Feminismos: el aire, la luz y el agua de la democracia
¿Era Chile una democracia antes de que más del 50 por ciento de la ciudadanía, las mujeres, no tenía derecho a sufragar? Esa seguiría siendo la seudo democracia de Chile y de todo el mundo si las propias mujeres organizadas no hubiesen exigido una equidad de género tan fundamental en un sistema democrático, como es el derecho a sufragar, otorgado en 1949. Sin esa lucha de las mujeres, estaríamos aún instalados en una suerte de prehistoria del sistema democrático, brutalmente androcéntrica.
Y esto es lo que nos proponen los feminismos: el desarrollo y consolidación de las inclusiones de las mayorías, que son las mujeres ―en todo el mundo representan más del 50 por ciento de la población―: sin su plena inclusión con derechos simétricos con los de los hombres en todas las áreas del poder, y en los estamentos de la toma de decisiones, no podremos hablar aún de un sistema auténticamente democrático. Menos, obviamente, de buena calidad democrática.
La revolución que han liderado los feminismos, la más importante del siglo XXI, aún en pleno desarrollo, es tan universal como con características únicas: por primera vez en la historia se propone la conciliación y no destrucción del “contrincante”; es pacifista, sin que hasta ahora se haya disparado contra nadie; su fuerza no son ejércitos contra otros, sino su “arma” es la palabra usada en el debate democrático; no propone vencer sino convencer que la equidad de género es beneficiosa para hombres y mujeres (según un estudio de la Unión Europea, la superación de la brecha laboral y salarial elevaría el Producto Interior Bruto entre 4-6 puntos porcentuales). Pero la propuesta de los feminismos no es sólo alcanzar la equidad de género, sino que exigen también el fin de las armas de destrucción masiva, promoviendo la paz y la cooperación y no la guerra; como, además, alientan una política económica al servicio de la humanidad y no viceversa, materializada en el respeto irrestricto del medioambiente.
Todo esto a un cerebro “normal” no puede más que parecerle atractivo. Lamentablemente, las fuerzas androcéntricas y machistas se oponen a compartir el poder y el prestigio social con la mayoría de la población. Y, últimamente, fuerzas ultraderechistas tienen a los feminismos como sus principales enemigos, acusándolos de “feminazis” y de querer imponer una “femidictadura”, además de achacarle una “ideología de género” que atenta contra las libertades y la familia. Estos argumentos en psicología se llaman “actos reflejos”; vale decir, se ataca al “enemigo” con lo que, en realidad, es uno mismo. Pero la verdad es que esta ofensiva ultraderechista busca erosionar la democracia: atacando a los feminismos, desgastan al sistema democrático, porque si se agrietan los feminismos destruyen la democracia. Sin democracia no hay reivindicaciones feministas y sin feminismo no hay posibilidad de una mejor calidad de la democracia. Feminismos y democracia se retroalimentan mutuamente y son interdependientes. Este es el motivo de la ofensiva ultraderechista y neomachista contra el feminismo.
La teoría del género –que no ideología– no es sino una formulación científica de la diferencia y dependencia entre sexo biológico e identidad de género, de la cual se ha construido como una herramienta de las ciencias sociales para medir en la sociedad la brecha de poder y prestigio social entre los sexos. Los feminismos tampoco han estado nunca contra la masculinidad ni menos contra el hombre; sí están contra la masculinidad machista y el patriarcado, intrínsecamente violentos y antidemocráticos.
Chile y el mundo este 8 de marzo de 2021 celebrarán el Día de la Mujer en medio de múltiples megacrisis globales: sanitaria, económica y, en Chile, político-institucional. Han estado en la primera línea en la crisis sanitaria; se han organizado para llenar las ollas comunes, y han estado a la vanguardia en las calles pidiendo democracia con justicia social, como lo hicieron contra la dictadura para reconquistar la democracia. Esta fortaleza, que resiste la violencia machista en la esfera privada y pública hace milenios, ha sido siempre cotidiana y está presente en las crisis históricas para solucionarlas. Algún día debe ser plenamente reconocida.