Los integrismos religiosos y la democracia
La democracia no sólo tiene enemigos entre los autoritarios que no creen en ella, sino que también tiene enemigos íntimos. Éstos se refieren a posiciones o discursos que están presentes en el funcionamiento de la democracia y que la van socavando paulatinamente por dentro tales como las discriminaciones de todo tipo, los populismos, la xenofobia y, de manera muy importante y especial, los llamados integrismos religiosos que están presentes en alguna de las religiones monoteístas: islámicas, judías, cristianas, y católicas.
Estas pretenden imponer a toda la sociedad sus concepciones religiosas acerca del bien y del mal Es decir, como sostiene la filósofa española Adela Cortina, sus “éticas de máxima”. Éstas se oponen radicalmente a aquellas que denominó “éticas de mínimos” que se refieren a valores mínimos que los miembros de una sociedad comparten, sean cuales fueren sus cosmovisiones filosóficas, religiosas, ateas o agnósticas. Esta es una ética ciudadana, no de súbditos.
Su nacimiento es relativamente reciente, surge en los siglos XVI y XVII luego de las guerras de religión que fueron especialmente crueles en Europa, y que expresaron lo nefasto de la intransigencia de quienes son incapaces de permitir que alguien piense de manera distinta, y por tanto, se oponen al pluralismo como valor esencial de la democracia, aunque no lo expresen de esta manera.
Una ética cívica, o ciudadana, es una “ética de mínimos”, que implica que lo que comparten los ciudadanos en una sociedad democrática no son determinados proyectos de felicidad, porque cada uno tiene el derecho a su propio ideal de vida buena dentro del marco de una concepción religiosa, agnóstica o atea. Pero, nadie en una sociedad democrática tiene ningún derecho a imponerle a otros por la fuerza sus propias concepciones. En la democracia se puede dar testimonio, convocar, invitar, a través del diálogo, a compartir determinados valores pero estos no se pueden imponer coercitivamente a toda la sociedad.
Una sociedad democrática pluralista es, entonces, aquella en la que conviven personas y grupos que se proponen distintas “éticas de máximo”, de modo que ninguno pueda imponer a los demás sus ideales de felicidad, sino que a lo más, los invita a compartirlas a través del diálogo y el testimonio personal. Por el contrario, no es democrática, sino más bien autoritaria o totalitaria, una sociedad en la que un grupo pretende imponer a los demás su “ética de máximos”, de manera que quienes no las comparten resultan coaccionados o discriminados.
No es que en el pluralismo no haya nada en común, sino todo lo contrario. Precisamente el pluralismo es posible en una sociedad democrática cuando, a pesar de tener visiones morales diversas y distintas, éstas no son compartidas porque un grupo las haya impuesto a los restantes, sino porque los distintos actores han adherido a ellas de manera libre, por su propia voluntad.
En el trasfondo de la guerra que se ha desatado en el Medio Oriente está presente precisamente la disputa de estos integrismos religiosos que pretenden imponerse por las fuerza. Por cierto hay razones geopolíticas de poder en los distintos ámbitos que se están confrontando pero, esencialmente detrás de ello, existe la intencionalidad de establecer una “ética de máximos” constituida por integrismos religiosos que se pretenden imponer a toda la sociedad.
Por otra parte, una sociedad democrática tiene como un valor compartido básico la tolerancia. Resulta imposible la convivencia de diferentes proyectos de vida feliz si quienes los sostienen no son tolerantes con aquellos que tienen un ideal de felicidad distinto. La tolerancia no puede entenderse sólo en un sentido pasivo es decir, como una predisposición a no inmiscuirse en los proyectos ajenos por simple comodidad o desidia. Por el contrario la tolerancia debe considerarse en un sentido activo, como una predisposición a respetar proyectos ajenos, que pueden tener un valor aunque no lo compartamos.
La tolerancia pasiva no sirve de base para construir un mundo juntos, una comunidad. Para construirla hace falta la tolerancia activa. La idea de la tolerancia activa, junto con los valores del respeto a los derechos humanos, se expresan de forma óptima en la vida social a través de un tipo de actitud que genera un ethos de diálogo. Los integrismos religiosos son esencialmente opuestos a un diálogo verdadero, que potencia la autonomía de las ideas, y de las personas.
Los integrismos religiosos no sólo están presentes en los países actualmente en conflicto o guerra. Desgraciadamente en muchos países de América Latina se han diseminado de una manera muy importante. En nuestro país, esto se ha expresado de manera muy clara en el actual proceso constitucional. Algunos convencionales están procurando expresar una cierta visión religiosa en el ámbito de la Constitución.
Nunca en la historia constitucional chilena había existido esta voluntad premeditada de imponer una cierta visión religiosa en el marco constitucional. Actualmente esto está ocurriendo con los integrismos religiosos que representan y expresan visiones de organizaciones católicas integristas como el Opus Dei o los legionarios de Cristo. A ello se han sumado también algunas visiones de grupos evangélicos.
Es importante identificar y enfrentar oportuna y claramente estas posiciones atentatorias contra la convivencia democrática, que pretenden imponer en la sociedad sus “éticas de máxima”, que pueden dar origen a conflictos de impredecibles consecuencias.