La ilusión de Ricardo Godefroy: La historia de un venezolano fallecido en Colchane y un reencuentro truncado en el desierto

La ilusión de Ricardo Godefroy: La historia de un venezolano fallecido en Colchane y un reencuentro truncado en el desierto

Por: Rubén Escobar Salinas | 13.02.2021
La mañana del miércoles 10 de febrero, Walter Godefroy vio por televisión cómo el ministro del Interior, Rodrigo Delgado, lideraba la expulsión de 138 migrantes irregulares en un avión de la FACH. En una fila, los deportados iban enfundados en overoles blancos y escoltados por la policía. Esa misma tarde llegó desde Iquique el cuerpo de su padre a Santiago, un venezolano de 69 años que vendió todas sus pertenencias y a fines de enero contrató a un grupo de personas para intentar llegar a nuestro país, donde volvería a ver sus hijos después de cuatro años. Sin embargo, en el último tramo del viaje, perdió la vida en medio del altiplano chileno. Su historia en este relato.

Hizo el contacto por Facebook. El plan era, en primera instancia, efectuar un viaje desde Maracaibo a Maicao, donde le presentaron al "organizador" de la travesía. Él se quedaba con un porcentaje de los cerca de $800 dólares que costaba el recorrido y , a cambio, hacía de enlace con las distintas bandas en cada país para su traslado. De Venezuela a Colombia, luego Ecuador, después Perú, Bolivia y finalmente Chile. Ese fue el trato. Todo por pasos no habilitados, todo al margen de la ley, todo por volver a ver a su familia.

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A fines de noviembre de 2020 la familia Godefroy tomó una decisión. Después de que hace algunos años dos de los hijos y los nietos se radicaron en Santiago de Chile, era hora de que el padre también se mudara desde Venezuela. La intención inicial fue que el viaje se realizara en diciembre, pero la situación era más compleja de lo que parecía. A la profunda crisis social y económica del país se le sumó la pandemia, lo que llevó a un cierre de fronteras y a una imposibilidad para trasladarse.

La opción que les quedó fue que el recorrido se hiciera por "trochas", o pasos fronterizos ilegales, para lo que había que juntar dinero y pagarles a grupos dedicados a trasladar a personas de esta manera. Así lo hicieron y todo parecía haber dado resultado, hasta el miércoles 3 de febrero, cuando una de las personas que viajaba en el grupo llamó por teléfono a los hijos de Godefroy para avisar que su padre había fallecido en el desierto de Colchane.

Ricardo Vladimir Godefroy Araujo (69), el patriarca familiar, vivía en Maracaibo, en el Estado de Zulia, y se encontraba jubilado después de pasar toda una vida como administrativo en el hospital psiquiátrico de la ciudad. Según relatan sus hijos, era el tipo de persona que siempre se hacía notar en el lugar donde fuera. “Era muy hablador, echaba muchos chistes, conocía a todo el mundo”, recuerda Wendy Godefroy, hija de 34 años radicada desde hace más de tres años en nuestro territorio.

Desde Chile, tanto Wendy como su hermano Walter (32), se comunicaban permanentemente con él. Si bien Ricardo siempre se mostraba alegre, su baja de peso era evidente en los últimos meses. La dificultad de conseguir víveres y el inexistente transporte público lo hacían caminar horas para juntarse con sus amigos a jugar al dominó, lo que no dejó de hacer a pesar de todo.

[caption id="attachment_642211" align="alignnone" width="424"] Foto: Ricardo saliendo de Maracaibo el pasado 26 de enero[/caption]

“Estaba agotado de la situación en Venezuela. Por más que enviáramos dinero nunca le alcanzaba la plata para comprar nada, todos los días subían lo precios”, relata Wendy. Fue esta desesperación la que les hizo tomar la decisión.

Para costear el viaje, ambos hijos reunieron dinero. Wendy trabajando en una panadería en Independencia y Walter como conserje en Santiago. Ricardo vendió el lugar donde vivía, una pieza anexa a una casa de 24 metros cuadrados. La venta incluyó su cama, televisor, refrigerador y todas sus pertenencias por la suma de $230 dólares, cerca de $170 mil pesos chilenos.

El martes 26 de enero salió de Maracaibo para iniciar la marcha. “Estaba demasiado contento por volver a vernos”, recuerda Wendy.

De Venezuela a Chile por US $800

Todo el viaje fue por tierra, en distintos buses y microbuses. Incómodo, con trayectos que se prolongaban por horas antes de poder bajar a estirar las piernas. Comenzó con un grupo de poco más de 20 personas desde Maicao, donde se generó el primer contacto con quien oficiaría de "organizador" de los "guías", como los llamaba el mismo Ricardo, en cada uno de los países.

Este "organizador" tomó un porcentaje de los $800 dólares y fue con quien Ricardo mantuvo contacto durante el viaje. Él le decía quién lo iba a recibir en cada salto de frontera. El precio incluía una comida por jornada, que podía ser cualquiera de las tres diarias, pero generalmente era el almuerzo. Lo demás debía costearlo como pudiera.

En cada uno de los lugares a los que llegaban, Ricardo esperaba el mensaje del "organizador", quien le enviaba el nombre del "guía" local. Este lo alojaba en su propia casa y después lo subía a uno de los buses, según los iban llenando. Distintos "guías" intentaban subir a sus grupos a los vehículos, como si se tratara de una empresa de turismo. Mientras, el "organizador" coordinaba todo desde Maicao.

[caption id="attachment_642210" align="alignnone" width="339"] Foto: Ricardo en la casa de su 'guía' en Perú.[/caption]

“Nos decía que estaba bien, venía hablando con todos sus amigos, con sus conocidos. Todos me dicen lo mismo”, relata Wendy sobre lo que su padre le fue contando en el camino. En cada país compraba chips de teléfono para mantener la comunicación con sus hijos.

La primera complicación llegó cuando se acercaron a una de las trochas que contacta a Ecuador con Perú. La policía peruana estaba vigilando la frontera y tuvieron que esperar agazapados en mitad de la noche a que la ruta se despejara.

Ya en las últimas jornadas, Ricardo no perdía la ilusión de llegar a Chile, pero comenzó a evidenciar el cansancio. “Ya por Perú, él venía con pinchazos en el cuerpo por estar tanto tiempo sentado. Pasaba más de 20 horas montado en un bus. Tantos días sentado, se sentía agotado”, relata Walter.

El paso del desierto

El día anterior a la tragedia, a Wendy la retaron en la panadería donde trabaja por estar pendiente del celular. “Yo dije que mi papá venía en camino, que no podía estar incomunicada con él porque uno nunca sabe qué problemas se pueden presentar”, recuerda.

Su última conversación fue la noche de ese martes, pudieron hablar vía telefónica porque Ricardo había podido conseguir un chip ya con un número chileno. Recién el domingo anterior le habían enviado el dinero para el último trayecto del viaje. “Cerca de las 8:00 horas (PM) perdí contacto con él. A las 8:36 tengo registrado el último intento”. A esa misma hora, su padre le envió un mensaje a Walter mientras salía del trabajo avisando que “ya iban a salir a lo que era el paso del desierto”.

[caption id="attachment_642212" align="alignnone" width="358"] Foto: Una de las paradas de descanso del grupo.[/caption]

El desierto es duro. La altitud en esa zona se acerca a los 3.700 metros sobre el nivel del mar, falta el oxígeno y en la noche se enfrentan temperaturas bajo cero.  “Esas personas que vienen pasando a la gente no les dicen todo el proceso que tiene que pasar (...) ellos están tapados todos completos, nada más se le ven los ojos, pero no le explican a la gente”, testimonia Wendy.

Esa noche, con solo la luz de la luna para mirar el camino, una de las personas que iba en el grupo lo llevaba tomado del brazo para guiarlo, ya que, cuenta Walter, “por la edad tampoco veía mucho”.

Ricardo soportó cerca de tres horas de viaje antes de desvanecerse. Según le relató a Walter una de las personas del grupo que viajaba con su padre, de inmediato le comenzaron a dar primeros auxilios. Por un momento parecía que podía recuperarse, “pero después se le fue el pulso y ahí quedó”. El acta de defunción indica que la causa de muerte fue un edema pulmonar.

Pasada la medianoche de ese miércoles, golpearon a la puerta de Wendy. Eran sus vecinos que le pasaron una llamada de Walter, a ella se le había quedado el celular en silencio. “Wendy, papá murió”, la notificó.

Un grupo de quienes lo acompañaban cargó el cuerpo de Ricardo para acercarlo a algún lugar donde pudieran encontrarlo. Faltaban cerca de 20 minutos de camino para llegar a Colchane.

“A ellos (los ‘guías’) lo único que les importa es pasar a esa gente. Si se muere, se murió y si lograron pasar, bien. Igual si no pasan y se les mueren en el camino van a cobrar la plata, porque esa ya la tienen asegurada”, denuncia.

“Le doy gracias a Dios por las personas que lo llevaron hasta allá hasta donde pudieron encontrar su cuerpo, porque de verdad si hubieron sido otros inconscientes lo dejan tirado en el desierto. Y aún estaríamos esperando, viendo dónde estaba, si salió o no salió”.

Hijo de madre chilena

El miércoles 10 de enero, exactamente una semana después de la muerte de su padre, Walter vio en las noticias la fila de 138 migrantes enfundados en overoles blancos y con el rostro completamente tapado. Cada uno iba escoltado por un funcionario de la Policía de Investigaciones hasta el avión de la FACH para ser deportados.

“Esto es una notificación para todos los que quieren ingresar a Chile por pasos clandestinos, que lo piensen porque el destino es la expulsión. El destino va a ser un avión como el que está a nuestras espaldas”, fue la advertencia que hizo Rodrigo Delgado, ministro del Interior.

Ese mismo día, durante la tarde llegó el cuerpo de Ricardo a Santiago. Lo trasladaron desde Iquique para poder velarlo y, tras el funeral, incinerarlo. Tuvieron que pedir colaboraciones y endeudarse para reunir los $2 millones que costó todo el trámite.

“De la morgue nos dijeron ‘gracias a Dios, ustedes van a poder retirar el cuerpo de su papá, aquí hay dos venezolanos que no sabemos quiénes son los dolientes’. Ahí una se pone más triste todavía”, relata Wendy.

“Chile no tiene la mejor economía, pero tenemos calidad de vida, tenemos lo que en Venezuela no tenemos, que es comida. No importa que el sueldo no nos alcance para lujos, pero nos alcanza para tener una vivienda y los tres platos de comida que uno necesita”, explica.

Así como su término, el inicio de la vida de Ricardo también estuvo marcado por la migración: “Mi abuela por parte de padre era chilena. Ella salió de aquí de Chile, me imagino que en los años 40”, revela.

[caption id="attachment_642215" align="alignnone" width="305"] Foto: Ricardo junto a dos amigas[/caption]

Raquel Araujo Pérez, madre de Ricardo, nació en Santiago en 1917. “Nosotros le íbamos a hacer su nacionalidad chilena. El venía contento, traía todos sus papeles, todos los de mi abuela. El pasaporte, el acta de defunción, todos los datos”, cuenta.

Walter también lo recuerda así: “Él estaba súper emocionado y nosotros también. Por fin, después de cuatro años y tanto íbamos a estar aquí, nos íbamos a reencontrar. Íbamos a ser la familia otra vez”.