Aulas y Almas: El corazón de la educación rural
Las escuelas rurales del sur de Chile son una manifestación activa y afectiva del Estado en la promoción del aprendizaje y el desarrollo de niños, niñas y de las comunidades en las que se encuentran.
Esta vinculación entre las escuelas y la comunidad se ha construido a lo largo de años de convivencia y de apoyos mutuos, donde el encuentro cara a cara ha permitido a las comunidades superar el aislamiento y la vulnerabilidad, incluso en los momentos más desafiantes, como la pandemia por Covid-19.
Una testigo de esta fortaleza es la profesora Priscila Romero Barra quien falleció en abril de 2024, pero cuyo legado perdura en cada rincón de la comunidad educativa de Bajo Yupehue.
Priscila fue profesora rural durante 35 años en Bajo Yupehue, un territorio mapuche-lafkenche, situado en la costa de la comuna de Carahue, región de La Araucanía. Durante su carrera docente, hizo realidad los valores de inclusión social mucho antes de que estos se convirtieran en un tema central en las políticas educativas.
Imagen de Marco Villalta junto a la profesora Priscilla Romero
Su entrega hacia cada uno de sus estudiantes era evidente; les brindó no solo afecto y atención, sino también la firme convicción de que las dificultades de aprendizaje no son obstáculos, sino oportunidades para crecer.
Para ella, cada desafío representaba una oportunidad de innovar en sus métodos de enseñanza, adaptándose a las necesidades de sus estudiantes con una dedicación admirable.
Consciente de la necesidad de adquirir herramientas más específicas para su trabajo, Priscila tomó la valiente decisión de regresar a la universidad después de casi 25 años, especializándose en el campo de la educación diferencial. Este paso no solo refleja su deseo de superarse, sino también su compromiso inquebrantable de ofrecer a sus estudiantes la mejor educación posible, respetando siempre sus ritmos y estilos de aprendizaje.
Tuvimos el privilegio de conocer a Priscila a través de la investigación educativa, en el marco de un estudio financiado por el FONDECYT. Su entusiasmo fue contagioso. Se involucró de lleno aportando ideas y energías renovadas que enriquecieron nuestras iniciativas.
Hoy, al regresar a la escuela donde dedicó su vida y su pasión por enseñar, sentimos su presencia viva. Su nombre y su alma siguen siendo parte de la Escuela Pública de Bajo Yupehue, resonando en sus aulas, en cada rincón donde las familias de la comunidad, y sus nuevas generaciones de hijas e hijos, buscan oportunidades de desarrollo, y motivos de esperanza en el futuro.
El legado de la profesora Priscila Romero Barra es un claro y poderoso recordatorio de la importancia de la labor educativa en nuestra sociedad. En un mundo que enfrenta la deshumanización y la desilusión, figuras como Priscila nos muestran el camino hacia una educación más humana, inclusiva y comprometida.
Como ella, hemos conocido a tantas maestras y maestros de escuelas rurales que, en la interacción cotidiana con sus estudiantes y comunidades, transforman y son transformados, creando las condiciones de afecto y confianza necesarias para el aprendizaje.
Educadoras y educadores que trabajan con la convicción de que “si se puede” construir una educación que integre armónicamente el bienestar y el aprendizaje. Parafraseando el poema de Luis Espinal Camps, lo hacen sin gestos ampulosos y falsa teatralidad, lo hacen como el agua de la vertiente, como el sudor humilde del sembrador.
Recientemente se celebró el Día del Profesor, así que aprovechemos y celebremos a los miles de educadores que, como Priscila, dedican sus vidas a iluminar el futuro de nuestros niños y niñas.
Y en esa línea, es crucial que el Estado reconozca su invaluable labor no solo de manera simbólica, sino que actúe con urgencia y responsabilidad, por ejemplo, con el pago de la llamada “deuda histórica”, que se ha constituido en una grave violación a los derechos fundamentales, en un constante agravio a quienes han dedicado su vida a alfabetizar a la población más vulnerable.
Recientemente el gobierno hizo un ofrecimiento respecto de la deuda histórica, el que habrá que evaluar y esperar que genere un beneficio para quienes lo necesitan y merecen hace tanto tiempo, ya que este compromiso pendiente con nuestros docentes más ancianos es una deuda con la dignidad y el justo reconocimiento por su invaluable contribución a la grandeza de Chile.
La justicia no puede esperar; es hora de que el Estado cumpla con su obligación moral y ética hacia estos valiosos educadores que han trabajado incansablemente por un presente y un futuro mejor para todas y todos. Reconozcamos su esfuerzo, su amor y su pasión: ellos son el verdadero corazón de la educación y, sin duda, el pilar fundamental de nuestra sociedad.