COP28 en Dubai: Un diálogo de sordos
Quizás el hecho que la cumbre sobre cambio climático se desarrolle en los Emiratos Árabes Unidos, uno de los principales exportadores de hidrocarburos, refleja el fracaso de la humanidad de poner freno al hedonismo del crecimiento económico que caracteriza al antropoceno y que constituye la principal causa del tema que discutirán en un diálogo de sordos, digno de una comedia del absurdo, en la COP28 en Dubai.
Ya en su anterior versión en la ciudad egipcia de Sharm-El-Sheik, las palabras diplomáticas de buena crianza emitidas con fórceps entre el norte y sur global, ratificaron la tensión que se arrastra desde hace decenios, entre el mundo desarrollado (principal emisor de gases de efecto invernadero) y la pléyade de naciones subdesarrolladas, entre las que se encuentra nuestro país, que deben cargar con las multidimensionales “externalidades negativas”, como diría el ejército de tecnócratas siúticos para referirse a procesos de desertificación significativos, sequías supraestacionales distribuidas alrededor del globo, hambrunas producto del desplome de actividades agrícolas locales, hundimiento de zonas costeras insulares completas producto del aumento sostenido del nivel del mar o el derretimiento progresivo de glaciares y biomas de altas latitudes como la taiga siberiana, donde la desaparición del permafrost, junto con liberar colmillos de mamuts que deambularon en la última glaciación, liberan toneladas de gases de efecto invernadero incluso más eficientes en calentar este planeta que nuestro ya conocido dióxido de carbono.
¿Pero a quién de los líderes del mal llamado “mundo civilizado” le interesa lo que les pase a isleños de Vanuatu, las Islas Marshall o habitantes de Nueva Caledonia o del archipiélago de las Guaitecas? ¿Qué grado de incidencia y, por ende, de importancia tendrán las famélicas familias que habitan en el cuerno de África o en los campamentos de desplazados por guerras intestinas en la República Democrática del Congo, producto de la expoliación centenaria del “mundo civilizado” del norte global respecto de los ingentes recursos naturales de esas y otras regiones africanas?
Ante la interpelación del sur global a los países desarrollados sobre sus responsabilidades multidimensionales en la actual crisis climática, el estruendoso silencio de parte de estos últimos fue un claro mensaje respecto de lo vacío e inconducente que resulta generar toneladas de información técnica producto del esfuerzo, ingenio y creatividad de legiones de expertos en la materia, destilados en el último informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático en Marzo de 2023, cuando al frente se tienen líderes políticos y tecnócratas de escasas luces los que sucumben año tras año ante los intereses de industrias transnacionales cuyos patrimonios y presupuestos superan varias veces la de cualquier país africano, oceánico o latinoamericano.
Producto de esta venalidad de los líderes del “mundo occidental civilizado” que, seguramente ha existido desde siempre, pero que se observa de cuerpo desnudo desde que en el concierto internacional (acogido, promovido y documentado por esas múltiples “pequeñas naciones”) se empezó a hablar sobre temas tan espinudos como “desarrollo sustentable” o “cambio climático”; cada una de las resoluciones anuales de las conferencias de las partes o COP se han transformado en débiles acuerdos incapaces de vencer a la codicia de los modelos económicos de producción actualmente dominantes. Así, los límites y fronteras de emisión de gases establecidos en Kyoto hace 26 años o el propuesto en París hace recientes 8 años atrás se han transformado en amargas evidencias donde los actuales patrones de consumo de las sociedades humanas promovidos por modelos de crecimiento económicos, basados en supuestos comerciales que asumen recursos naturales infinitos, deben ser modificados de manera significativa.
En lugar de eso, las soluciones propuestas para enfrentar este fenómeno que está golpeando actualmente a millones de personas, representan una versión 3.0 y edulcorada de los antiguos enfoques ambientales de los años 60s que promovían “soluciones de final de tubería”. Así, las vedettes actuales de industrias promotoras de hidrógeno verde, electromovilidad, economía circular, transformaciones de matriz energética, etcétera; probablemente ayudan a atenuar la actual crisis climática. Pero todas ellas no se acercan al núcleo basal de la causa que tiene actualmente a los líderes deambulando en círculos y discutiendo entre aires acondicionados dubaitíes y que es la misma causa de otros problemas ambientales de gran tonelaje como la pérdida de biodiversidad y de ecosistemas completos: los modelos de crecimiento económico imperantes allá y acullá.
Comparativamente, una pandemia ocasionada probablemente por la pérdida de ecosistemas naturales que obligan a una interacción intensiva de seres humanos con flora y fauna silvestre es un pelo de la cola con lo que significa la alteración a escala global de los patrones climáticos. Al igual que lo que ocurre en este fundo con vista al Pacífico, las únicas leyes que respeta a regañadientes el ser humano allende Los Andes son las leyes de la naturaleza.
Respetar esas leyes significa actualmente y significará en un futuro no muy lejano, procesos de adaptación a las nuevas condiciones de habitabilidad que impondrá nuestro planeta. Como suele ocurrir en esta era de hedonismo y mercantilización neoliberal a ultranza, los que tendrán mejores probabilidades de adaptación serán ricos y super ricos, el resto se ahogará, sofocará, morirá de inanición o sedientos de agua dulce que no encontrarán.
En sintonía con la distorsión sociopolítica y económica en que chapotean los países del mal llamado primer mundo, por estos pagos subdesarrollados estamos próximos además, a votar un borrador de texto constitucional que en materia socioambiental está a años luz de lo que se rechazó el 4 de septiembre de 2022 y del yugo constitucional de 1980, donde los privilegiados de siempre le espetan en la cara a los marginados de siempre “que se jodan” con la cantinela de los derechos sociales, incluidos los ambientales.
Es triste comprobar que la única especie ¿inteligente? en el universo conocido está más preocupada en la cantidad de dinero que pueden ganar un puñado de super ricos -con el sufrimiento de congéneres más desprotegidos y otras especies no humanas-, que en tratar de salvar, para el género humano del futuro, la única roca estelar donde se ha producido esta anomalía cósmica que se llama vida consciente de sí misma.