“Aún no hemos ganado nada”: Desafío estratégico del gobierno de Boric
Los amantes del fútbol estamos familiarizados con ciertas muletillas. La que titula esta columna se esgrime a menudo luego de un resultado significativo, pero que aún no termina de abrochar un objetivo mayor como un título o una clasificación. Y es que, pese al tono espectacular del guion político del presente año, pletórico de capítulos de alto tono dramático (como el memorable discurso del diputado Naranjo), esto no es un cierre de serie sino apenas de temporada. Es así para quienes creemos que “el partido” no es otro que la producción de un país con otro modelo político y social desde la salvaje e informe energía de octubre de 2019.
Retomar la perspectiva estratégica es más crucial que nunca en este momento: como ocurrió con octubre, la espectacular victoria electoral de Gabriel Boric ya ha comenzado a reducirse a un relato reafirmador de identidades. Para unos se trató del triunfo de un “viraje al centro”, y para otros la victoria de la movilización de nuevos votantes. Ya hemos analizado el extravío estratégico causado por la sobreinterpretación de octubre de 2019, y los resultados contundentes suelen ser terreno fértil para reducciones cómodas pero equívocas.
La realidad es que dichos resultados son a menudos tan complejos como los demás y en la reciente segunda vuelta también es el caso: la tesis del “viraje al centro” no resiste la evidencia empírica de un millón de nuevos votantes en segunda vuelta sin los cuales Gabriel Boric no sería Presidente electo. Pero al mismo tiempo esos votos muy probablemente se movilizaron ante la perspectiva de una inaceptable Presidencia de Kast, por lo que su hipotético radicalismo no podía ser ofendido por la necesidad del ahora Presidente electo de buscar dar seguridades a los electores más moderados cuya adhesión no estaba asegurada y fue crucial para consolidar la contundencia del resultado.
La victoria de Gabriel Boric
El resultado electoral del pasado 19 de diciembre constituye en primer lugar una victoria de Gabriel Boric y su equipo, no necesariamente de Apruebo Dignidad. Los diferentes segmentos que conformaron la más amplia votación de la historia republicana del país se articularon en torno suyo y no del proyecto colectivo que podía darle mayor viabilidad al proceso de cambios en el Congreso. El reverso de esto es que los resultados de la ultraderecha en las parlamentarias, pero también en primera y segunda vuelta (segunda mayoría histórica de la derecha en votos totales), le han impuesto una desaceleración innegable al proceso de cambios, obligando a una ingeniería estratégica excepcional para viabilizar el nacimiento de un modelo político y social que sea aceptado por la amplia mayoría del país.
El Presidente electo logró la victoria al lanzarse a trazar una nueva geografía política que apeló a la movilización de nuevos votantes, desconfiados de los partidos, pero sin que ello fuera en perjuicio de un reencuentro con la centro-izquierda ni la asunción de un discurso de respeto a la ley y al orden institucional. Pero esto es al mismo tiempo el fruto de su victoria: Gabriel Boric se ha ganado hoy la posibilidad de intentar trazar una nueva geografía política. Su enorme legitimidad actual le ha permitido conformar una suerte de “coalición moral”, al decir de Eugenio Tironi. En ella, el PC no puede cómodamente objetar la inclusión de partidos de la centro-izquierda en el gobierno, pero al mismo tiempo la DC no puede reafirmar con tranquilidad su decisión de ser “oposición” al nuevo gobierno.
Para muchos sectores de Apruebo Dignidad esta situación puede ser entendida como derrota. Después de todo dicha coalición se conformó con el propósito expreso de traducir las mayorías sociales del plebiscito de 2020 en mayorías políticas para la conformación de un gobierno que supere el neoliberalismo, y ese objetivo estuvo lejos de lograrse. Pero una mirada más amplia revela que ello no es necesariamente así: Apruebo Dignidad es la identidad política formal más importante de la nueva época que se abre, el corazón del nuevo gobierno. Sólo que se trata de una identidad particular, que no representa una mayoría capaz de gobernar. Una derivada importante será entonces la ruta hacia una convergencia política entre las coaliciones que apoyan al gobierno. La solución “mixta” entre coaliciones que convergen en un gobierno, pero no en una coalición única, es un buen punto de partida, aunque perpetuarlo puede desajustar los equilibrios de un gobierno que requiere la unidad de los suyos para dialogar con sus adversarios.
El intento de proyectar la mayoría electoral de segunda vuelta no puede, sin embargo, prescindir de la inclusión de las mayorías sociales no partisanas. Tal vez la parte más desafiante de este ya complejo trazado es incluir la voz de movimientos sociales formales e informales en el diseño de un gobierno cuya configuración institucional no está pensada para ello. Los partidos son insustituibles pero insuficientes, y se requiere ir más allá de ellos. Esto es así porque el rumbo del gobierno estará lejos de jugarse únicamente en los canales institucionales: consolidar las mayorías electorales que le dieron el triunfo en mayorías sociales estables es un objetivo fundamental del gobierno. La primera vuelta y la elección parlamentaria ya fueron una severa advertencia, que no debería olvidarse, de que grandes franjas electorales pueden desmovilizarse o cambiar sus adhesiones, lo que podría poner en jaque la iniciativa política del presidente Boric.
La importancia de un diseño político para dibujar el nuevo Chile
Tal vez el último bastión organizado del orden de la transición es el gran empresariado. Casi todos sus agentes políticos (la derecha, parte de la centroizquierda, el columnismo, etc.) han sufrido derrotas significativas que los han dejado en confusión estratégica o parcialmente desactivados. En cierto sentido se encuentra como nunca, desnudo, sin embargo sigue siendo enormemente poderoso e influyente. Por sus señales en este ciclo político, deberíamos concluir de manera terminante que el gran empresariado no quiere pagar por un Estado de Bienestar que sólo podría financiarse con su contribución permanente en forma de impuestos. Por ideología o por pragmatismo hará todo lo posible por disminuir sus costos y mantener su posición de privilegio. Es dable imaginar entonces que la disposición actual al diálogo no es más que un repliegue táctico en espera de una oportunidad de someter al gobierno mediante la conocida receta de presión mediática y política. No deberíamos pasar por alto, por ejemplo, los intentos de Juan Sutil de comprar un nuevo canal de televisión.
Este enorme desafío requiere asumir de entrada que el programa de Apruebo Dignidad es hoy, realistamente, un horizonte de mediano-largo plazo. El diseño de gobierno debiera construirse desde esta certeza y, por lo que ha trascendido, así ocurre. Una segunda certeza es que el diseño de gobierno y el avance de la Convención Constitucional están irremediablemente ligados. Esto significa que, si la llamada “luna de miel” de la que goza todo nuevo gobierno termina demasiado pronto en esta ocasión, se podría apuntalar la opción del Rechazo en el plebiscito de salida. Pero esto entra en tensión con la necesidad de impulsar rápidamente una reforma tributaria, pues este es el lógico primer paso para consolidar una recaudación que permita financiar los derechos sociales que se pretende establecer.
En estas circunstancias resulta crucial un diseño táctico fino del primer año de gobierno. Este debe contemplar como prioritario extender lo más posible el periodo de “carta blanca” del nuevo gobierno evitando que la previsible polémica de un proyecto de reforma tributaria enturbie la consolidación de un acuerdo institucional amplio que garantice el triunfo definitivo de la nueva Constitución. En ese sentido, parece inteligente avanzar la primera mitad del año con “mesas de diálogo” con el empresariado, Pymes, minería, trabajadores, y otros actores potencialmente afectados por un nuevo diseño tributario, de modo que el proyecto sea enviado al Parlamento después del plebiscito constitucional y con el mayor apoyo social posible. Este diálogo puede hacerse sustentable en la medida que las ayudas sociales sean eficientes y aplaquen al menos en parte las fatigas que muchas familias padecerán ante la agudización de la crisis.
Al mismo tiempo, y contra lo que se considera según trascendidos, lo políticamente conveniente parece ser un proyecto de reforma segmentado en lugar de un proyecto único. Si bien es cierto que en este escenario se arriesga que la reforma quede cercenada ante la posibilidad de que la derecha rechace algunos proyectos y apruebe otros, también se reduce la posibilidad de un escenario en que la reforma sea rechazada íntegramente y con ello la agenda social del gobierno quede estancada definitivamente ante la imposibilidad de financiar programas sociales ambiciosos. Y, a su vez, un “Trafalgar legislativo” dejaría al gobierno encallado y a merced del fuego comunicacional de la derecha, posiblemente resucitando una reacción ultraderechista.
Romper la inercia
En resumen, el objetivo del gobierno debería intentar romper la tendencia inercial de los grandes cambios sociales, caracterizada por dinámicas de acción-reacción. Esto no significa otra cosa que proyectarse a al menos ocho años de gobierno. No se trata, por supuesto, de una pasión por “aferrarse al poder”, sino más bien la constatación de que la única manera de mantener una expectativa de cambios en vistas de la ralentización de los ritmos de transformación política y social impuestos por el alza electoral de la derecha, estriba en una planificación a mediano y largo plazo de esos objetivos. Para eso resulta capital que Gabriel Boric entregue la banda en 2026 (o cuando sea que establezca la Convención) a una sucesora del mismo signo político, y ojalá de la misma coalición.
Al mismo tiempo parece sabio profundizar las tácticas de segunda vuelta. Es importante hacer esto tanto de manera “horizontal” como “vertical”. En el primer caso, resulta clave aprovechar la confusión estratégica de la derecha aislando a sus elementos más extremos. La persistencia de la figura de Kast de manera directa, o de manera indirecta mediante las habitualmente polémicas vocerías del Partido Republicano en el Congreso, pueden ser la oportunidad de perpetuar ese “villano perfecto” que permitió movilizar cientos de miles de votos en segunda vuelta.
En el segundo, es importante innovar a la hora de encontrar formas de movilizar a la población sin que ello afecte el diálogo político necesario para conseguir acuerdos que permitan avanzar. En este sentido, parece existir conciencia en amplias capas ciudadanas de que este gobierno no sólo precisa de ser votado, pero también respaldado y defendido, lo que puede facilitar ejercicios de articulación en torno a causas particulares que mantengan a la población informada y políticamente activa. Tanto la Concertación como la Nueva Mayoría perdieron la “mayoría social”, y esa es una lección que no debiera olvidarse.
Son pocas las certezas que este escenario lleno de incertidumbre permite. Una de ellas es que esta nueva fase del proceso está encabezada por el líder más completo de las nuevas generaciones de luchadores sociales. Ningún columnista debería pretender dar consejos a quien ha conseguido el extraordinario éxito de pasar de las movilizaciones sociales a la Presidencia, de múltiples rupturas partidarias y la incomprensión de los propios a un liderazgo reconocido mundialmente. Lo que pretendemos, empero, es contribuir a la discusión colectiva de los proyectos políticos que ese liderazgo necesita para mantener y aumentar la adhesión y confianza ciudadana.
Hasta entonces, no hemos ganado nada.