La escandalosa columna de Tironi en que cuenta su experiencia vacacionando con pobres
En trending topic nacional se transformó durante esta mañana la columna de Eugenio Tironi, sociólogo y ex colaborador de Patricio Aylwin y Ricardo Lagos, publicada esta mañana en El Mercurio, bajo el título de "Bueno", en la que narra cómo durante sus vacaciones fue encontrándose con familias de clase media que antes no tenían acceso económico para costear viajes reservados comúnmente para otra clase.
Frases como "La mayoría eran morenos, bajos, algo entrados en carnes, con shorts y camisetas de la U o del Colo-Colo, que salían de los baños con la cabeza mojada para combatir el calor antes de reingresar a sus vehículos", en la que intentaba describir a sus compañeros de viaje, fueron las que despertaron las críticas en redes sociales, tildando de "clasista" a quien fuera el director de contenido de la exitosa campaña por el "NO" en el plebiscito de 1988.
Una de las declaraciones que más molestó a los twitteros no es precisamente en la que indica lo molesto "que es para gente como uno perder el privilegio de disponer de tanta belleza solo para uno" sino el extraño parangón que Tironi realiza entre democracia y mercado, declarándose orgulloso de pertenecer a un país cuya apertura económica permite democratizar a los veraneantes, a los que, sin embargo, no duda en caricaturizar en varios pasajes: "Fue ahí cuando pensé que quizás dejen alguna basura, o que a lo mejor cortaron ramas para hacer fuego. Es probable también que el año próximo no sea un vehículo, sino varios, los que bajen a la ribera del río, y que esto contamine más sus aguas". Una columna en la que intenta describir la pobreza de sus colegas estivales, pero que termina delatando su propia pobreza humana.
Lee aquí la columna completa:
Bueno
"Estuve en el sur. Me bastó asomarme a la carretera para notar que estaba colmada de vehículos modestos repletos de pasajeros y casi siempre con este nuevo integrante de la familia chilena: la mascota. Si es cuestión de ver la gente que llenaba las estaciones de servicio para darse cuenta de la revolución demográfica..."
No sé si será el descanso, pero he descubierto que siempre regreso optimista de las vacaciones. El motivo, esta vez, fue ver cómo los compatriotas hacían suyo Chile, cómo lo gozaban, cómo se les hinchaba el pecho de orgullo; algo que está en las antípodas al humor de Viña. Esto, pensé, nos augura un país mejor, aunque tenga costos para quienes monopolizábamos lo que ahora comienza a estar al alcance de todos.
Estuve en el sur. Me bastó asomarme a la carretera para notar que estaba colmada de vehículos modestos repletos de pasajeros y casi siempre con este nuevo integrante de la familia chilena: la mascota. Si es cuestión de ver la gente que llenaba las estaciones de servicio para darse cuenta de la revolución demográfica. Encontrar las figuras rubias, esbeltas y con dockers , esas que dominaban hace una década, era como hallar una aguja en un pajar. La mayoría eran morenos, bajos, algo entrados en carnes, con shorts y camisetas de la U o del Colo-Colo, que salían de los baños con la cabeza mojada para combatir el calor antes de reingresar a sus vehículos, no sin antes dar de beber a la mascota y tirar la basura en depósitos siempre repletos. Digamos que con las carreteras concesionadas pasó lo mismo que con el Metro de Santiago: se democratizaron.
Cada ciudad, pueblo o paraje que visité estaba invadido por el mismo tipo de chilenos con que me había encontrado en la carretera. Era conmovedora su emoción ante la belleza de los parajes, el precio del salmón y del cordero, la magnificencia de Valdivia, el küchen de murtilla, los alerces, coihues y copihues, las ferias tradicionales, los volcanes, las aguas calmas y cálidas de lagos y ríos. Se los veía en grupos, muchas veces tomados de la mano, como para no caerse ante el asombro. Estaban viendo con sus propios ojos de lo que les habían hablado en la escuela, o que solo habían visto por televisión, y como en un rito, asumían sorprendidos que todo esto era también de su propiedad, y que gozar de ello era un derecho que emana de su simple condición de chilenos.
Un día al atardecer me dirigí a un paraje del Río Bueno que solo es visitado por los lugareños y conocedores. Vi a la distancia un bote de goma con dos inexpertos pescadores. Esto no es inusual. Caminando por la ribera me hallé frente a un grupo de mujeres y por lo menos cinco chiquillos, las familias de los del bote. A pocos metros, un antiguo vehículo 4x4 con un carro de arrastre, sin el cual no habrían podido llegar a este lugar de difícil acceso. Les saludé al pasar. Luego de responder mi saludo, una de ellas me preguntó inesperadamente "¿usted, de dónde viene?". Me vi sorprendido y dije lo primero que se me ocurrió: "De Puerto Nuevo" -el lugar de donde venía-. "¿Y ustedes?", le retruqué. Se produjo un breve silencio, la mujer miró de reojo al resto del grupo, y con una actitud que transmitía algo de complaciente superioridad, me respondió: "De Santiago, pero esta noche nos regresamos. Es la primera vez que venimos al sur. Estamos maravillados. Pero nos quedó mucho por conocer. Desde mañana mismo empezaremos a ahorrar plata para volver el año próximo. Y de ahí, ¡al norte!".
Fue ahí cuando pensé que quizás dejen alguna basura, o que a lo mejor cortaron ramas para hacer fuego. Es probable también que el año próximo no sea un vehículo, sino varios, los que bajen a la ribera del río, y que esto contamine más sus aguas. Admito además lo molesto que es para gente como uno perder el privilegio de disponer de tanta belleza solo para uno. Pero esto qué importa. Que estén aquí en el Río Bueno nos vuelve un país donde el cariño y orgullo por su naturaleza, su cultura y su historia están más asentados y extendidos. Lo que es bueno para todos.