Milei y el modelo chileno
No hay derecha ni izquierda que resista en el poder con una inflación de 116%, ni Banco Central con un sistema de compra de dólares (a mejor precio) en el mercado negro. No hay pueblo que soporte variaciones de precios todos los días, ni nueva generación que quiera seguir adorando símbolos del siglo XX: esos que se disfrazaban de militares o guerrilleros para ofrecer dictaduras del proletariado y socialismos reales (aunque fueran amigos de Mussolini).
Es cosa de desgranar los resultados de la reciente primaria de Argentina, donde el autodenominado libertario, Javier Milei, obtuvo el 30,14 % de los votos , dejando en segundo lugar a la candidata del macrismo, Patricia Bullrich y en tercer lugar al candidato del peronismo, Sergio Massa.
Desgranados los números, nos encontramos con que gran parte de la votación obtenida por Milei, corresponde a jóvenes que hoy pesan más de un tercio del electorado trasandino y cuya motivación, para apoyar al hiperventilado candidato, tiene que ver con la rabia hacia los políticos tradicionales (el peronismo), la bronca hacia el discurso de lo políticamente correcto (el discurso contra las políticas de las identidades y medioambientales son eje en los mensajes de Milei), pero por sobre todo: las ansias de mejorar la economía (algo que el economista sabe aprovechar con su destemplada crítica a los evidentes malos resultados de la política estatal peronista de las últimas décadas).
Mirado desde acá, del otro lado de la cordillera, donde la inflación no supera el 8%, el valor del dólar (a pesar de un estallido social, una pandemia y dos intentos de cambio constitucional) se mantiene estable, y con un sistema electoral que, a punta de lápiz y papel, se alza como uno de los más eficientes y respetados del mundo, lo de nuestros vecinos parece una extravagante escena del cine italiano donde un anarco capitalista gritón, que ha sido acusado (por sus gestos y euforia) de consumidor de cocaína y fascista (por sus radicales ideas neoliberales), se transforma en la primera opción para conducir a un país que, hasta hace poco, era el ejemplo a usar por las izquierdas chilenas cada vez que buscaban compararse con un modelo que no era perfecto, pero se acercaba a lo que simplemente soñaban (“prefiero la educación argentina que los mall de Chile”).
Sin embargo, esto no sería justo. No sería justo mirar a los argentinos con sorpresa o desdén por estar prefiriendo a un personaje como Milei para gobernar su presente, ya que, ese votante, está haciendo algo parecido a lo que millones de chilenos hicieron hace tres años atrás: castigar a la casta política con el primer predicador anti casta que aparezca en escena.
Recordemos los votos obtenidos en las recientes presidenciales por Franco Parisi, candidato que, a pesar de tener orden de captura por no pago de pensión de alimentos logró llegar como tercera preferencia en primera vuelta. También podríamos mencionar casos como los de Gaspar Rivas, Gonzalo de la Carrera, la doctora Cordero o la “abuela” Jiles, todos parlamentarios electos que, dada su personalidad, no cabe duda, calzarían perfecto en un conglomerado liderado por Milei. Y como dejar de mencionar la elección de constituyentes, donde muchos personajes cambiaron disfraces y matinales de TV por los sillones de la Convención (incluso hubo uno que hizo perro muerto).
Por supuesto, ningún país del mundo está libre de personajes como Milei, es cosa de mirar a USA, Brasil, Italia o Nicaragua. Y es probable que todas las épocas hayan tenido a su populista de turno, algunos más exitosos que otros (es indudable que el general Perón tuvo éxito en Argentina). Lo importante es aprender a sacar lecciones de estos personajes y sobre todo, del porqué de sus existencias.
Los resultados de la primaria de Argentina deberían llamar a la reflexión en la izquierda oficialista y en la social democracia chilena. Es más, también en la centro derecha. Hoy en Argentina, un populista ofrece al neoliberalismo como solución para revertir la corrupción estatal, el desorden económico y el enredo partidista.
Es parecido a lo que nos tocó en Chile en la década del 80, cuando a sangre y fuego la dictadura impuso un sistema de privatización de casi todos los bienes y servicios desde un discurso anti-casta política. Esos fueron años de extrema pobreza (véase los niveles de pobreza extrema hasta el año 1989), alta corrupción estatal (véase episodios como los de la privatización de empresas estatales como Endesa y Soquimich) y una desquiciada violencia desde el aparataje público (cuando el Leviatán chileno se manchó las manos con sangre).
Fue pasada la dictadura cívico militar chilena que, ese desbocado sistema capitalista (cuando todo el quehacer de vida y organización queda en manos de un mercado desregulado -neoliberalismo le llaman-), logró ir domeñándose a manos de los gobiernos de la concertación a través de políticas públicas, regulación de mercados, control de economía fiscal y una institucionalidad política estable.
Entonces, ya no se llamó neoliberalismo, sino que capitalismo de bienestar, social democracia, capitalismo con rostro humano o como quiera llamarle la tribuna de los cientistas políticos. Para los más jóvenes, hablemos de los 20 años post dictadura que, en términos de crecimiento económico, disminución de la pobreza y mejora en las condiciones materiales de existencia, han sido los más exitosos en la historia del país, y uno de los casos destacables del continente.
Quizás, llego el momento propicio para que Chile haga la distinción entre neoliberalismo y capitalismo regulado, haciendo ver a los hermanos argentinos que, nuestros mejores años, no fueron a manos de un grupo de lobos de Wall Street, ni tampoco del populismo de los arrepentidos (esos que agarraron las banderas anti lucro y hasta hoy piden derrocar al capitalismo). Nuestros años más eficientes fueron grises, poco estridentes y con una estructura política robusta.
En momentos de modorra intelectual, enredos ideológicos y confusión virtual, viene bien aclarar algunas nociones que, al parecer, no muchos entienden del todo. Partamos por aclarar que, el modelo propuesto por Milei, en Chile solo se pudo ejecutar a sangre y fuego.