Auge y caída de un tirano pseudolector: Pinochet bibliófilo gracias a los fondos fiscales
“Hay peores cosas que quemar libros, una de ellas es no leerlos”.
– Ray Bradbury
En 2007 Juan Cristóbal Peña publicó “Viaje al fondo de la biblioteca de Pinochet”, reportaje que le valió múltiples premios periodísticos y que fue el punto de partida para su libro, La secreta vida literaria de Augusto Pinochet (2013). Peña es periodista, director de la Escuela de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado y entre sus publicaciones destacan: Cecilia: La vida en llamas, Los fusileros y Jóvenes pistoleros; siendo estos dos últimos, relatos sobre la historia de integrantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez.
La secreta vida literaria de Augusto Pinochet es una investigación periodística, escrita como ensayo, que indaga en los más de cincuenta y cinco mil libros que la biblioteca personal de Augusto Pinochet llegó a tener, los que fueron adquiridos “de forma compulsiva y obsesiva, a punta de regateos y con fondos fiscales”. La investigación de Peña surge a raíz del Caso Riggs, por el cual se mandó a requisar el tesoro mejor guardado del general. En su colección se encuentra parte de la biblioteca privada de José Manuel Balmaceda, una carta original de Bernardo O’Higgins, ediciones originales de Histórica relación del Reyno de Chile (Alonso de Ovalle, 1646), avaluado en US$6.000, y La Araucana (Alonso de Ercilla, 1733), además de sorprendentes colecciones de libros sobre Napoleón, literatura marxista y una particular edición sobre Manuel Rodríguez con timbre de la biblioteca del Instituto Nacional.
El texto narra la temprana obsesión de Pinochet por aparecer como un soldado letrado e ilustrado (teniendo a Ramón Cañas como referente). Su lúcida claridad respecto a su mediocre capacidad cognitiva, el resentimiento, la paciencia, el tesón y la envidia forman parte de una faceta fascinante y jamás contada del dictador. De acuerdo a la investigación que Peña publicó en CIPER, los peritos, a los que el juez Carlos Cerda les ordenó determinar el valor monetario y patrimonial de su biblioteca, debieron pasar alrededor de 200 horas en terreno y otras 200 dedicadas a pesquisas para finalmente llegar a cuantificar su valor en US$ 2.840.000. Esto sin considerar los valiosos libros que Pinochet alcanzó a sacar antes de que llegaran los detectives. En todas sus bibliotecas había cajas fuertes que, al ser abiertas, contenían solo papeles insignificantes para la investigación, fotos y una colonia. Un lugar interesante desde donde pensar la información que nos entrega Peña es la construcción personal que realiza Pinochet de sí mismo con posterioridad al golpe de Estado, y se condice con las lecturas militares que había realizado durante toda su vida. Aquella primera fotografía con lentes oscuros, su impronta, el título de “Capitán General de Ejército” (cargo creado particularmente para él), el uso de una capa, la perla en la corbata, hablan de un sentido épico, una sería la base de la construcción ficcional y literaria de su persona.
En ese sentido, en su afán de perfilarse como un Napoleón cualquiera, Pinochet se aseguró su lugar en la historia, como bien menciona Juan Cristóbal Peña en un artículo para la revista Dossier: “Pinochet no solo se empeñó en borrar de la memoria a quienes le hicieron sombra, sino también a quienes admiró y lo inspiraron en su aprendizaje. (...) el de Pinochet fue un proyecto fundacional que supuso –en palabras de Borges– «la rigurosa abolición de la historia». No es menor ni insignificante que en la ceremonia con que se conmemoró el primer aniversario del golpe de Estado, en 1974, como telón de fondo se haya instalado una enorme leyenda de cobre que destacaba dos fechas: 1810-1973”.
Bibliófilo
Cuando uno piensa en la lectura de obras literarias, lo primero que se viene a la mente en relación a ella son los planes y programas que existen sobre fomento al lector, la idea de que hay que leer, los esfuerzos obvios y edificantes que hacen las familias y los gobiernos para promover aquello. Todo esto en relación al peso que se le da a leer como un medio para el logro de otros fines, la lectura como algo edificante.
Es evidente que para Pinochet, la lectura literaria y todo lo que gira en torno a ella, incluyendo la publicación de memorias y de libros, visita de figuras importantes, como Jorge Luis Borges, compra de valiosas ediciones, era considerado un “acontecimiento”, una “experiencia”, que le otorgaba un valor simbólico al ejercicio del poder. Como antecedente, el año 1904 Franz Kafka escribió en una carta dirigida a su amigo Oskar Pollak, diciendo lo siguiente: “Lo que necesitamos son libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a los bosques más remotos, lejos de toda presencia humana, algo semejante al suicidio. Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”. De este modo, Kafka nos presenta su modo de ver la lectura como un acontecimiento que no necesariamente edifica (tuvo plena conciencia de su menor valor intelectual frente a figuras importantes), que no es un medio para otra cosa; un fin en sí mismo y, de algún modo, una experiencia única e intransferible.
[Te puede interesar]: VIDEO| Roser Fort y Centro Arte Alameda después del incendio: «Puedo decir que fue una bomba lacrimógena»
Aquí cada lector puede sacar sus conclusiones sobre si Pinochet realmente se convirtió en el hombre letrado que tanto quiso. Tengamos en consideración la censura y quema de libros durante la dictadura o cuando cerraron la Editorial Quimantú, para volver a abrirla pero bajo el nombre de Editorial Gabriela Mistral, sí, Gabriela Mistral, santa patrona de la educación en Chile. Evidentemente aquella editorial estaba bajo los lineamientos del régimen militar, y dirigida por personas de confianza de la Junta Militar, quienes solo se dedicaban a acatar cualquier orden que viniera del dictador.
“Usted no tiene que quemar libros para destruir una cultura. Solo tiene que hacer que la gente deje de leerlos”.
– Ray Bradbury
Crimen y literatura (o con la pluma y con la espada)
En uno de los capítulos, Peña menciona que Pinochet le confidenció a uno de sus escoltas que una de las lecturas que más lo impresionó en sus años como estudiante de la Academia de Guerra fue El arte de la guerra, de Sun Tzu. El militar y filósofo chino, a quien se atribuye ese libro, plantea que la guerra no es otra cosa que el arte del engaño. Y fue probablemente, gracias a eso que llegó a imponerse y a abrirse camino en el mundo militar, considerando que siempre fue un estudiante de resultados “satisfactorios”, con gran recelo de sus pares, como Carlos Prats (y todos sabemos cómo terminó esa historia).
También podemos agregar que el dictador plagió sin ningún descaro a Gregorio Rodríguez Tascón, uno de sus profesores en la Academia de Guerra, llegando a copiar fragmentos completos de discursos efectuados en ese lugar. Rodríguez Tascón, a quien coloquialmente llamaba Goyito, fue su profesor en los cursos de geografía y geopolítica, siendo este último en el que mostró particular interés, llegando a escribir (o a mandar que le escribieran) libros sobre aquel tema.
[Te puede interesar]: PERFIL| La patada del “Profe Roberto”: «Le pegué a un torniquete que ya estaba roto»
Juan Cristóbal Peña logra perfilar a Pinochet desde el punto de vista literario, a partir de relatos de personajes que fueron parte de su círculo íntimo en lo intelectual. Desde esa premisa se despliegan bastantes hechos que tienen consecuencias políticas. Sus lecturas permiten entender su forma de gobernar y de comportarse como un dictador. Es fundamental estudiar su formación intelectual para poder describir el personaje que intentó delirantemente construir su persona como si fuese un gran líder político, militar, intelectual y, además, dárselas de escritor.
La secreta vida literaria de Augusto Pinochet plantea interesantes datos biográficos desconocidos de quien alguna vez fue un estudiante mediocre en la Academia de Guerra con pretenciosas aspiraciones intelectuales, con ganas de grandes hazañas como las de Ramón Cañas y Gregorio “Goyito” Rodríguez Tascón en “ese mundo blanco, allá lejos, batido por lo vientos y la soledad”, como definía la Antártica el escritor Miguel Serrano, quien también tuvo su expedición en el continente blanco en busca del escondite de Hitler. Muy al contrario de aquellas expediciones que rayaban en lo heroico, a Pinochet lo mandaban de carcelero a Pisagua, aquel pueblo de oleaje verde donde alguna vez se extraviaron pálidos huesos.
Mientras los lápices sigan escribiendo, tendremos grandes investigaciones como las de Peña, que, sin duda, aportan a desenmascarar al tirano que se salió con la suya y logró estar casi dos décadas en el poder, a costa de lo aprendido (porque algo debió aprender con sus quince minutos de lectura diaria antes de dormir) en libros que leyó cuando era estudiante, como su libro de cabecera: El arte de la guerra, que le dejó de enseñanza el arte del engaño.