El significante “amo”: de Pinochet a la Concertación
A lo que ustedes aspiran como revolucionarios es a un amo. Lo tendrán. Estas fueron las palabras con las que el genial y no menos arrogante –que dijo: “Yo soy el único que ha leído a Freud”– psicoanalista francés Jacques Lacan respondía, en diciembre de 1969, a una multitud de enfervorizados estudiantes del Centre Universitaire Expérimental de Vincennes (hoy Universidad de París VIII), que le reprochaban el tratamiento que le había dado a Mayo del 68. Le restaba con esta frase, sin duda, épica al movimiento, sustrayéndole la epopeya, y generando el imaginario de un intelectual, sino de derecha, al menos uno contra-revolucionario. Sin embargo, lejos de ser un intelectual de derecha, “contra-revolución”, reaccionario o como quiera que se le llame (recordemos que Lacan firma, sólo unos días antes de la revuelta, y junto a otros intelectuales como Jean-Paul Sartre, una carta aparecida en Le Monde en la que da su apoyo al gran momento que se venía gestando), lo que buscaba era proponer una lectura psicoanalítica de cómo funciona la cultura en contextos críticos, y en donde las relaciones sociales y los procesos políticos reproducen algunos aspectos de la operatividad del aparato psíquico. Todo esto lo hace, cómo no, muy provocativamente y fiel a su estilo, no obstante es muy difícil pensar que Lacan no entendió que aquel mayo francés no podía sino ser asumido como una irrupción brutal en la historia; como un acontecimiento que dislocaba en gran medida lo instituido; como una fractura y un punto de inflexión para lo que sería, posteriormente, la sociedad occidental.
Esta columna no persigue, por supuesto, defender a Lacan de nada –no me siento ni idóneo ni preparado para algo así–, sino leer a partir de un par de conceptos que le pertenecen, de manera sinóptica y sin ir muy lejos, ese impulso menos visible que le ha dado articulación a la política chilena en las últimas cinco décadas. Y, al mismo tiempo intentar, desde una o dos claves lacanianas, arriesgarnos con una interpretación del presente convulso y cartográficamente poblado de nuestra política contingente. Comencemos con un repaso (muy “de paso”) de la noción del “significante amo”.
En el Seminario 17 titulado El reverso del psicoanálisis (1969-1970), Lacan sostiene que el significante amo, contenido a su vez en el discurso del amo, es “la manera de entender cómo algo que se extiende en el lenguaje como un reguero de pólvora es legible, es decir, que prende, hace discurso”. En otras palabras, el significante amo, que pareciera abstracto y refugiado en un registro potencialmente simbólico, finalmente termina transformándose en historia, en ruedo político, en la dinamización de la cultura y con incidencia antropológica, dejando su reinado puramente discursivo y organizando la realidad. Cualquier significante puede llegar a ser un significante amo y proveer de significado a los diferentes signos que desde él se desprenden. En sus palabras: “cada uno de ellos –significantes– es capaz de adquirir la posición de significante amo”. Es desde aquí que Lacan increpa a los estudiantes de la revuelta de Mayo del 68. Al querer cambiar toda la estructura política, económica y social, lo que estaban haciendo, a juicio del psicoanalista, era cambiar un significante amo por otro significante amo. Se podría advertir en esta línea, y desde un cierto sentido común, que toda emancipación supone, al mismo tiempo, una nueva dominación. Lo anterior, llevado al plano histórico-político chileno, nos permitiría intuir que en los últimos 50 años han existido dos grandes significantes amos: Pinochet y la Concertación (con todos los nombres que adquiere posteriormente, pero que obedecen a la misma raíz transaccional y transicional).
Partamos con el primero. Todo lo que ocurre a partir de 1973 hasta la primera década del siglo XXI, tiene como punto gravitacional el significante amo Pinochet. Desde las luchas más sistémicas o institucionales a las más callejeras, poblacionales o revolucionarias de los 70 y 80 todas, insisto, todas, orbitaron dentro de la galaxia Pinochet. Fue el punto de partida y el punto de llegada, el alfa y el omega, el principio y el fin de todas las interpretaciones históricas y políticas o –como lo señala Jorge Alemán en Para una izquierda lacaniana… Intervenciones y textos– “un saber absoluto, un fin de la historia consumado” (2009). Es una suerte de maldición adherida que, no obstante, resultaba explicativa de todo cuanto se pudo hacer para enfrentar al dictador. Pinochet era el sentido, alimentaba la vocación anti-dictadura y nada podía ser imaginado, como idea o como acción, sin la figura autoritaria que se desprendía de su significancia predominante. Inicialmente nada tienen que ver, en esta dirección, el Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo (MCTSA), compuesto en su mayoría por jóvenes de clase alta (estudiantes de la Pontificia Universidad Católica), con el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), cuyos militantes eran, en gran parte, jóvenes de población de estratos medios y bajos. Pero algo los unía a pesar de la abisal diferencia: el significante Pinochet. Más de allá de ser pacifistas los unos y promotores de una –justa– lucha armada los otros, ambos no pueden sacudirse el significante amo y son instalados, con todas sus diferencias, en el ecosistema que el mismo Pinochet crea y construye con su ejército y su círculo civil proclive.
Pinochet, en este sentido, hace congeniar en un mismo espacio de significación, por ejemplo, y en un solo plano de distorsiones que son expresión y exigencia del significante primordial, a estereotipos políticos tan extremadamente disímiles como Claudio Orrego (MCTSA) y el comandante Ramiro (FPMR). Ambos son, durante los 80, anti-pinochetistas, y punto. Uno decé y el otro frentista, da igual; se explican así mismos a partir del mismo vector. En este sentido Pinochet nos hereda un cambio geológico, valga la metáfora, de enorme envergadura; produciendo un desplazamiento tectónico que no permite identificar quién es quién. El de izquierda siempre estará más a la izquierda y el de derecha siempre más a la derecha de lo que realmente están, o el de derecha puede parecer de izquierda y viceversa. Esto está a la base de nuestra comprensión de la política y explica la tendencia natural a la polarización en este país.
Sin embargo, y paulatinamente, el significante amo Pinochet, al menos para la izquierda y extrema izquierda (ensayando un esquema sólo útil para este análisis), comenzó un proceso de secularización respecto de Pinochet mismo, siendo ahora, el significante primero “la Concertación”. Las generaciones que no vivieron la dictadura vieron en la gran maquinaria transicional un espacio orgiástico (Tomás Moulian dixit) e incestuoso al interior del cual todo fue negociado, y en el que se sacrificó la dignidad en nombre de la estabilidad, favoreciendo la profundización del modelo neoliberal y la banalización de la cultura, y que tenía como único santo y seña el “no despertar al león que dormita pero no duerme” (Pinochet, 1998); un periodo histórico en el que con certeza la justicia a toda prueba fue desplazada, como activo determinante del periodo, en favor del mezquino imaginario de en “la medida de lo posible”.
En esta línea, el significante amo “Concertación” se instala en el orden de lo simbólico y genera no sólo su historia, sino la de dos generaciones, que ven en ella el rito danzante y triunfante de la política sin moral ni convicciones. Este es el discurso que vemos en el PC de Jadue (no el PC histórico, que apoyó y gobernó con gobiernos concertacionistas), en una parte gruesa del Frente Amplio, en la Lista del Pueblo y en todos los grupos a la izquierda de la izquierda. Sin Concertación no hay nicho discursivo ni performance política que permita el empoderamiento de estos sectores. Ellos tributan, sin quererlo, al significante amo.
Esto es lo que hace equivalentes, de una manera desconcertante, a un personaje como Cristián Cuevas con cualquier típico emblema concertacionista: Juan Pablo Letelier, por ejemplo, quien lleva más de 30 años en el Congreso como senador o diputado. Cuevas pasó por la Concertación, es cierto, pero su realidad e historia es fundamentalmente la de un activista sindical y por las minorías sexuales; es ahí donde es más reconocible. Por su lado, Letelier es la representación cristalizada de todos los vicios, malas prácticas, el caudillismo y la reproducción sistemática de la instrumentalización de redes y el juego de los operadores. No es un personaje que sirve a la política, sino que se sirve de ella. En fin, la confusión viene dada por el significante Concertación que, al igual que el de Pinochet y en tanto amos, homogeniza cualquier significado por más diferenciador que sea. Cristián Cuevas no es un Letelier, ni un Girardi ni un/a Aylwin, ni un/a Frei, ni un Zaldívar. Los significantes amos confunden, en tanto producen significados que, aunque radicalmente heterogéneos, responden a una misma matriz discursiva.
La pregunta es si seremos capaces de superar estos significantes y volcarnos a la construcción de uno nuevo. Uno en el que el velo de las caricaturas se corra y las sombras de los amos se disipen y miremos, de cara al torrente histórico, más allá de las atávicas indicaciones del pasado, pensando en un significante que nos devuelva una ideología que, a la vez que crítica, radicalice nuestra democracia y no nos perturbe el juicio cuando nos toque decidir qué país esperamos y quién será el/la más indicado/a para fundar y dar forma a estas esperanzas.