CRÓNICA| Museo de la Solidaridad Salvador Allende: Arte como crítica social
Son pasadas las 11:15 de la mañana, es decir, el horario de atención ya empezó. En la entrada de esta casona de estilo neoclásico no hay señales de vida ni hay flechas que lleven a la puerta principal, pero quizás ese sea el objetivo.
Hace calor, el viento arrastra pelusas de los plátanos orientales de la Avenida República, en Santiago, y, al mismo tiempo, hace bailar aquella bandera de color rojo pasión que ondeaba junto al letrero de Museo de la Solidaridad Salvador Allende.
Tal vez el objetivo de esa falta de señaléticas sea capturar la atención con lo evidente, con los detalles de ese edificio que alguna vez fue el Palacio Heiremans, la Embajada Española, el Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile, e incluso, durante la dictadura militar, un centro de operaciones de la CNI.
Hoy esa casona es uno de los museos de arte contemporáneo más importantes del país y es en base a su historia y resistencia que sigue en pie, haciendo frente a la pandemia del Covid-19 y a un panorama precario en el que las artes no son consideradas un rubro relevante para la sociedad chilena ni para el propio Estado.
Un hombre mayor se asoma desde una portería y dice: “Hola, suban la escalinata para ingresar al museo”. Por un segundo me sentí totalmente ajena a esa placa -en donde se detallaban los inicios del museo- y a ese hombre que amablemente dio indicaciones. Han pasado más de 30 años y sigue siendo delicado e impopular hablar de la dictadura y las violaciones a los derechos humanos, ¿será que seguimos con miedo o hemos olvidado lo que sucedió?
Dejé que un escalofrío recorriera mi espalda y seguí las instrucciones hasta llegar a la recepción. Toma de temperatura, lavado de manos con abundante alcohol gel, “su nombre y correo electrónico por favor”, la entrega del kit de mediación, las instrucciones de cómo usarlo, “disfruten su visita”. Extrañaba esos pasos, recorrer los museos con tranquilidad, ver el juego de luces y no tener que preocuparme por la mascarilla y los aforos.
El piso resuena a medida que avanzamos, una guardia nos observa de reojo, atenta a que no saquemos fotos con flash. La primera sala tiene las paredes pintadas de un rojo potente como el color de la sangre y en letras grandes aparece el nombre de la exposición "Rojo".
La izquierda a través de un lente
La mirada se desvía con rapidez a una de las muestras, una rosa cromática, serigrafías, pinturas de la Rusia comunista y de la carrera espacial del '69. Aquí me detengo, porque no es casualidad que esta exposición hable de la polarización de la época y de los logros e ideales del comunismo soviético, no por algo esto es el Museo de la Solidaridad Salvador Allende.
Sin embargo, por más que el nombre de este espacio se vincule inmediatamente con esa corriente política contraria al capitalismo y al neoliberalismo, esto no es más que otro museo de arte contemporáneo que al igual que otras instituciones busca hacer de la cultura un bien accesible a toda la comunidad, pero claro, la línea curatorial y la selección de obras no es al azar.
Los pies siguen su camino y las manos se mueven con delicadeza para usar un pequeño visor de color rojo que venía dentro del kit de mediación. Son casi como los lentes de tercera dimensión que antes entregaban en los cines, pero aquí no ves las formas de salirse de los cuadros, aquí los colores, en especial el rojo, tienen un rol fundamental.
Con aproximadamente 98 artistas, “Rojo” se presenta al interior del Museo de la Solidaridad Salvador Allende, y también en su fachada con la bandera que ondeaba con orgullo en la entrada. Después de pasar por tres salas donde diferentes estilos, épocas y soportes se entremezclaban con estas ideas de los colores, el cuerpo y la política, llegó el momento de bajar por las escaleras a la “Sala de Experiencias”, la segunda instancia de mediación.
En este espacio las instrucciones eran sencillas, había que usar los guantes del kit y tocar una pizarra hueca. No era un toque gentil ni mucho menos. Había que pasar las palmas con velocidad y firmeza, y luego de unos segundos la energía cinética haría lo suyo. Un par de hilos de lana de color rojo se empezarían a ver detrás de la primera capa de esta pizarra blanca.
Esa acción me hizo pensar en muchas cosas. En la frase de “si se mueve es porque está vivo”, “la sangre es roja, entonces el rojo significa vida”, “hay que agitar a las masas para que reaccionen”. Me pareció interesante que un acto simple, como mover las manos sobre un cristal, detonara esos pensamientos.
En la pared en diagonal todo estaba cubierto por mensajes, dibujos, recortes, colores y consignas, y ahí tuve la sensación de que entendía todo y nada. Para algunos visitantes la sexualidad era una de sus banderas predilectas para hacer revolución, y para otros ciertos colores decían demasiado y poco de los estados anímicos. De alguna manera sólo bastaba con ver esa pared para entender cómo el sincretismo cultural se volvió un elemento esencial en nuestras tradiciones populares.
Después de varios minutos recorriendo con la mirada el trabajo de otras personas abandoné la “Sala de Experiencias” y emprendí rumbo a la siguiente exposición. Durante la subida mi acompañante preguntó:
- “¿Y tú en qué piensas cuando ves el color rojo? Yo lo asocio a la violencia”, comentó.
-“También, pero últimamente lo relaciono a la sexualidad, la menstruación y lo natural de los cuerpos”, dije.
"Lunes es Revolución"
A un par de escalones de llegar al segundo piso, un mural tipo collage cubre la mitad de una de las paredes, hay extractos de figuras o imágenes del estallido social, representaciones del mayo feminista y varios otros elementos que sin duda daban a entender que lo que se venía era una muestra mucho más contemporánea.
La siguiente parada es una exposición en la que el concepto de lunes, como inicio de la jornada laboral, se convierte en una ironía y una frase que incita al público a salir del modelo capitalista, a luchar y hacer revolución.
Ya instalados en el segundo piso del museo nos percatamos que "Lunes es Revolución" es una muestra cruzada por el feminismo, la sexualidad y el género. Es decir, por la tríada perfecta para hablar de las manifestaciones sociales al interior de un país latinoamericano en donde las libertades individuales siguen coartadas por grupos conservadores del siglo pasado.
A través de diversas expresiones artísticas como tejidos, pinturas, historietas, ilustraciones, entre muchas otras, 16 artistas, colectivos y agrupaciones intentan reflejar el poder de la libertad sexual y de género como herramientas de manifestación y resistencia en el tiempo.
A continuación, aparece otra actividad de mediación, una totalmente diferente a la de los guantes y papeles colgados en el piso -1. Bajo el nombre de “Primera Persona Plural del Futuro Simple”, la artista Camila Ramírez Gajardo deja a disposición del público un cuadernillo de color rojo, con lo que a simple vista parecieran ser juegos de revistas como sopas de letras y crucigramas, pero es algo mucho más que eso.
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El cuadernillo hace referencias a la Unidad Popular, al golpe de estado, la dictadura y los gobiernos de la Concertación. No obstante, de forma sutil también hace guiños a la realidad que hoy se vive en Chile, un país cruzado por las manifestaciones sociales, la Revuelta de Octubre, los numerosos casos de corrupción que se han dado a conocer en la última década, el Plebiscito del 25 de octubre, entre otros hitos.
Con un lápiz bicolor en mano -elemento que venía dentro de este nuevo kit de mediación- fui desarrollando paso a paso algunos de los juegos que contenía el cuadernillo, todo para entender cómo se fue dando la rivalidad de los partidos políticos en este país, y para ver de forma lúdica quiénes se han visto más beneficiados en ciertos procesos democráticos y antidemocráticos del Chile de ayer y hoy.
Después de resolver varios de los juegos de “Primera Persona Plural del Futuro Simple” ingresamos a una sala donde los colores y la festividad se vuelven los protagonistas de la exposición. Más de 20 obras invitan a pensar en la cultura popular, en los pueblos andinos, el rol de los cuerpos, la demonización de los pezones femeninos y el poder de la clase trabajadora.
Al terminar el recorrido, y bajar los escalones, la despedida con el personal "gracias por venir". Le doy una última mirada a la fachada del Museo De la Solidaridad Salvador Allende, mientras las pelusas de los plátanos orientales se diseminan en el aire, la bandera ondeando ligeramente, y pienso: "aquí nada es casualidad".