Juan Luis Martínez, poeta apocalíptico: la poesía es la poesía
Mi primer contacto con la poesía de Enrique Lihn y Juan Luis Martínez se lo debo a Jorge Polanco, cuando tomé un curso de Escritura Filosófica en mi primer año de Pedagogía en Filosofía en la Universidad de Valparaíso en 2004. Siendo él doctor en Estética por la Universidad de Chile, y habiendo escrito un libro de referencia obligada sobre cada autor –además de varios ensayos sobre ellos–, Polanco es ante todo un poeta que medita la obra de otros poetas, diálogo del que se nutre su propia escritura y que ha quedado plasmado en sus tres libros de poemas publicados a la fecha. Antes de referirme a la polémica que lo involucra quisiera situar primero la obra de Juan Luis Martínez para comprender el contexto en que ella surge.
La apuesta experimental y rupturista de Juan Luis Martínez en la que convergen distintos lenguajes, técnicas y soportes, busca crear una obra que se resiste a todo intento de clasificación y que renueva –cuando no destruye– los conceptos clásicos de poesía, autoría y obra. Al estar ella compuesta principalmente por fragmentos de otras obras que al cambiar su contexto resignifican intertextualmente su sentido original, hace que el autor pierda su centralidad como unidad articuladora del discurso y ese lugar vacante lo ocupe un otro que es el lector, quien tiene la función de darle un sentido al libro, configurando esta experiencia una complicidad en el cuestionamiento de lo real y su estabilidad.
El rol que cumple la materialidad dentro de este operativo estético es crucial dado que Juan Luis Martínez cuidó hasta el más mínimo detalle de la edición de sus dos obras publicadas en vida, La nueva novela (1977) y La poesía chilena (1978), y dejó órdenes detalladas respecto a la publicación de sus obras póstumas, incluyendo la fecha a publicarse y que terminaron por ser materia de controversia reciente. Elementos asumidos como accidentales o externos a la clásica dualidad de contenido y forma con la que se ha pensado filosóficamente la poesía, como el tipo de papel, la tipografía y los márgenes del texto, la desarticulan al convertirse en elementos constitutivos del poema. El elevado coste de producción de este tipo de libros-objeto restringe su acceso al público masivo, convirtiéndolo en un producto cultural elitista cuya aura hace a su autor heredero del simbolismo hermético de Mallarmé.
Considerando que la familia del poeta y su Fundación entablaron una demanda civil contra la Editorial de la Universidad de Valparaíso y una querella en contra de las personas responsables de la edición del libro Juan Luis Martínez, poeta apocalíptico (2019), incluyendo a su autor, pidiendo las máximas penas estipuladas por la Ley de Propiedad Intelectual, tanto en sumas de UTM como en presidio efectivo, quisiera proponer una reflexión personal a partir de un argumento presentado por una de las demandantes, Alita Martínez, en un reportaje publicado en EL DESCONCIERTO el 3 de marzo. Según ella, la editorial violó los derechos de autor al no haber respetado las singularidades tipográficas de la obra de su padre. No creo que esta tesis sea incorrecta, pues se basa en la intención original del poeta de escribir una obra que atiende a las singularidades específicas de su escritura. El problema es que bajo este argumento toda cita de Juan Luis Martínez que no se atenga de manera estricta a cada una de las variables de reproducción de la obra original constituiría una falsificación. Dicho de otra forma, toda vez que se cite a La nueva novela sin respetar el papel couché de 170 gramos en el que fue impresa o la tipografía del texto original, se incurriría en un delito. Es el mismo argumento de Funes en el cuento de Borges, según el cual el perro de las tres y catorce visto de perfil es distinto del mismo perro visto de frente a las tres y quince.
Esta interpretación subjetivista de la obra del poeta, que la convierte en una mercancía fetichista, contradice por una parte su propia intención de trabajar en base a fragmentos apropiados de otros autores, haciendo de la profanación un principio ético, y por otra, reintegra una centralidad por medio de la ley vigente que el autor siempre quiso eludir bajo distintas formas, llegando incluso a evitar las fotografías de su persona. Además, saca a la luz el rostro más cuestionable de una obra que en plena dictadura se pensó y publicó para una élite cultural económicamente acomodada, haciendo de su escasa circulación un motivo de especulación económica. En este sentido, demandar una pena de cárcel para Polanco indica no haber acusado recibo del profundo cambio político y cultural que atraviesa nuestro país y hace de este tipo de lecturas inquisitoriales una rémora atávica arraigada en lo más profundo de la dictadura, cuando se quemaban libros y se encarcelaba a sus autores. Todo lo cual es una triste metáfora de que la familia, como dice Hidalgo, confundió las señales de ruta para conducir el legado del poeta.