El voto con-sentido

El voto con-sentido

Por: María Isabel Peña Aguado | 05.01.2022
Hoy podría decirle a la señora Chellew que yo creo en su desencanto ante una complicidad que sigue presente, ante la impotencia de ver cómo estos delitos —en España ya se habla de violencia vicaria— siguen no sólo impunes, sino que además se duda de su condición de tal. Podría decirle que conozco su angustia de primera mano y me hago las mismas preguntas que ella, pero me imagino que a la señora Chellew le gustaría oír todo esto no de una feminista declarada, sino de sus vecinas más próximas, mujeres de su entorno que conocen cómo funcionan los códigos morales y de conducta de su zona. Conjeturo que estaría contenta si se tomara conciencia del dolor que viven muchas de esas mujeres, empezando por ellas mismas. 

A principios de diciembre una buena amiga me llamaba la atención sobre una carta que había aparecido en el diario El Mercurio con un contenido bastante desgarrador. La carta denunciaba la mofa que se hacía desde los candidatos de la derecha de la situación de las mujeres cuyos maridos no pagan la pensión de alimentos. Y manifestaba, asimismo, la falta de solidaridad entre las mujeres frente al desastre económico y angustia de sus congéneres y sus hijos. La autora, María Angélica Chelew, se declaraba de derechas y ponía en evidencia la situación precaria y de desamparo que viven las mujeres de los barrios altos que deciden romper con los votos matrimoniales y separarse de hombres que a menudo las manipulan y maltratan.

El porqué subrayo la palabra voto es algo que voy a explicar en seguida, pero permítanme antes una breve reflexión: desde que empecé a ejercer como asesora filosófica para mujeres —lo que he nombrado sorosofía— he orientado a algunas que, en teoría, están en una situación de privilegio económico, pero cuyos ex maridos, familias y amigas abandonan a su suerte por romper un código no escrito que les prohíbe rebelarse. No sólo las dejan casi en la indigencia económica —muchas no tienen recursos porque las fortunas las manejan sus ex y hace tiempo que han dejado de ejercer sus profesiones para ejercer de señoras de casa. Lo más difícil es la soledad en que se quedan muchas de ellas tras un repudio social que en Chile es sin duda peor que haber dejado de disponer de tarjetas de crédito y coches. Y lo más duro es que ese aislamiento empieza por las propias mujeres que también se convierten en ex amigas. Mujeres que sienten el vértigo del miedo y la vergüenza y prefieren mirar hacia otra parte.

Cada vez que he asesorado a alguien de los denominados barrios altos, le he hecho notar la situación de insolidaridad que viven entre ellas. Todas, en la confiabilidad de las cuatro paredes de la asesoría, me han dado la razón. Todas, no obstante, responden con la impotencia de no saber cómo cambiar esa situación. Una imposibilidad que parece que está grabada a fuego en sus cuerpos y mentes. Quizá sea eso lo que les impida considerar que tienen un arma fácil de usar y muy eficaz contra el capitalismo patriarcal: la que reside en el apoyo entre las mismas mujeres, en un comportamiento solidario entre ellas. Ese ha sido, sin duda, el mensaje más potente del #Metoo.

Hoy podría decirle a la señora Chellew que yo creo en su desencanto ante una complicidad que sigue presente, ante la impotencia de ver cómo estos delitos —en España ya se habla de violencia vicaria— siguen no sólo impunes, sino que además se duda de su condición de tal. Podría decirle que conozco su angustia de primera mano y me hago las mismas preguntas que ella, pero me imagino que a la señora Chellew le gustaría oír todo esto no de una feminista declarada, sino de sus vecinas más próximas, mujeres de su entorno que conocen cómo funcionan los códigos morales y de conducta de su zona. Conjeturo que estaría contenta si se tomara conciencia del dolor que viven muchas de esas mujeres, empezando por ellas mismas. 

Podría dejarlo aquí, pero lo prometido es deuda y vuelvo al voto. Me llamó la atención el título de la carta: “Mi voto hoy es nulo”. Un título que en pocas palabras expresa el silencio que se impone —o se imponen ellas mismas— a estas mujeres. Mi primera reacción fue: “No, señora, vote usted, deje oír su voz, considere al otro candidato”. Luego me quedé colgada en la palabra voto.

Desde el punto de vista etimológico, la palabra voto está más cerca del lenguaje religioso que político. Significa una promesa religiosa que, según Moliner, “envuelve un sacrificio”. Solo en su cuarta acepción tiene un significado político más tardío. Denunciar pues la situación que ha denunciado la señora Chellew no sólo es muy valiente, como apunta Ana María Stuven. Al elegir ese título está anulando algo más que su voto político, en realidad está terminando con un voto sagrado que impone a la mujer el sacrificio constante de su libertad e independencia. Y eso es muy significativo teniendo en cuenta la fatal complicidad existente entre las clases adineradas de Chile y la Iglesia Católica.

Ojalá que su carta sirva para anular muchos de esos votos sacrificados y para alzar la voz por la solidaridad femenina más allá de apellidos, comunas, color de piel y demás diferencias que todas llevamos con nosotras mismas.