
Boric a juicio
Acercándonos ya a la mitad del último año de gobierno del presente mandato presidencial, y en plena carrera por el próximo liderazgo nacional, la luz del joven presidente se apaga al ritmo en que los tramoyistas del Ejecutivo van abandonando el barco, desde el conocido Segundo Piso hasta los ministros, todos buscando adaptarse a lo que espera al destino del país.
Si el frescor del movimiento estudiantil y la crítica severa a la política auparon a una nueva generación y a uno de sus representantes a los más altos cargos en el Gobierno de Chile, hoy casos verosímiles de financiación de sus campañas con recursos públicos, el descrédito, en principio no orquestado pero quién sabe, de la familia Allende –y, por derivada, de algún modo del propio Salvador– y la evidencia cada vez más contundente de amiguismo desbocado, rodean con una soga en el cuello la evaluación de unas prácticas gubernamentales que se observan con un juicio entre la duda y el desprecio, incluso por sus correligionarios.
No existiendo hasta el momento pruebas suficientes para descargar acusaciones contundentes contra el Presidente, el hecho de que tantos casos lo nombren o lo salpiquen alimentan la hoguera de su desprestigio. Si en críticas tempranas, y no cabe duda de que un tanto tendenciosas, como las de Mosciatti, Boric aparecía como un niño bien cuyo padre había hecho negocios con recalificaciones de terrenos más que cuestionables, ahora él mismo, solo y por su propio mérito, aparece cada vez más caracterizado como irresolutivo, errático, nepótico y, posiblemente si se avanza un poco más, malintencionado.
No falta demasiado, si tropieza en una piedra más grande, para que muchos quieran acusarlo de corrupción de alguna naturaleza, yendo en cabeza el financiamiento de la política, hasta el momento. A eso apunta el caso ProCultura, todavía políticamente vivo, restando por verse hasta dónde lleva el seguir deshojando esta flor.
Los últimos acontecimientos no parecen mejorar esta situación. Reiterado en los medios nacionales, un antiguo compañero del Presidente en el colegio The British School, la persona de Raúl Domínguez irrumpió a bocinazos en la esfera pública del peor modo posible, entre los 25.000 funcionarios públicos que salieron del país con licencias médicas; se entiende que frecuentemente “truchas” o fabricadas, para decirlo sin ambages.
Es esto lo que subrayan muchas noticias, es decir, el compañero equivocado del mandatario. No obstante, tal énfasis dificulta atender a lo más grave, que no es estar entre los miles que engañaron, sino entre los pocos que accedieron a cargos públicos de alto grado posiblemente por ser amigos del Presidente. ¿O quizás estamos ante una rebuscada casualidad, un 1 entre 25.000, por decirlo de este modo?
Muy probablemente una formalización presidencial no llegue a suceder, pero el juicio mediático y ciudadano de Boric tendrá igualmente consecuencias significativas. Si atendemos a la última encuesta CEP, de marzo-abril de 2025, su figura aparece con una muy baja aprobación, al igual que la de acompañantes tan significadas como la exvocera Camila Vallejo.
En este sentido, en los próximos meses, la evaluación del mandatario estará también teñida del momento político en el que estamos inmersos. Si recordamos, Sebastián Piñera fue acusado por el actual Presidente de atropello a los derechos humanos y amenazado por ello de ser enjuiciado. Por diversas razones, hoy sabemos que ello no llegó a ocurrir, como también somos conscientes de que semejantes dichos tenían que ver con las ansias del joven político de alcanzar la presidencia en unas elecciones fuertemente competidas.
Hasta el momento, el Boric presidente ha sabido esquivar las balas de la crítica, mediante silencios, ambigüedades, faltas de información suficiente, empujando la agenda mediática a otros frentes, dejando caer figuras de su entorno o con sus ya célebres cambios de posición, pues no se puede decir de opinión, la que verdaderamente nunca se ha podido conocer.
No obstante, lejos del borroso fondo de Allende y el Che que algún día lo acompañaron levantando la mano, su período presidencial lo aleja de cualquier momento mitificable de la República y la izquierda en mayúsculas, dejándolo solo sentado y pensativo en su último período en La Moneda, soñando con algo que no pudo ni, pienso yo, quiso ser.