Matrimonio igualitario: más allá del matrimonio homosexual
Hace un par de semanas el presidente Sebastián Piñera declaró en la cuenta pública la urgencia de aprobar el proyecto de matrimonio igualitario. Sin restarle importancia al análisis obligado que merecen las cuestionables razones que subyacen las acciones del mandatario, me gustaría aprovechar el momentum que generaron las declaraciones del presidente para dar luz a algunas aristas del debate sobre el matrimonio igualitario que, desde mi punto de vista, tienden a quedar invisibilizadas en las discusiones de las/os activistas de las minorías y disidencias sexuales. En mi opinión, las discusiones de las/os activistas tienden a reducir el matrimonio igualitario a una toma de posición binaria y relativamente fija entre las personas a favor del héteropatriarcado capitalista (a favor del matrimonio) o en contra de él (en contra del matrimonio). A mí, ninguna de estas posiciones me convence. Mi reflexión va más en la línea de lo que la abogada y académica Miriam Henríquez planteó luego del anuncio de la cuenta pública de mayo o lo que el escritor y activista argentino Bruno Bimbi argumentó durante los años en los que se luchó para que el matrimonio igualitario fuera aprobado en el país trasandino.
Primero, me parece relevante comprender que en los debates actuales se está hablando de matrimonio igualitario y no de matrimonio homosexual. Esto no es un asunto de palabras neutras. Gracias a que el lenguaje no es sólo representativo, sino también performativo y posibilitador de cambios sociales y psicológicos, el usar el concepto de igualitario impulsa un movimiento de transformación ideológica, entendiendo ideología, en este caso, como un posicionamiento emocional específico ante los diferentes fenómenos de la realidad social. Desde esta perspectiva, una transformación ideológica es un asunto que no sólo ocurre en el “afuera” social ni que sólo les compete a las personas de izquierda. De hecho, desde esta mirada, todo posicionamiento ante la realidad social es ideológico en tanto es emocional, incluso aquellos posicionamientos de los autodenominados apolíticos. Además, desde esta perspectiva, el mundo social (y sus diferentes posicionamientos emocionales) es lo único que posibilita la existencia del pensamiento individual, es decir, del llamado “adentro”; un “adentro” inevitablemente constituido por posiciones emocionales diversas. Esto tiene como consecuencia que una transformación ideológica a nivel social implique la posibilidad de internalizar nuevas posiciones emocionales acerca de lo que es la realidad colectiva. Volviendo al tema que nos compete (y disculpándome por esa vuelta teórica a lo mejor aburrida para algunas/os lectores), quiero señalar lo siguiente: que el matrimonio se piense como igualitario no tiene que ver sólo con gays y lesbianas o asimilacionistas y críticos, sino más bien con la posibilidad de incluir tanto social como individualmente pensamientos nuevos que cuestionen y eventualmente reestructuren el abstracto e injusto concepto de lo humano que domina en nuestra sociedad.
Antes de seguir profundizando en esto último, me parece importante apoyar el argumento con algo de evidencia. Por ejemplo, en países como Holanda, donde se ha aprobado el matrimonio igualitario, el bienestar psicológico de las personas no-heterosexuales (tanto casadas como no casadas) mejoraron. Esto quiere decir que el matrimonio no es sólo un asunto de querer casarse o no, sino que es también un constructo social simbólico que influye en el funcionamiento emocional individual de las personas no-heterosexuales, incluso de aquellas que no están casadas. En Argentina y Estados Unidos, la evidencia muestra que un cambio social como la legalización del matrimonio igualitario modifica positivamente las creencias explícitas de personas heterosexuales acerca de las personas no-heterosexuales. Si bien se podría argumentar que de nada sirve la modificación de las creencias explícitas si es que a nivel implícito la homofobia persiste, hay evidencia que permite sostener que, con el paso del tiempo, las creencias explícitas pueden modificar creencias a niveles menos conscientes. El caso de la esclavitud es un buen ejemplo de una transformación de esta naturaleza. Ahora sí me paso profundizar en el argumento sobre cómo lo igualitario ligado al matrimonio nos propone una nueva comprensión del concepto de lo humano.
Desde algunas ramas del feminismo, se ha invitado a pensar el concepto de lo humano siempre ligado a la realidad material de las personas. La realidad material corresponde, por supuesto, a cosas tan esenciales como la comida y el agua, pero no se reduce sólo a eso. Para Judith Butler, por ejemplo, conceptos como los de lo humano y de derecho humano son campos de batalla ideologizados que se sostienen, también, en los marcos jurídicos de los estados. Esto es similar a lo que plantea la filósofa india Nikita Dhawan, para quien, simultánea y especialmente en territorios postcoloniales como el chileno, del Estado se duda y se le re-quiere cuando se trata de la protección de los derechos humanos. Dicho de otro modo, tanto lo humano como el derecho del humano no existen, sino que están existiendo en gerundio y con frágil estabilidad. Como tal, distintas modificaciones jurídicas que amplíen la idea de igualdad a poblaciones históricamente minorizadas pueden transformar positivamente el campo de batalla ideológico que sostienen conceptos tan abstractos como los de humano y sus derechos. Esta discusión me hace recordar aquel texto de Hanna Arendt sobre cómo en los Estados Unidos, hace menos de un siglo, eran ilegales los matrimonios entre personas blancas y negras. Hoy en día, esa es una realidad (relativamente) impensable. Digo impensable en el sentido literal de la palabra: ya no existen (tantos) recursos simbólicos culturales que nos permitan pensar en tamaña injustica o, si existen, se han creado bastantes recursos simbólicos de naturaleza ética que permiten, en general, mantener a raya posiciones emocionales en contra de matrimonios interraciales.
La invitación que hago, exponiendo algunos argumentos a favor del matrimonio igualitario, es a reconsiderar lo que está en juego en este debate. No sólo estamos hablando sobre si se quiere seguir las reglas del héteropatriarcado y casarse de blanco en una iglesia, sino que también se está pensando en qué marcos simbólicos materiales permitirán construir una sociedad en la que el concepto de lo humano sea distribuido de forma más igualitaria entre las distintas personas que habitan este territorio nacional.