Guerra y paz en Europa: una nueva bipolaridad
¿Está loco Vladimir Putin? La pregunta sonaba en medio del desconcierto de los medios de comunicación occidentales. No, no parece estarlo. En caso contrario, habría que incluir en esa caracterización a otros protagonistas de la actual tragedia ucraniana, Estados Unidos y la Unión Europea incluidos. Ni siquiera se trata de Putin. Las razones del comportamiento del gigantesco oso ruso, en apariencia tan desconocidas para los líderes de la Unión y de otros países occidentales -que han hecho ostentación de un abanico de reacciones emocionales que van desde la soberbia al miedo-, hay que buscarlas en la historia.
La historia, el relato histórico al que se aferra la Federación Rusa, es la grandeza del pueblo ruso. Incluso, como plantea el politólogo Alexander Dugin, la especificidad de la civilización rusa. A partir de la antigua Rus de Kiev, este relato nos habla de la diferenciación y desarrollo de tres pueblos hermanos: Rusia, Bielorrusia y Ucrania, destinados a un futuro próspero, en una férrea hermandad eslava. Tal vez este relato nos ayude a comprender un poco mejor cuáles son las raíces del actual enfrentamiento entre rusos y ucranianos, en la medida en que se trata de un relato… ruso.
Este conflicto se mantuvo en estado larvado, después de los dramáticos sucesos de la Segunda Guerra Mundial, a la que los rusos denominan “la gran guerra patria”. Ucrania fue la región soviética más afectada por la limpieza étnica protagonizada por los nazis, que las emprendieron por igual en contra de judíos y eslavos. En esta vil labor, colaboraron algunos nacionalistas ucranianos, que han sido reivindicados por las actuales autoridades de Kiev, en detrimento de los héroes soviéticos que los liberaron. El golpe contra el presidente Yanukovich, y la posterior guerra civil en el Donbás, no hicieron más que empeorar las cosas hasta llegar al enfrentamiento actual, ocho años después.
La historia rusa del devenir histórico de ambos pueblos es al mismo tiempo la clave de la incomprensión ucraniana. Un nacionalismo fallido, que no logró dar cuenta de la especificidad del pueblo ucraniano, debatiéndose entre la orientación pro rusa y la orientación pro Unión Europea, con extremos representados por la adhesión a la OTSC (Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, firmado por seis ex repúblicas soviéticas) o a la OTAN. La guerra civil desatada entre las provincias rebeldes de Donetsk y Lugansk y el Estado central, y ahora la guerra, han dejado claro a los ojos de todo el mundo la dramática división de Ucrania.
Si la actual campaña rusa busca en definitiva una separación de hecho, no sólo del Donbás sino de todo el este y el sur del país (aproximadamente el territorio que la emperatriz Catalina la Grande arrebató al imperio otomano en el siglo XVIII), sería también el resultado de la tozudez del régimen de Kiev, que ha desperdiciado hasta ahora la oportunidad de negociar condiciones más favorables.
Que la guerra se prolongue no es una buena noticia para la paz, evidentemente. Los acuerdos de Minsk -que garantizaban una mayor autonomía de las regiones de Donetsk y Lugansk, a cambio de una federalización del país- pudieron haber sido insuficientes o inaceptables a la larga para la parte ucraniana. En todo caso, la Unión Europea poco o nada hizo para obligar a Kiev a cumplir con los acuerdos. La diplomacia y una negociación equilibrada sobre los intereses de seguridad de todos los involucrados, incluida la propia Unión Europea, pudieron haber conseguido en el peor de los casos una separación pacífica del país, de acuerdo con la libre voluntad de sus ciudadanos como fue el caso, por ejemplo, de Checoslovaquia.
El curso actual de los acontecimientos en Ucrania y el comportamiento de las potencias, nos han llevado a una nueva bipolaridad en el mundo. La historia dirá si se trata de una nueva “cortina de hierro” o del avance hacia una situación de múltiples polos de poder. Si el centro político y económico del planeta se traslada de Occidente a Asia, como es posible que ocurra a mediano plazo, quizá se abran mayores posibilidades para la paz y la integración de naciones y pueblos, dado el evidente fracaso del actual orden unipolar y lo indeseable de una nueva Guerra Fría.
La paz es una condición indispensable para que el desafío de un nuevo orden se haga realidad. Una reorganización del mundo, hacia una comunidad global de semejantes en el que pueda hacerse realidad el proyecto en común de la humanidad.