Humberto Giannini Íñiguez: Como si fuera ayer, como si fuera hoy
Hoy, 25 de noviembre, se cumplen diez años de la partida de uno de los grandes intelectuales y filósofos chilenos Humberto Giannini Íñiguez, quien fuera destacado académico de la Universidad de Chile, de la Pontificia Universidad Católica e internacionalmente reconocido por sus estudios y participación académica en la Universidad de Roma La Sapienza y la Universitá Roma Tre.
Su cualidad humana, como académica y su obra, lo llevaron a obtener el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales en 1999. Y quienes pudieron compartir con el profesor Giannini, quienes asistieron a sus clases o charlas inaugurales, quienes conversaron un café o la meditación de minutos por los pasillos de la universidad, recordarán siempre su maestría.
Su humildad lo hacía fuerte y claro; su humanidad, la convivencia humana, lo cotidiano y el sentido común, lo hacían sereno e inquebrantable en el diálogo y la conversación. Pues como toda apuesta filosófica y hermenéutica la conversación hace mundos y los mundos nacen en la donación de las palabras entre un tu y un yo.
El maestro Giannini conversaba entre silencios, como si el aire fuera parte de ese espíritu que lo acompañó siempre, el de permanecer en la búsqueda de aquello que nos reúne como cultura y sociedad. Y no sólo hablaba desde sus palabras, lo hacía con sus miradas, con un ceño que clavaba sus ojos en un horizonte que rastrear, para volver a dialogar, y sus manos también daban cuenta de esas incansables búsquedas.
Tan así, que dejaba inundarse por la realidad:
“La realidad ha tomado la iniciativa, y desde sí se abre a nosotros por alguna de sus infinitas manifestaciones, nos toca, nos cualifica; termina habitándonos. Y, entonces, nos abre hacia adelante fines que, a veces, misteriosamente, aguijonean fuerte y se instalan como vocación y dan sentido a lo que hacemos” (…) Y lo que nos pasa “expresa nuestra precariedad, son una experiencia constante de una distancia absolutamente mía respecto de mí mismo. Y pienso que esta proximidad de lo lejano es la esencia íntima de la subjetividad” (261)
Cuánta riqueza pudiera existir en la formación profesional, por ejemplo, en los profesionales de la educación, si cada aprendizaje naciera de una discusión permanente en uno mismo, entre otros y otras, para ser tocados por una realidad que nos interpela, que nos desafía y que nos llama a colaborar “aguijoneándonos” por nuestra y desde nuestra vocación. Nuestra vocación, una voz tan lejana y hasta silenciada por estándares y tecnicismos curriculares como administrativos, que parece callar, porque, en rigor, la suerte está echada.
El espíritu crítico del maestro Giannini fue siempre claro, y al mismo tiempo comprometido, cuando mira la misión de toda institución educativa, como en particular de la misma universidad. Siempre fue crítico de aquella “educación y formación que sólo era el camino de la desigualdad” (118) (…) Pues la tecnificación y “ese sentido de profesionalización, cada uno cumple su rol. No hay instancias de conversar proyectos. La universidad ha dejado de ser un proyecto” (105)
Y claro, pues se trata de anteponer objetivos y estrategias de desarrollo y producción, en un tiempo que va no sólo controlando las capacidades humanas, sino mermándolas. De tal modo, “se está perdiendo (en la universidad) el único lugar donde un país puede mirarse a sí mismo” (17).
La misión de toda universidad comprende ser un espacio de encuentro, de reunión, diálogo y discusión ciudadana. Pues lo que debe interesar son los problemas que afectan la humanidad de lo humano: su convivencia, por ejemplo.
Hay cierta inmoralidad cuando se deja de dialogar sobre la convivencia humana, pues es nuestro cotidiano y cuando se encubre esta discusión desaparece la vida cotidiana, por lo tanto, la vida como un compromiso vital en el que aprendemos a hacernos, a ser tocados y a cambiar el mundo, pues “de alguna manera nosotros, en las elecciones cotidianas, estamos eligiendo nuestro ser” (86)
Y al parecer la universidad ha renunciado a esa experiencia de libertad de encontrarse ciudadanamente, poniendo en su reemplazo un deber casi moral de organización empresarial encargada de la clasificación, el cálculo, medición y reducción última de la misión de la universidad y de la filosofía a la tecnocracia institucional en la ya consabida lógica del accountability.
Hemos asumido la lógica empresarial, la cultura de la gestión por sobre la libertad, el deseo y los sueños de vivir y cambiar el mundo. Lejos está este diagnóstico de ser una condición de crisis; “pues la crisis es síntoma de un organismo funcionando” (17)
Como ayer y como hoy, el maestro de lo cotidiano, de la calle, de la experiencia cotidiana y moral, Humberto Giannini nos sigue saliendo al encuentro. Nos sigue interpelando por nuestros horizontes, ajenos a todo el mundo productivo, para no claudicar en la libertad de construirnos en ser ciudadanos; mirar con lealtad la misión de la universidad y la filosofía, “pues ninguna sociedad puede vivir siempre sólo de economía o ingeniería. La universidad debe proveer de un cuidado sobre la vida cultural y las relaciones humanas en un autoanálisis permanente” (19).
Esa es la lealtad de todo profesor, académico y funcionario de una universidad; la convivencia humana, sus registros, sus tensiones y no la obsecuencia, que esconde las tramas de quienes deben ser verdaderamente la prioridad de una universidad: sus ciudadanos.
Como ayer y como hoy Humberto Giannini nos interpela desde Diógenes: “El hombre que quiebra siempre lo consabido, la ley, la rutina y sale con algo que desconcierta, descoloca y obliga a los seres humanos a recolocarse, a redefinirse, a mirar de nuevo” (63).
*Las citas corresponden al texto “Giannini Público. Entrevistas-columnas y artículos” Ed. Universitaria. 2015.