Crítica teatral| “Reminiscencia”, la mejor creación del 2020, hoy en 2022

Crítica teatral| “Reminiscencia”, la mejor creación del 2020, hoy en 2022

Por: Giglia Vaccani Venegas | 06.12.2022
Es un montaje de Mauro “Malicho” Vaca, que podríamos llamar una autoficción teatral, a medio camino de un monólogo y una charla expositiva. Estará en cartelera hasta el 18 de diciembre, en el GAM.

“Reminiscencia” es un montaje que fue calificado por el Círculo de Críticos de Arte como “La mejor creación del 2020”. Vale decir que es una pieza que lleva un par de años en cartelera y que ha cosechado aplausos por doquier, que incluso tuvo una notable recepción en marzo en el Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA), Argentina; amén de largas y exitosas funciones en salas como el Teatro del Puente, Matucana 100, o el GAM actualmente.

Es un montaje que podríamos llamar una autoficción teatral, a medio camino de un monólogo y una charla expositiva. Su autor, Mauro “Malicho” Vaca, se plantea con honestidad y transparencia frente a nosotros para contarnos por qué hizo esta obra, cómo la fue haciendo, cómo fue la pandemia el contexto que la obligó al salto tecnológico y la determinó en su materialidad, reemplazando el escenario por el zoom.

La estrategia entonces combina el texto y gesto en vivo con el registro audiovisual y utiliza la tecnología digital y sus herramientas, de modo que aunque hoy terminado el encierro el actor intérprete esté allí, de cuerpo presente en el escenario, la interfaz con el espectador es mediada por el computador, de modo que la obra sucede en la pantalla, viajamos hasta la galaxia exterior gracias a Google Earth y vemos lo que está sucediendo en directo en Plaza Dignidad. Extraña pero a la vez tan natural y sencilla, parece finalmente una conversación, con momentos en que incluso se invita a cantar al público, en un viaje que hila la biografía familiar de Malicho con la memoria colectiva del país actual, el Chile rabioso del estallido y el paralizado por la pandemia.

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Anoto algunas ideas o elementos que me llamaron la atención y que, como la obra ya tiene tiempo, son cosas que han sido seguramente mencionadas por otros antes (en estas mismas páginas el profesor Jorge Letelier por ejemplo).

Primero, lo que parece muy interesante es que, como el mismo Malicho aclara, las imágenes que se presentan y por las que nos paseamos, son fotografías de cientos de personas que las subieron a internet y que están geo-localizadas, referenciando lugares y hechos concretos. Son imágenes “públicas”, que están disponibles para su uso, que fueron subidas a la red y publicadas para quienquiera que las vea. Por ejemplo, una imagen de la Plaza Italia (entonces aún no se llamaba Dignidad) cuando se llenó de huevos fritos gigantes, que fue una intervención artística del Festival Hecho en Casa, el 2016. U otra en que al pie del caballo de la estatua hay una novia. Es decir que se presenta una suerte de collage colectivo, con imágenes que alguien quiso destacar por algo alguna vez, y que llenan el ciberespacio con mensajes abiertos, sin destinatario específico.

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Lo mismo el palimpsesto en los muros de todo el sector de Plaza Dignidad. Malicho se pregunta con insistencia por esos mensajes que están en la ciudad como si la ciudad y sus muros fueran un mensajero. Las marcas en los bancos de las plazas, los grafittis, y esas mismas fotografías subidas anónimamente al ciberespacio para contar el aspecto de una ciudad que cambia cada vez más rápido, obedecen al mismo impulso de dejar un mensaje, una huella, y testimonian un momento al menos, cuando no incluso una emoción. Son nuestros constantes intentos vanos de atrapar al tiempo, de capturarlo o fijarlo, como insectos humanos porfiados, polillas ante la luz. El anhelo de trascendencia que mueve a los seres humanos a testimoniar su paso por esta vida.

En ese sentido me pareció un descubrimiento, un acierto, el poeta de las planchas de metal. En las veredas de las calles hay, si se fija usted, en algunas esquinas estratégicas, unas planchas de metal que son tapas de hoyos que conducen a ductos del alcantarillado, de la electricidad, del gas. Usted las ha visto sin prestarles atención jamás, si es que aún anda usted a pie por las calles. Malicho se dio cuenta de que en muchas de ellas había mensajes poéticos grabados con algún instrumento poderoso, en relieve, por una mano siempre la misma, mensajes de amor firmados por JRC y el dibujo de algo así como una palmera. Ese sólo hallazgo me parece de un tremendo valor artístico. Le da vida, existencia y sentido a ese anónimo de 3 iniciales. Y ese simple acto me parece altamente conmovedor.

Y luego conmueve definitivamente la historia de amor de los abuelos de Malicho, donde la abuela vive la música como bastón para caminar en medio de la ceguera que es el Alzheimer, y el abuelo se ha convertido en discjockey para mantener de este lado a su amada. Sin ti no podré vivir jamás, ese bolero del trío Los Panchos, acaso de una poética elemental y casi cursi que la hermana con las placas de JRC, y que expuesto en toda su franca desnudez nos estremece y llena de ternura.

Sucede entonces que la experiencia es como espectador en varios niveles o planos. Hay una primera capa de reflexión a partir de estos elementos. Es un teatro documental, autobiográfico y testimonial, con tradición a estas alturas en su estrategia, con la compañía La Laura Palmer Teatro como referencia chilena obligada, aunque podría por ejemplo incluso tejerse una continuidad entre esta obra y “Stabat Mater” de la brasileña Janaina Leite, que es igualmente una mezcla escénica de conferencia performativa y registro audiovisual, con anclaje en la exposición de la propia intimidad y en la presencia real de la familia (una obra que se pudo ver en el enero teatral pasado).

Pero además en “Reminiscencia” el creador, el artista, recolecta y monta su historia con materiales no solo propios, pues su biografía nos remite a lugares comunes, a territorios que también han sido testimoniados por otros. Todos hemos pasado por lugares que ya no existen. La ciudad cambia y hay un mall donde había un barrio de casas con pasajes por los que corriste en tu infancia. Nada queda del hospital donde naciste o del colegio donde estudiaste. Esa ferocidad con que cambia la ciudad y su aspecto, que está incluso en una canción de Sabina y en otra de Aznavour, ya que nos hemos puesto del lado de estos dos viejos hermosos y enamorados. Esa implacabilidad del paso del tiempo a la que con la pandemia vinimos a poner atención, despertando a las cosas simples, rutinarias y olvidadas del día a día, porque la vida del planeta mismo es finita y nuestra vida es efímera como especie. Así como el teatro y las artes escénicas que son efímeras: suceden en vivo una sola vez y nunca una función es igual a otra. Por eso tanta majadería con el tema de la memoria.

Nos queda el registro. El recuerdo. La memoria anida en objetos y lugares, así es sólida, espacial y concreta; pero también en imágenes, olores y sonidos, y es abstracta, inmaterial, etérea. “Reminiscencia” me llevó a otra obra de teatro muy distinta en otra época, me acordé de “Gemelos”, de La Troppa. Una obra sobre las dolorosas infancias de la Europa de entreguerras. ¿Por qué me acordé de esa obra? Acaso porque la guerra y la pandemia se parecen como contexto, porque conducen a esta súbita conciencia de la fragilidad y pequeñez, nos muestran la omnipresencia y constancia de la muerte. Hablo de este chicle en que se convirtió el tiempo, un limbo, un jet lag de eterno presente, sin pasado ni futuro, una tensión constante, un pujo. Mi reminiscencia fue pensar con tristeza y nostalgia en una obra de una compañía que ya no existe. Así como hay especies animales que se extinguen a diario, y flores hermosas que desaparecen para siempre de la faz de la tierra sin que podamos jamás volver a sentir su olor. Hay obras que perecen, y está bien también que así suceda. Sí, es cierto, hay otras obras que siguen montándose siempre, que resisten y se reinventan y es hermoso. Quién sabe, quizás un día. Por lo pronto “Reminiscencia” es un montaje que estará en cartelera hasta el 18 de diciembre, en el GAM.

 

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