La disculpa y el espíritu republicano
Disculpa, según la etimología directa de la palabra, es la expresión que se usa para librarse de la culpa por algún hecho o acción cometida. En medio de una historia convulsionada en los últimos años, donde el paradigma productivista y enajenante del modelo económico neoliberal ha sido la tónica cultural en la que hemos sido educados, pareciera que el cometer errores o equivocarse en alguna acción implica un juicio y condena vertiginoso, rápido como el rayo y cuya concurrencia no deja espacio para ninguna reflexión complementaria. Lo primero es la culpa. Y luego, la condena.
Han surgido las voces pidiendo la renuncia de la ministra del Interior por los errores cometidos en este primer mes de gestión, así como de su equipo de asesores. ¿Será que el gen consumista, apresurado en devorar figuras públicas y relatos de momento, se va mostrando en este capítulo como un lento operador que va haciendo eficazmente su trabajo, engullendo de a poco la luna de miel en la que estaba el recién asumido gobierno con la ciudadanía?
Resulta interesante advertir que los cuestionamientos sistémicos al modelo productivo, que se han levantado en todas las esferas de la vida, parecieran ser ciegos y sordos cuando se trata de volver a evaluar a figuras políticas renovadas y que defienden el inicio de un nuevo ciclo. Al revés, el ánimo persecutor y condenatorio se ha mostrado particularmente feroz, invocando las más altas sanciones y la ejecución en la plaza pública a quien yerra de la forma que se ha hecho. Guste o no, se ha dicho, estamos en presencia de un cargo que, en sí mismo, es una “moledora de carne”, que debe sobrellevar una presión altísima en la gestión del Estado. La cara más tradicional y conservadora de nuestra institucionalidad pareciera estar intacta latiendo ahí, justo entre una ansiedad y un autoritarismo desde donde se formulan nuestras expresiones públicas.
Desde esta humilde tribuna, quisiera invitar a colocar foco en este escenario y promover un cambio de eje en esta operación. Y es que estamos tan habituados a la exigencia fantasiosa de los rendimientos mecanicistas, que cualquier error o equivocación se cataloga como inaceptable y, en cambio, da lugar a la más ácida condena y exigencias de renuncias y desapariciones de la escena pública. La dimensión donde el error es una oportunidad de crecer, propio de un proceso de aprendizaje, natural a todas las dimensiones de desarrollo humanas, pareciera ser, no sólo ignorado, sino rechazado de plano.
Me atrevería a decir que, en esa línea implacable, yace la mirada patriarcal, competitiva, tan propia de lo que hemos ensayado por siglos como actividad política tradicional. Este capítulo puede mostrar una posibilidad para abrirnos a mirar con humanidad, compasión y perspectiva amplia el ejercicio de los cargos públicos y a las personas que los desempeñan. Es tiempo de dejar la culpa, en todos los sentidos de la palabra, y que la responsabilidad para con los cargos sea verificada bajo una mirada de comprensión cabal en torno a la persona que los lleva y su desarrollo.
Y quisiera aquí reivindicar un hecho no menor que, hasta ahora, no se ha mostrado relevante. La ministra Siches es una mujer puérpera, está pasando por un momento en su camino vital donde toda su vida se va transformando para acompañar la llegada de su hija, conocida por todo el país en virtud a las actividades de su madre. Y para quienes saben de esa etapa, y quienes la hemos podido acompañar, es comprendido que, desde la gestación hasta el puerperio (que aproximadamente puede extenderse hasta 2 años después de verificado el parto), la mujer está mucho más conectada con otras cualidades del cuerpo físico, como son su dimensión emocional y sus capacidades afectivas. Ello puede traer como consecuencia ciertas imprecisiones racionales o lógicas, menos eficiencia en ejercicios de memoria, menos prudencia en sus formas de decir o sentir ciertas emociones o energías internas. Es una etapa intensa, pero en ningún caso invalidante. El llamado de las nuevas generaciones es a reconocer este periodo con particular énfasis, abriendo una perspectiva para mirar hacia un mundo que acoge bien, que trata bien, que cuida a sus nuevos ciudadanos, ya desde la cuna, con adecuados estándares de relaciones emocionales y materiales.
Y este gobierno ha tomado la definición de colocar en uno de los más altos cargos de la administración del Estado a una mujer puérpera. Esa definición, per se, tiene un contenido político que merece ser defendido en cualquier escenario. Abrirse a ello implica aceptar el error, la equivocación como algo esperable que suceda. No porque exista una cualidad equívoca en la ministra o un defecto en su persona para ejercer el cargo, sino por el sencillo hecho de que equivocarse está bien. Es parte fundamental de nuestro aprendizaje y es tiempo que como sociedad aprendamos a convivir con ello.
Podemos madurar una relación con nuestras cualidades más humanas y expandir un sentido de relaciones públicas y privadas más conscientes de los procesos que viven las personas, que deje atrás las exigencias y sepa aceptar cuando alguien dice “lo siento”, como una frase que tiende un puente de empatía con quien es dañado por una acción o expresión.
Hasta aquí, cabe señalar, los “errores” de Siches no han costado la vida de nadie ni motivaron acciones de abuso de ninguna fuerza estatal. No se ha transgredido la integridad física de ninguna persona, no se han verificado denuncias de violaciones a los derechos humanos o se ha percibido un exceso en la forma de llevar el cargo que sea posible de catalogar de abuso de poder o autoritarismo.
Estos límites son razonables y ya hubiéramos querido tenerlos más claros y definidos cuando el gobierno anterior anunció el “Plan Araucanía”, a la postre, uno de los errores más trascendentales en su propio proceso de instalación. Fue un plan que costó vidas, fortaleció el conflicto en la región y mostró una corrupción campeante en sectores de las policías que fueron llamados a intervenir en él.
El “espíritu republicano” al que aludió la ministra para presentar sus disculpas se ha caracterizado por esta cara autoritaria, fría, exigente y belicosa. La república parece también fundada en la culpa. Esa mirada portaliana, y que desde la oligarquía se instaló en el modelo de Estado ya desde los inicios de la República, está siendo renovada y cuestionada en la actualidad desde muchas perspectivas. En buenahora, estamos pasando por esa crisis de nuevo sentido, tanto hacia lo público como lo privado.
Este tiempo nuevo es una oportunidad para mirarnos con otras perspectivas. Exijamos integridad, respeto, mesura, urgencia por atender los problemas que son reales necesidades y sepamos aceptar el error, tal como quisiéramos tener oportunidad de aprender cuando nosotros mismos nos equivocamos.
El gobierno está aprendiendo a ejercer su mandato mientras todo Chile aprende a comunicarse con él y a formar una opinión pública crítica, reflexiva y, por qué no, compasiva. La nación Twitter no sabe ser epicentro de ese cambio y es desde otros afluentes desde donde esto se puede traer al centro de la escena. La ministra Siches está aprendiendo a llevar el cargo al tiempo que aprende a ser madre. Y el país entero está aprendiendo a llevar todos estos procesos como parte de una vida normal que sabe integrar las más diversas realidades, con consideración, apertura y respeto.
Tenemos al frente una buena oportunidad de crecer, en múltiples y renovadas dimensiones. Podemos mejorar nuestras relaciones públicas, con y desde el ejercicio del poder. Si esto es una afirmación o una pregunta, de todos nosotros depende ahora.