Efectos del incendio en la infancia: la reconstrucción invisible
Las emergencias y desastres naturales han sido parte de nuestra historia como nación Gracias a esto hemos desarrollado una tradición de respuesta planificada (desde el sistema público y la sociedad civil) y respuesta espontánea (desde la solidaridad de chilenos y chilenas) que ha tenido su foco en la recuperación y reconstrucción de las pérdidas materiales, aquellas necesidades de primer orden que, con mucha razón, son las priorizadas a la hora de actuar en una catástrofe.
Sin embargo, al sumergirse más en las consecuencias de una catástrofe como la que acaba de suceder en Viña del Mar, encontramos una capa socioemocional humana y un tejido social-comunitario que también ha sido alcanzado por el fuego. Este daño no es perceptible a la vista y no se puede determinar del todo su profundidad ni estimar a ciencia cierta su duración.
Dentro de este contexto, niñas y niños son quizás la población más expuesta a arrastrar algún daño invisible en términos físicos, psicológicos y sociales. Muchas veces frente a las catástrofes, la infancia no encuentra la manera ni tienen las herramientas para verbalizar lo que están sintiendo en ese momento. En estas circunstancias suelen presentarse trastornos de estrés postraumático o comportamientos que tienden a relacionarse con una sintomatología depresiva o estados ansiógenos.
En paralelo, si las consecuencias de la catástrofe implican el dejar la vivienda y moverse a otro tipo de espacios, la infancia puede quedar expuesta a lugares pocos amables y favorecedores, donde es complejo para el Estado, la familia y cuidadores cercanos asegurar un entorno donde se respeten sus derechos.
Una niña o un niño afectado por el incendio probablemente estará sintiendo una fuerte pérdida de control de su entorno y una sensación de desprotección que tienen que poder expresar y canalizar de buena manera.
Dicho esto, es de alta importancia que como sociedad seamos capaces de crear planes de respuesta enfocados en la reconstrucción socioemocional de la infancia. Entender que, aunque no sea visible, tiene que ser una línea de acción prioritaria el crear espacios protegidos y amigables para las niñas y niños afectados por el incendio. Espacios donde se pueda establecer una cultura de derechos de la infancia y se pueda prestar primeros auxilios psicológicos, donde se ejecuten programas psicosociales que usen diversas estrategias (arte, deporte, danza, etc.) para que se favorezca la aparición de la resiliencia y se prevengan patologías de salud mental.
Esa debiera ser nuestra base, pero el desafío no termina ahí: esa es la reacción. Hoy tenemos que trabajar en el uso de estrategias de apoyo psicosocial promocionales y preventivas que permitan la creación de comunidades resilientes que ya estén preparadas para proteger a su infancia en el caso de una emergencia. Sobre todo, en los sectores que históricamente hemos estado más expuestos a ser víctimas de alguna catástrofe.
Desde la sociedad civil somos varias las fundaciones que ya hemos tenido experiencias exitosas trabajando en esta reconstrucción invisible y asumo que todas estamos a completa disposición para, en conjunto con el Estado, trabajar en la creación de estos planes y estrategias.
Solo así, con un trabajo estructurado y planificado antes de la siguiente catástrofe, pasaremos de la solidaridad reactiva a la planificación y protección integral de la infancia como parte esencial de nuestra cultura y, por consecuencia, podremos dar una respuesta efectiva a estas heridas que no se ven, pero que dañan el alma y el futuro de nuestro país.