Las palabras de Cancillería
El lenguaje no es inocente, nos enseñó Tom Andersen psiquiatra noruego muy conocido y admirado por quienes trabajamos en Terapia de Familia y Pareja. Las palabras tocan y afectan a quienes las dicen y a quienes las escuchan. Para Andersen las palabras son tacto y también movimiento.
En nuestra vida cotidiana lo sabemos y lo comentamos con bastante frecuencia en conversaciones informales. Hablamos de lo duro que es escuchar algo que nos dolió y de lo agradable que es recibir palabras amorosas que generan sensación de alivio en momentos difíciles. En nuestra vida cotidiana aceptamos que hay palabras que abrazan y otras que golpean.
Somos responsables por las palabras que escogemos y también por el modo en que estas palabras tocan a quienes nos escuchan. Somos responsables por el mundo que creamos para nosotras mismas, al escoger una u otra palabra.
Como humanos existimos en las conversaciones, definidas por Humberto Maturana como el entrelazar de la emoción y el lenguaje. Nuestra identidad es construida y co-construida en este entrelazar que llamamos de conversación. El lenguaje no es inocente, dijimos al inicio; el lenguaje también nos forma y transforma.
Todos los cambios que realizamos, desde los muy personales hasta los de un país, se dan en conversaciones. Como dice Andersen, “las palabras forman el significado que le damos a las cosas, y este a su vez es el que influye sobre nuestra manera de vivir”.
Cuando deseamos construir mundos diferentes a los actuales, mundos donde la violencia y la discriminación no son aceptados como legítimos, donde el respeto, la colaboración y el cuidado configuren formas legítimas de convivencia, debemos también cambiar algunas de nuestras palabras.
Esta no es una tarea fácil, al contrario. Es muy difícil cambiar modos con los cuales estamos acostumbradas a ser y que son aceptados socialmente, pero si no lo hacemos cualquier intención de transformar se verá perjudicada porque no estamos modificando lo principal: el modo como nos comunicamos.
A veces, cuando estamos en la confianza de que nuestras palabras se mantendrán entre cuatro paredes, y sólo serán escuchadas por un pequeño grupo de personas, nos damos la libertad de expresarnos de un modo que no utilizaríamos si es que supiéramos que estamos siendo escuchadas por un gran público. Tal como sucedió con el audio de Cancillería. Una conversación privada se transformó en una conversación pública y, sin duda, el contenido de esta afectó a muchas más personas que a las que estaban en la reunión.
Si el actual gobierno tiene una apuesta por grandes transformaciones políticas y culturales, estas también debieran tener un correlato en sus conversaciones.
Una de las principales lecciones que se rescatan de Tom Andersen es lo vital que son los equipos reflexivos para promover conversaciones colaborativas, en especial para quienes trabajamos con grupos y buscamos instalar procesos reflexivos como una práctica.
Los equipos reflexivos son observadores de una conversación, que escuchan y luego reflexionan sobre lo que escucharon del diálogo mientras quienes estaban con el habla pasan a escuchar.
El proceso reflexivo que surge al conversar de un tema, y luego alterna para escuchar a otros reflexionando sobre el mismo tema, nos permite ampliar nuestras perspectivas. Cambiar de posición de hablante de un tema para la posición de escuchador nos permite, tal como lo hacen los artistas, caminar por diferentes ángulos del cuadro que pintan. Reflexionar sobre otras perspectivas de un mismo tema nos posibilita nuevas palabras, nuevos matices e intensidades, nuevos significados y nuevas conversaciones.
El equipo reflexivo no es el equipo que critica, sino el que reanuda un pensamiento en base a la reflexión que ya se realizó y que incorpora la diversidad de esas otras reflexiones.
La apertura para escuchar una conversación nos posibilita cambios y reflexiones que quizás no habríamos logrado sin la colaboración de quienes nos escuchaban. Por esto hay que cuidar las palabras.
Puede parecer forzado al inicio, pero si aceptamos que el lenguaje es formador y transformador sin duda, al seleccionar las palabras, nos estamos configurando en otro modo de mantener conversaciones.
Lo importante es continuar conversando porque, tal como decía el psicólogo estadounidense Harold A. Goolishian: “No sabemos lo que pensamos antes de haberlo dicho”.