Agobio Laboral Docente: Un problema vigente
Uno de los riesgos que se presentan cuando aparece alguna situación que afecta al conjunto de la sociedad, o una parte de ésta, es lo que se denomina la normalización. Algo que, en la actualidad, pudiera estar ocurriendo con el agobio laboral docente. Lo anterior se entiende como la vivencia de que las responsabilidades, por su volumen, complejidad, continuidad y coincidencia en el tiempo, supera la posibilidad de respuesta efectiva del profesor/a sin que esto provoque un impacto negativo en su bienestar psicológico.
A mi parecer esta problemática podría estar siendo objeto de una decreciente atención. Sólo parece preocupar a los afectados, a algunos de sus stakholders, entre ellos el propio Colegio de Profesores y, en alguna medida, al MINEDUC. Ya no alcanza la visibilidad que tuvo durante la pandemia y en el año de retorno a lo presencial. Esta invisibilidad, eventualmente experimentada por los profesores, incrementaría la magnitud de esta dificultad. Es posible que la citada relegación sea coincidente con un panorama en que el tema educacional, en su globalidad, ha bajado en la escala de urgencias que le asigna la ciudadanía, hecho denotado en reiteradas mediciones en el último tiempo.
Esto no significa que se hubiera atenuado, muy por el contrario. A la ardua tarea de recuperación de los aprendizajes se ha sumado de forma crítica la violencia, que dentro y en el entorno de muchos establecimientos, expone a los profesores a manejar eventos que son peligrosos para ellos en términos bien concretos. El propio Ministerio ha comentado que lo que más afecta, particularmente a las trabajadoras de la educación, son las exigencias psicológicas, el apoyo social en la organización, la calidad o el estilo de liderazgo, y el tener que compatibilizar trabajo y familia. [Ministerio de Educación 2023].
Mirando con un prisma analítico el tema del agobio laboral docente, basado sobre todo en mi larga experiencia in situ, diría que se pueden distinguir cuatro dimensiones: individual, interpersonal, organizacional y sistémico-cultural. Por cierto, como sucede en todos los fenómenos psicosociales, son círculos interrelacionados que en conjunto explican la aparición del mismo, y a su vez, dan luces de cuáles serían las alternativas para resolverlo.
En el espacio personal, me refiero a las competencias psicológicas que un profesor tiene para un afrontamiento efectivo cuando se ve expuesto a situaciones de estrés, episódicos o permanentes, que exceden las exigencias normales de su profesión. Es lógico asumir que al respecto habrá tantas fórmulas o estrategias como la diversidad de profesores que viven esta realidad . Esta esfera incluye elementos emocionales, cognitivos y operativos, que en la práctica se despliegan integradamente.
El segundo término resalta la importancia que tienen los vínculos que el docente mantiene con sus pares, como un soporte esencial en el abordaje de este obstáculo. La labor pedagógica sigue teniendo cierto atributo de aislamiento, de individualidad en la actuación en cada aula. Esto más allá que los enfoques educativos actuales, y las prácticas que se han incorporado, busquen potenciar el carácter colaborativo del proceso de enseñanza aprendizaje. Aquellos que cuentan con un círculo más cercano y nutritivo, tanto en lo profesional como en lo familiar e interpersonal, estarán en mejores condiciones para absorber y resolver esta dificultad. Se vivirá como algo compartido y no de carácter puramente individual que el profesor deba manejar en términos independientes.
Este aspecto, en términos concretos y realistas, es una palanca central en el afrontamiento del agobio. Además, coincide con una práctica habitual de los profesores, su motivación y disposición de interactuar con sus colegas, no sólo en los aspectos funcionales. Es obvio que, mayoritariamente, cuando aparece el agobio en una unidad escolar, éste impacta a varios profesionales al mismo tiempo.
En tercer lugar, están las dinámicas organizacionales, en términos de cómo está estructurado su funcionamiento, las reglas, dispositivos de soporte, proyecto educativo, estilo de liderazgo y clima laboral, por mencionar algunos. Naturalmente, éstos y otros componentes y procesos, dependiendo de su signo, inciden en la vivencia de los profesores, en tanto encuadran los vínculos, formales e informales, entre ellos. Puede ocurrir que, en un ambiente caracterizado por una mayor rigidez, frialdad y liderazgo autoritario, algunos profesores se inhiban de generar redes proactivas por temor a que esto sea percibido como antagónico a la cultura institucional.
Es decir, cada profesor se situará en un espacio individual, batiéndose con sus propias armas, más allá que pueda observar que sus dificultades son similares a las que afectan a sus pares. Un punto esencial aquí es la capacidad y valentía del plantel, partiendo por los directivos, incluidos los sostenedores, para reconocer que el agobio no es de responsabilidad principal de cada docente, sino un fenómeno que implica a todo el establecimiento y, por tanto, el camino para su resolución es un desafío colectivo y no algo en que el colegio y el profesor parecen más confrontados que asociados.
El último de estos cuatro planos sería el nivel sistémico-cultural. Me refiero, entre otros, a la arquitectura que organiza la labor las escuelas y colegios del país, por ejemplo, los Servicios Locales de Educación Pública en proceso de instalación, la supervisión y respaldo que reciben, los estándares que se fijan, las metas e indicadores que se evalúan, tanto respecto a las unidades educativas como a los que ejercen la pedagogía en particular. Todo lo anterior diagrama el terreno en que el profesor puede moverse.
El balance entre las exigencias de desempeño a que está sometido y los soportes recibidos que hacen o no realistas y motivadores estos parámetros, por mencionar algunos. Cabe resaltar aquí un aspecto que ha ido instalándose de manera creciente. Los colegios y, en consecuencia, cada profesor, son sindicados en la expectativa social como los principales responsables de la normalización del comportamiento, de la formación valórica, de la gestión de la convivencia y la violencia.
Los otros agentes han mostrado una actitud más bien pasiva, especialmente la familia en muchos casos. Ha delegado estas tareas al colegio y no ejercen comprometidamente su rol de primera encargada de la formación de sus hijos. En situaciones extremas he visto como incluso reclaman, como si sólo fueran clientes y no coeducadores. Declaran la obligación de los establecimientos de gestionar todos los aspectos sin conciencia de su insustituible papel en la educación, visto ésta desde la integralidad.
Se ha instalado en el imaginario social que el colegio y, por ende, los profesionales que lo integran deben actuar como los principales responsables en el abordaje de la violencia, la seguridad y la civilidad, lo que excede por cierto al sector educacional.
Ahora bien, mirando a estas cuatro dimensiones y sus interdependencias, parece obvio que cada una es incidente en las otras. Con todo, a medida que se transita del nivel individual al sistémico-cultural, la capacidad de un profesor de incidir decrece claramente. Sin embargo, cuando alguno/a se ve afectado por un cuadro de agobio laboral, experimenta que es él quien tiene que manejarlo. Pudiera esperar o entender que un cambio a nivel sistémico-cultural sería un hecho esencial en la realidad que enfrenta, no obstante lo percibe como algo que no depende tanto de sí mismo.
A pesar de lo anterior, esto no significa que, desde la asociación con sus pares y en un abordaje colaborativo, no tengan la posibilidad de comprometer a los directivos y coordinadores para enfrentar este problema, ya no sólo a nivel individual y vincular, sino institucional. Lo anterior porque la suerte del proyecto educativo, y el alcanzar las metas de una unidad, son resultado de un proceso sinérgico y de compromiso colectivo.
Finalmente, el sentido de distinguir estas dimensiones es señalar que una verdadera respuesta al agobio laboral docente pasa por comprenderlo como un problema que surge en un contexto en que cada circuito es incidente en la aparición y eventual cronificación de este fenómeno. Un profesor puede por sí mismo, facilitado por el apoyo entre pares o atención especializada, cuando sea pertinente, manejar una capa de esta problemática.
No obstante, una solución más estructural y permanente demanda la decisión y acción prioritaria de los agentes de los dos niveles mayores. Fortalecer y sostener condiciones que hagan de la profesión docente un ejercicio seguro, satisfactorio, motivador, reconocido socialmente y desarrollado en un ambiente colaborativo, en sus diferentes planos, es un objetivo de la mayor importancia, tanto para los profesores como para los propios estudiantes.