El fantasma ya está aquí
Un fantasma recorre el mundo y es un ente que se hace visible hasta para el más escéptico: el desastre ecológico, la crisis ambiental, el cambio climático. Sequías nunca antes vistas asolan nuestro país, inundaciones catastróficas en Europa, olas de calor, incendios, derretimiento de glaciares milenarios, rápida degradación del medio ambiente que podría dar por resultado que las actividades agrícolas no sean viables en buena parte del mundo en apenas cinco años, es decir mañana.
Es hora que comencemos a plantear seriamente la desagradable e impopular idea de un futuro en el que la obsesión por el crecimiento económico sea cosa del pasado. Ya en 1848 el economista liberal inglés John Stuart Mill señalaba que el crecimiento continuo a toda costa en algún momento debía ser “estacionario”, de forma deliberada y pacífica, antes que la humanidad se vea forzada a adoptarla por medios mucho menos agradables. En marzo de 1968 Robert Kennedy denunciaba las limitaciones de una economía centrada en el crecimiento infinito del Producto Interno Bruto, que “mide todo menos aquello por lo que merece la pena vivir”.
La ecuación es difícil. Restringir el uso inmediato de combustibles fósiles, cerrar centrales de carbón o no aprobar proyectos degradantes, significan limitar un tipo de crecimiento que trae beneficios a corto plazo, pero que pone en riesgo no sólo empleos, sino la supervivencia misma del planeta. El modelo en que se ha basado el innegable desarrollo de la humanidad, desde la revolución industrial hasta nuestros días, está haciendo agua y no es sostenible tal y como lo conocemos, ya que ha sido eficiente para generar riquezas y crecimiento para algunos, pero altamente ineficiente para distribuir desarrollo sostenible y disminuir la pobreza.
No se trata de involucionar y añorar los oscuros días preindustriales, ni menos volver a experimentar con sistemas totalitarios que fracasaron en el siglo XX, sino de avanzar rescatando los avances científicos, sanitarios, sociales y de respeto al ser humano, pero limitando un “crecimiento” que trae aparejado el fin mismo de nuestros ecosistemas. Hay que resolver las gigantescas desigualdades que provoca este modelo, para de esta forma compensar las dificultades que traerá poner en “modo estacionario” ese tipo de crecimiento económico, que tan caro nos está costando.
Es hora de que nuestras mentes brillantes, nuestros líderes políticos, económicos, sociales y culturales de cualquier ralea, enciendan la luz para espantar los fantasmas. No es sostenible, no es ético, y será un fracaso de carácter bíblico, aferrarse a paradigmas economicistas que a todas luces fracasaron. Debemos invertir en energías limpias, en proyectos científicos saludables y, sobre todo, en cambiar mentalidades ahora. Mañana será tarde y las calamidades que estamos viviendo hoy nos parecerán los mejores tiempos de nuestras vidas.