Mediums en el Teatro Nacional: “Paren la música”

Mediums en el Teatro Nacional: “Paren la música”

Por: Elisa Montesinos | 26.08.2021
En esta última pieza, ideada por Sieveking, pero escrita por Nona Fernández, la glamurosa actriz Gregoria en la cuarta edad, tiene la mente revuelta, y va al encuentro de su amigo Guillermo, en el mismo café donde se encontraban cuando él vivía. Todos los papeles que ha representado se le confunden y aparecen en el escenario. El mismo problema de memoria que aqueja a la protagonista de "Gatos viejos", representada por Bélgica Castro, quien escapa al cerro Santa Lucía a bañarse en una pileta exasperada por las presiones de su hija (hijo) para quedarse con su departamento y sus bienes. Puras ficciones y puras verdades.

Distancia, mascarilla y pase de movilidad. Volvemos al ritual de ingresar a una sala de teatro, en este caso una fundamental para la historia de la dramaturgia chilena, de esas con butacas añosas a las que da gusto ir y de las que van quedando pocas. Catalina Saavedra, de sombrero que le cubre el rostro y vaporoso traje rosa, está sentada sobre el escenario del Teatro Antonio Varas junto a un tipo que masca chicle. Apiladas atrás, unas estructuras metálicas arrumbadas. Catalina, la misma cuyo nombre apareció recientemente en un programa de TV que da vergüenza recordar, por el tratamiento amarillista de una historia extrateatral. Pero ahora estamos aquí, en el teatro, y se trata de Guillermo y Gregoria en la ficción, o de Bélgica Castro y Alejandro Sieveking en la vida real.

Vida y muerte 

Ya se conocían como maestra y estudiante, el vínculo amoroso se forjó en esta misma sala, varios lustros atrás, cuando ambos coincidieron en el elenco de Un sombrero de paja en Italia, donde también actuaba Víctor Jara. Los tres formaron una unión creativa y comenzaron a estrenar obras escritas por Sieveking, dirigidas por Jara y protagonizadas por Bélgica. Así vinieron Parecido a la felicidad, Ánimas de día claro, La remolienda.

Los caminos en que se cruzan vida y ficción no eran ajenos para la pareja formada por Bélgica y Sieveking. Desde el balcón del departamento que por años habitaron en la calle Santa Lucía grabaron escenas de Gatos viejos, película del 2010 que anticipaba varios de los temas los preocuparon en los últimos años: el deterioro físico, la pérdida de memoria y el deseo de la hija en el filme –hijo en la vida real– de quedarse con el patrimonio de ambos.

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Catalina Saavedra hizo amistad con Bélgica y Alejandro en el rodaje de esa película filmada en el departamento real y con los gatos reales de la pareja. Y justamente en este mismo escenario donde ahora se sienta, fueron velados juntos hace un año y medio. Ahora vida y muerte se confunden. Paren la música es la tercera obra de una trilogía que Sieveking, enfermo, estaba obsesionado por finalizar. Obras pensadas para él y Bélgica, cuya primera parte, Todo pasajero debe descender, protagonizaron los dos. A comienzos de los 80, recién llegados a Chile del exilio en Costa Rica los sorprendió en el metro la frase dicha por altavoz, y al dramaturgo le quedó grabada. Las tres piezas giran en torno al teatro y a los encuentros en un café entre Gregoria, actriz de larga trayectoria, y Guillermo, su biógrafo de pantalón café, chaqueta y bufanda celeste. El atuendo se exhibe en un maniquí a la entrada de la sala junto a un cartelito que explica que el original se fue con el dramaturgo.

En esta última pieza, ideada por Sieveking, pero escrita por Nona Fernández, la glamurosa actriz Gregoria en la cuarta edad, tiene la mente revuelta, y va al encuentro de su amigo Guillermo, en el mismo café donde se encontraban cuando él vivía. Todos los papeles que ha representado se le confunden y aparecen en el escenario. El mismo problema de memoria que aqueja a la protagonista de Gatos viejos, representada por Bélgica Castro, quien escapa al cerro Santa Lucía a bañarse en una pileta exasperada por las presiones de su hija (hijo) para quedarse con su departamento y sus bienes. Puras ficciones y puras verdades.

Show mediático

Es cosa de ver el reportaje (a fondo) de Chilevisión de fines de junio pasado donde se da a conocer una querella del hijo de Bélgica Castro, Leonardo Mihovilovic, contra las actrices Catalina Saavedra y la presidenta de Chileactores, Esperanza Silva, acusándolas de haber desvalijado el departamento de la pareja Castro-Sieveking y venderlo. El programa muestra a esta última haciendo la mudanza en una cámara oculta al estilo Carlos Pinto. Lógicamente da más dividendos en términos de rating espectacularizar un tema familiar en vez de mostrar las películas de ambos o hablar de su profunda huella en el teatro chileno. 

 La verdad siempre supera a la ficción: hay cuadros desaparecidos, chapas cambiadas, firmas, huellas digitales, dinero y otros asuntos que la prensa ha ventilado y que no merece la pena mencionar. Las actrices cuentan con el respaldo del gremio. Dicen que el hijo quiso hacer un ‘show mediático’. “Yo creo que esto se está haciendo simplemente porque él tenía una expectativa de herencia al fallecer Alejandro primero, porque él no tenía idea de qué es lo que dispuso él en vida, y no tenía porqué saber, porque no había relación”, explica Esperanza Silva en el programa Mentiras Verdaderas del 8 de julio pasado. Sieveking le dio un poder a Catalina Saavedra para que efectuara la venta mientras aún vivía y con esos dineros se pudiera crear una fundación que continuara el legado de la pareja teatral. “Estando Alejandro internado en la clínica Indisa, el señor Mihovilovic va la departamento con una asistente del INP a intentar sacarle la huella digital a la madre con Alzheimer para intentar cobrar su pensión, y posteriormente se cambia la chapa por orden de Alejandro”, señala en el mismo programa la presidenta de Chileactores.

Un foco ilumina a Catalina Saavedra en el teatro, se quita el sombrero de Gregoria y rejuvenece para hacer una escena de Ánimas de día claro, en la actuaban Sieveking y Bélgica, uno de los dos no era de este mundo. “Volver al teatro ha sido hermoso, es lo que estábamos esperando hace rato”, dice la actriz. Ella alcanzó a tener la experiencia de la presencialidad hacia fines del año pasado en el breve lapso que algunas salas abrieron, con Ivanov en el Teatro La Memoria, y en el Teatro Municipal de Las Condes con un remontaje de Gladys. Pero “esta obra tiene un triple, cuádruple, quíntuple significado para mí y para el equipo, quienes fuimos muy cercanos a la Bélgica y a Alejandro. Es una satisfacción muy grande cumplir el sueño de Alejandro de hacer su tercera obra. Sabemos que desde algún lado debe estar sumamente feliz”. 

Gatos viejos. Desde ese balcón donde fueron inmortalizados abrazados y riendo, Isidora (Bélgica Castro) observa asombrada a unos seres como abejas gigantes en una de las torres del Cerro Santa Lucía. Su mente, consciente del deterioro que comienza a experimentar, no logra distinguir si es real lo que ve. Posteriormente cuando cruza la calle, se encuentra a los hombres evidentemente disfrazados.

El mundo desde un café

Pocos saben que Tres tristes tigres, llevada al cine por Raúl Ruiz y con actuaciones de Shenda Román, Nelson Villagra y Luis Alarcón, está basada en una obra de Sieveking. El Premio Nacional de Artes de la Representación 2017 escribió más de cuarenta obras y quería seguir. “Escribir requiere de cierta energía –dice Nona Fernández–, él tenía algunas ideas, pero esto de sentarse a escribir se le estaba volviendo super, super difícil”. Estaba obsesionado con terminar la obra y cerrar la trilogía. Habían ideado que él le dictaría cuando volviera  a casa del hospital. “No tuvimos tiempo”, relata. Designó como director a Cristián Plana, “quería que el personaje de Guillermo fuera un fantasma, y que fuera una historia de amor. Esas son las claves que me dio a mí. Quería que fuera un musical,; ahí no llegamos, no supimos llegar (risas). Todos los que estábamos ahí teníamos bien poco de musical”. La productora Paulina Moyano, “su hija teatral”, fue delegada en otras ideas. Les contó que el café, que era el escenario de todas las obras, debería estar en ruinas y les dejó la obra que debía servirles de referencia, Ondina del francés Jean Giraudoux.

Con eso Nona se puso a escribir. “No había material escritural, ni escenas, ni nada”. Se imbuyeron de las obras anteriores de la trilogía, heredaron personajes. Gregoria y Guillermo siempre hablaban de las marchas, en su última etapa de la vida, “se dedicaban a ver el mundo y a reírse de él en un café”.

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Trabajaron en equipo en forma bastante intensa, a través de de conversaciones en las que la escritora “mediaba” para transformarlas en texto. “Mi intención siempre fue intentar desaparecer, sabía que era imposible. Intentar travestirme, tomar su voz todo lo que yo pudiera, sujetar ese tono tan ingenuo que tenía en las primeras obras, pero a la vez de una sabiduría muy ancestral. Él jugó mucho con el tema de las ánimas. Por algo quería que el personaje de Guillermo fuera un fantasma, un ánima, y así se fue tejiendo”. 

La invitación a terminar la trilogía en un principio le dio nervios. Poco tiempo después de la muerte de ambos, Paulina Moyano sugirió su nombre. No fue delegada por Alejandro, pero todos creyeron que era la más indicada para terminar esta trilogía. No hace obras por encargo y “Alejandro no es cualquier dramaturgo tampoco, es un tremendo dramaturgo”, dice. Pero sintió que por el cariño y la cercanía sí era la persona adecuada, le pidió perdón porque no haría la obra que él tenía en la cabeza, sino la que ella pudiera hacer. “Creo que uno contiene las enseñanzas de las maestras y los maestros, por tanto yo lo contengo a él, y lo que tenía que hacer era seguir la posta”. Medium, fue lo que intentó hacer. Sacar al Alejandro que ella contenía. “Medium: cuando uno convoca espíritus y fantasmas –explica–. La Cata lo que hace en el escenario es eso también. Yo le dije cuando la vi, weona, estai poseída (risas), con todo el tiempo que trabajó y convivió con ellos, lo que hace es sacar a la Bélgica que ella contiene”.

Las luz del teatro

Desde las piezas anteriores venía la idea de un Chile en transformación. “Él ya estaba catalizando el malestar. En las obras de repente los viejos ya no entendían quién estaba marchando, porque había tanto reclamo junto que ellos se perdían y se reían de eso también como parte de la obra. Y era lógico, había que asumir el tema de las marchas también”, dice Nona. 

Ensayaron por Zoom en una primera etapa, para analizar el texto y trabajar el ritmo acústico, y luego un mes en el teatro montando la obra. Así “se cierra un ciclo en relación a la vida teatral de Alejandro y Bélgica y comienza otra etapa, el compromiso de que la historia de ellos no muera nunca”, dice Catalina Saavedra. Quizás cuando Gregoria le habla a una luz y se siente en el escenario la presencia del más allá, es también una parte de Sieveking que vuelve. Como al final, que en medio de los aplausos la actriz le dedica –les dedica– la obra en un gesto de llevar las manos juntas al pecho y levantarlas al cielo. “Mantener el legado de estos tremendos personajes de la escena histórica nacional”, dice ella sobre la necesidad de sacar la obra de Santiago y llevarla a públicos que no pueden pagar su entrada, pese “a la ceguera de las autoridades regionales y del propio ministerio de las Culturas”. 

Ni la protagonista de la obra ni su dramaturga quieren ahondar en lo expuesto en TV y en otros medios. “Ellos eran tremendamente discretos con su vida privada, se hubieran muerto de nuevo si hubieran visto estos temas en la tele. El caballero no está bien, nunca ha estado bien”, asegura Nona Fernández respecto a Miholovich, el hijo de Bélgica. Prefiere quedarse con el lado luminoso de haber estrenado la obra, algo que nada podrá opacar. “La luz que ellos siguen entregándonos es como la luz del teatro, del escenario que no se apaga”, resume. 

Una figura de pantalón café, chaqueta y bufanda celeste despide a la salida del teatro. Es un maniquí vestido con la ropa de Guillermo, el atuendo que Alejandro Sieveking usó sobre el escenario y con el que luego se despidió de este mundo en su velorio. El mismo traje que ahora, que él no puede estar, viste un fantasma.

Esta crónica fue producida en el Diplomado de Periodismo Cultural, Crítica y Edición de Libros del Instituto de la Comunicación e Imagen, Universidad de Chile