pero a estos 50 años nos permitimos aceptar que fue un sufrimiento expansivo y que la gran mayoría fuimos víctimas de distintos modos. Nos merecemos hablar y escribir nuestras memorias.
A estos 50 años, a pesar del violento negacionismo actual en el país, he observado, como nunca, expresiones de diversos actores y organizaciones de la ciudadanía de aceptar, compartir y expresar nuestros dolores que son propios, pero también son de todos. Libros, arpilleras, podcast, videos, conversaciones de mesa, son expresiones de esta sentida necesidad. Han sido expresiones espontáneas y masivas. Son un ejercicio colectivo de mantener la memoria viva. Esta es nuestra historia, la de nuestro país.
* Para quienes quieran descargar el libro “A 50 años del golpe civil militar. Relatos sobre la dictadura”, ver AQUÍ.