Frustración terrorista

Frustración terrorista

Por: Catalina Baeza | 13.01.2023
Los actos terroristas en Brasil el domingo pasado son un buen ejemplo para entender hasta dónde pueden llegar personas tomadas por rabia, frustración y elementos de control de masas como la implantación de un miedo patológico a un enemigo imaginario.

Durante el día experimentamos una serie de emociones y sentimientos que van cambiando dependiendo del contexto en que nos encontramos y de nuestra historia de vida.

Tomamos decisiones y enfrentamos situaciones de mejor o peor manera dependiendo de la disposición emocional y, muchas veces, nos arrepentimos de algunas decisiones que fueron tomadas cuando la emoción que nos guiaba era la tristeza o la rabia.

Humberto Maturana plantea que las emociones son disposiciones corporales dinámicas que definen los distintos dominios de acción en que nos movemos y todos los que pertenecemos al Reino Animalia las tenemos. Todas las acciones que realizamos se fundan en una emoción que la hace posible.

La frustración es una emoción que se manifiesta con la sensación de incomodidad que aparece cuando algo no sale tal como lo esperábamos. Esta emoción empieza desde muy temprana edad, de hecho, desde el mismo día en que nacemos y dejamos el ambiente cómodo y seguro en el útero donde todas nuestras necesidades son atendidas. Al nacer, lloramos cuando tenemos hambre, frío o cualquier malestar que todavía no sabemos distinguir. Este llanto es la primera forma que encontramos para manifestar la frustración y quienes han convivido con niños y niñas de 3 ó 4 años saben que la forma de manifestarla tiende a empeorar.

En general, la frustración viene acompañada de otras emociones como la ira y esta emoción estimula la producción de hormonas de estrés como el cortisol y la adrenalina. Cuando nuestro organismo se ve tomado por el exceso de cortisol disminuye la serotonina (la hormona de la felicidad) y esto aumenta el comportamiento agresivo, aunque es importante considerar que la manifestación del enojo varía de una cultura a otra. Cuando hay un elevado nivel de cortisol también se suprimen las actividades en el córtex prefrontal y en el hipocampo. Al disminuir la actividad del córtex prefrontal dejamos de tomar decisiones “sensatas” y perdemos la memoria de corto plazo conforme disminuye la actividad en el hipocampo.

En palabras más fáciles: cuando alguien se siente frustrado y enojado porque no obtuvo lo que deseaba, actuará con un cerebro que disminuyó su capacidad de reflexionar sobre su entorno.

Felizmente, no todas las personas agreden a otras cuando se sienten frustradas. Estas personas aprendieron, probablemente en su infancia, que esta incómoda sensación por no haber obtenido lo deseado pasa en pocos minutos. Estas personas también aprendieron que la frustración nos enseña a modelar los deseos, a aumentar nuestra perseverancia y, principalmente, a manejar de modo funcional la emoción de la ira.

Lamentablemente, otras personas no lo aprendieron y, tomadas por la rabia que la frustración les generó, cometerán actos violentos hacia otras o hacia ellos mismos.

No me detendré a analizar aspectos considerados patológicos y tampoco me detendré a explicar métodos de enseñar a niños y niñas a lidiar con la frustración. Sí explicaré que hay situaciones en la vida cotidiana que pueden generar impulsos no deseables solo por el hecho de no saber lidiar con la frustración que un “no” provoca.

Los actos terroristas en Brasil el domingo pasado son un buen ejemplo para entender hasta dónde pueden llegar personas tomadas por rabia, frustración y elementos de control de masas como la implantación de un miedo patológico a un enemigo imaginario.

Tal como aquel machista frustrado que agrede a su esposa cuando ella le dice que no lo quiere más, los terroristas brasileños incentivados por su ex Presidente que no sabe lidiar con la frustración ni con su control de impulsos, decidieron invadir los edificios de los tres poderes de la capital brasileña y en el camino destruir todo lo que estaba por delante, incluso poniendo en riesgo a la democracia.

Hombres y mujeres que dejaron de lado la capacidad de tomar decisiones que no dañen a otras personas, decidieron demostrar su rabia por no haber conseguido ganar una elección.

Estas personas ya venían demostrando un grado bastante elevado de los síntomas de descontrol descritos, llegando incluso a pedir ayuda a “extraterrestres” para que las Fuerzas Armadas se tomaran en poder.

A estas personas, que no soportan la frustración de la pérdida política, no les importó dañar obras de arte y objetos de inmensurable valor. Tampoco robar lo que encontraron mientras rompían, con palos y objetos contundentes, muebles, escritorios, fotografías, computadores y vidrios.  Secuestraron y golpearon a periodistas y, como si todo esto fuera una gran fiesta para descargar frustraciones, se filmaron y se fotografiaron orinando y defecando en las dependencias de los edificios de los tres poderes de Brasil.

Tal como los hacen siempre los machistas violentos, algunos encontraron justificativa para sus actos y otros niegan haberlos cometido.

La justicia decidirá quiénes son los culpables, quiénes incentivaron y financiaron estos actos de barbarie y lo más probable es que algunos, no todos, sean detenidos. Pero las marcas dejadas en el alma de la democracia brasileña no se borrarán con restauraciones o prisiones.

La marca que estas personas dejaron en Brasil permanecerá por mucho tiempo y, espero, que la memoria colectiva nos ayude a recordar estos actos la próxima vez que se escoja un gobernante, especialmente si en el concurso electoral compite uno que demostró, desde siempre, su violencia, su machismo y su falta de respeto por la vida.