Un tercer proceso constituyente: Preguntemos al pueblo
Mi propuesta puede ser desagradable para muchos, pero habrá que admitirse que es democrática. Allá va.
El domingo 17, seguramente, triunfará el “En contra” y pondremos fin al segundo proceso constituyente. En apenas un poco más de un año (septiembre de 2022 y diciembre de 2023) nos habremos pronunciado dos veces sobre las propuestas formuladas, desde la izquierda y desde la derecha. Si todo ocurre como se sospecha, las dos veces la respuesta será “No”.
Lo demencial del cuadro es que las dos negativas se les da -o dará- a los que fueron elegidos con mayorías aplastantes.
Entonces, la pregunta es: ¿todavía queremos, por aplastante mayoría, una nueva Constitución? Porque si es así, y es la pregunta que hay que hacer en un año más, aprovechando las boletas de las elecciones municipales del 27 de octubre de 2024, entonces tendremos que ponernos manos a la obra.
Me parece insultante que, ante un anhelo tan inmensamente mayoritario en orden a tener una nueva Constitución, y que no pudo ser satisfecho por la incompetencia de los encargados de satisfacerlo, ahora esos mismos incompetentes, particularmente los que son políticos “profesionales”, tengan la desfachatez de declarar “por fin cerrado el tema” y clausurar un nuevo proceso.
Al menos hay que preguntarles a los electores si su anhelo de una nueva Constitución sigue en pie. Para ello, basta un espacio en las boletas de las elecciones municipales donde se escoja la opción Sí o No para una nueva Constitución. Con ese pronunciamiento claro, podremos cerrar el proceso por un largo tiempo o abrir uno en serio.
Ya veremos qué significa un proceso constituyente en serio, si es que es el mandato del pueblo. Desde ya, no pueden ser procesos de un año, con propuestas que nadie lee, que nadie explica y que implica votar a ciegas. No solo por culpa de los proponentes, sino también por la aversión a la lectura, el análisis y la argumentación seria de la que padece un electorado normalmente apático e ignorante.
Pero esta pregunta al país es de la esencia de la democracia. Nadie puede ahorrarse la pregunta y pretenderse depositario de la respuesta. Rojo Edwards decía, hace unos días, en una entrevista con Fernando Paulsen, que “la gente estaba cansada de estos procesos…”. Tal vez sí, tal vez no, lo cierto es que el señor Rojo no sabe. Rodrigo Quintana proponía no preguntar hasta el 2030. Pero no veo ninguna razón para dejar de preguntarle al pueblo en algo tan acuciante y sobre lo que se pronunció de manera tan categórica hace tan poco. Preguntar, eso es todo.
Preguntarle al pueblo es el ABC de la democracia; contestar por él, es el ABC de los autoritarios. Simple.
Nos “acusan” a algunos de querer seguir en una incertidumbre sobre la Constitución. La verdad es que, al menos en mi caso, solo pueden acusarme de querer una ley fundamental decente, que ayude a construir una sociedad de la que estar orgullosos, solidaria, acogedora, protectora y que, por fin, se edifique sobre el amor a los demás, en especial a los más pequeños, los más débiles y los más olvidados. Yo no me cansaré de hacer todos los esfuerzos por tales objetivos.
Pero yo también acuso. Pues se manifestó un malestar enorme en octubre de 2019. No fue curado. Se manifestó un deseo inmenso de contar con una nueva Constitución. No será satisfecho. Acuso la torpeza, la incapacidad y la falta de respuestas del sistema político. Y, sobre todo, acuso su pretensión de, ante semejante fracaso, auto exonerarse de su obligación de responder a lo que se le pide.
Y para ver qué debemos hacer, solo pido que hagamos el ejercicio democrático de preguntar, en octubre de 2024, si las personas quieren una nueva Constitución, como yo la deseo para dejar atrás un periodo oscuro y vergonzoso y para honrar a los muertos y desaparecidos de una dictadura que tuvo la infinita desfachatez de creerse constituyente.
Preguntar al pueblo: eso es democracia. Cuando el pueblo -y no sus voceros iluminados y auto designados- responda, podremos seguir discutiendo los demás. Esperemos las elecciones municipales para saber sobre lo que debemos hacer en lo constitucional. Y si, como sospecho, la respuesta es que deseamos una nueva Constitución, habremos de elaborar un proceso serio y largo, no una carrera de un año con slogans y propuestas apresuradas.
Seguramente debería ser algo más similar al abortado proceso iniciado en el gobierno de Bachelet II, con una duración de tres a cinco años, lleno de cabildos, reuniones, conversatorios y propuestas que vayan surgiendo del pueblo a través de mecanismos participativos eficientes.
En fin. Espero que las municipales de 2024 nos entusiasmen por su trascendencia. La pregunta es, ¿quién quiere preguntarle al pueblo? Yo sí.