Renta Básica Universal para el sector de la cultura
Las últimas semanas hemos visto distintas intervenciones desde el mundo de las artes, la cultura y el espectáculo. Dicho sector ha hecho repetidos llamados de atención a la opinión pública sobre el fuerte impacto de la pandemia de Covid-19, ya que las medidas de confinamiento han implicado un deterioro en varios aspectos de sus vidas.
Gracias al catastro realizado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, realizado en abril, es posible tener a la vista algunos datos útiles. Según las respuestas dadas en la encuesta, un 85,1% de los trabajadores eran independientes y cerca de un tercio declaró no estar afiliado a ningún sistema de seguridad social (31,6%). Entre los trabajadores independientes, también salta a la vista el hecho de que la gran mayoría no contaba con un ingreso estable (79,4%). Por lo mismo, no es de extrañar que en los últimos meses muchos artistas hayan tenido que tomar la difícil decisión de vender algunas de sus herramientas de trabajo o derechamente cambiar de empleo para sobrevivir. Las inseguridades en el cómo desarrollar procesos de formación de calidad (a veces obstruidos por las complicaciones típicas de las clases vía videoconferencia) han venido a sumarse a las inseguridades en el ingreso y en el trabajo (porque todavía nadie sabe cuándo podremos ir a ver un concierto o una obra de teatro con tranquilidad).
El transcurso de estos meses ha sido significativo para imaginar algunos de los efectos positivos de una Renta Básica Universal (RBU) para el sector de las artes y la cultura. En simple, una RBU es una suma de dinero entregada regularmente a todos sin mediar largos procedimientos burocráticos para la asignación de recursos. Idealmente, el único requisito que bastaría para recibirla es la residencia en el país. Un pago regular hecho por el Estado, por modesto que sea, podría ayudar a revitalizar el sector de las artes y la cultura, al garantizar la seguridad económica que no produjeron los beneficios y ayudas estatales diseñados antes y durante la pandemia. La implementación de una RBU también ofrece la base para el florecimiento de la libertad creativa, toda vez que podría independizar a muchos de formas perversas de financiamiento como los fondos concursables, que tienden a demandar cada vez más trabajo y que no ofrecen mucha seguridad en largo plazo.
Durante la mayor parte del tiempo, los gobiernos han tratado de subordinar al sector de la cultura a una lógica del “sálvese quien pueda”. Las artes son inmerecidamente relegadas cuando se necesita priorizar y “focalizar” gastos. Esto perjudica primero a las personas que se dedican a ellas, pero también a todos nosotros como sociedad, porque nos priva de experiencias invaluables. Son estas actividades las que más dan sentido y riqueza a nuestra existencia. Son expresiones de libertad humana cuyo valor intrínseco no debe ser puesto en duda. Una política que tienda a implementar una RBU puede abrir camino a una sociedad en la que dedicarse a las artes y la cultura no sea una actividad equivalente a un apostolado. Asimismo, puede ser parte de una estrategia destinada a que reconozcamos como sociedad el lugar que merecen las artes –cuyo aporte a veces es tan difícil de cuantificar en base a los indicadores tradicionales de prosperidad económica– para una vida plena y llena de disfrute y sentido.