El malestar docente y la pandemia
Cuando hablamos de malestar docente parece difícil enfocarnos sólo en una temática. Este año ha sido la prueba viviente de aquello; lo ha dicho la literatura y también el escaso, pero potente, encuentro con docentes desde distintos escenarios. Al mismo tiempo, nada me sorprende: no es un secreto que las condiciones laborales ante las que se ven expuestos son precarias. Lo he visto en mi mamá, sus colegas, mis profesores del colegio, amigas, y me topo nuevamente con aquello en el espacio de práctica. Al mismo tiempo, entre estos muchos factores, nada es un hecho aislado. La seguidilla de eventos desafortunados, desde los precarios inicios en la historia del profesorado hasta la poca valoración que existe hoy hacia su trabajo, tienen como resultado a un gremio actual que da cuenta de fatiga, ganas de abandonar o cambiarse de profesión y, sin duda, de la explotación laboral de la que son víctimas, y que se relaciona directamente con las exigencias de un sistema de rendición de cuentas que pone en tela de juicio el saber, la experiencia y vocación de quienes entregan cada día mucho más que contenidos académicos.
Me referiré a las condiciones laborales del profesorado que tienen como consecuencia otros grandes temas. Con esto, me parece importante alejar el bienestar (o malestar) como un problema individual, y en el que cae muchas veces la psicología y algunas de sus corrientes al despolitizar los escenarios en los que se encuentra inserto el profesorado, como si no hubiera factores psicosociales involucrados, o políticas de Estado que regulen sus prácticas y al mismo tiempo la vida de sus estudiantes y hasta de ellos mismos. Es necesario tener en cuenta aquello, puesto que las condiciones laborales son uno de esos muchos elementos involucrados en su experiencia psicosocial de la enseñanza.
Al mismo tiempo, es un hecho que no podemos hablar de las mismas condiciones laborales según la dependencia de los establecimientos; pero lo cierto es que la precariedad se mantiene, aunque cambie en algunos aspectos según aquello. Un elemento que no varía es pasar en aula un 10% más del tiempo estipulado por ley, lo que desencadena en un menor tiempo para desarrollar el trabajo administrativo, restando tiempo a los deberes no lectivos o, por consecuencia, destinar tiempo personal para ello, por lo que no es casualidad que el promedio de horas de trabajo no remunerado sea de 10. Por otro lado, el promedio es de 3 años de permanencia en un establecimiento, el sueldo es por debajo de lo esperado para la especialización del gremio, y los niveles de sindicalización también son muy bajos, principalmente en establecimientos no dependientes del municipio. En tanto, elementos relacionados a infraestructura o disponibilidad de materiales exponen a docentes a largas horas de pie, tener que forzar la voz, o no tener espacios para desarrollar sus trabajos o relacionarse con sus colegas (como una sala de profesores). Todo esto es parte de la realidad de escuelas municipales.
Lo anterior son situaciones que durante estos meses de pandemia han quedado en pausa, pues no han pisado los establecimientos, y si lo han hecho es por unas cuantas horas en las entregas de alimentos o documentos de trabajo. Sin embargo, hay nuevas exigencias que demanda la virtualidad y el teletrabajo que no han sido cubiertas por quienes están a cargo. En conversaciones que he podido entablar con miembros del magisterio, he podido conocer cómo cada profesora y profesor ha tenido que hacerse con los implementos para poder llevar a cabo sus tareas, a costa de su propio internet, sus propios computadores, aumentando las cuentas de luz en sus hogares producto de estas nuevas formas de trabajar, lo que genera un malestar y sentir de abandono en los profesionales. En términos psicosociales, la demanda laboral, caracterizada por excesiva presión de trabajo y poco tiempo para realizarlo, se presenta frecuentemente en contextos municipales, aunque no por eso alejada de otras dependencias. El apoyo recibido de parte del equipo directivo del establecimiento también es algo importante, más allá de la literatura, así como también la sensación de seguridad y protección en relación al entorno de trabajo, espacios para la reflexión y formación, cantidad de estudiantes por curso, cantidad de cursos a los que imparten clases, etc. Todo ello tiene un gran impacto en el bienestar de los docentes.
La demanda de trabajo aumenta, hay una sensación de incertidumbre en relación al aprendizaje de los estudiantes y, en palabras de profesores, con la posible promoción automática, hay una incertidumbre respecto de si todo el trabajo que han llevado a cabo durante el año vale realmente la pena: la corrección de guías (considerando un promedio de 8 cursos con 39 estudiantes, dando un total de 312, por lo tanto 312 guías por corregir), poner notas, etc., y todo esto más un deficiente apoyo institucional a nivel emocional y laboral, sin respeto por los límites horarios personales.
Por todo lo anterior, se vuelve inevitable preguntarnos qué tan alejados de la realidad están las personas que se dicen involucradas en política, o que piensan ocupar puestos de elección popular. Temas centrales como los señalados están estrechamente ligados con las políticas públicas de educación, por lo que es necesario entrar en una esfera reivindicativa de los derechos laborales de los docentes, permitiéndoles manifestar su propia voz para poder cambiar las situaciones de malestar presentes en el gremio y así, cambiando este sistema de rendición de cuentas, las presiones ejercidas en los distintos niveles jerárquicos dejarían de irrumpir como efecto dominó en las espaldas de los docentes. El momento es ahora. En mi experiencia de estudiante, estoy segura de que los docentes, por su rol en la formación y apoyo en los primeros años de las personas, son quienes pueden poner los recursos para generar cambios en Chile y el mundo.