18 de octubre: voces feministas y disidentes en la ocupación de la ciudad
El levantamiento social que comenzó en octubre de 2019 en Chile, y que se está conmemorando a través de diversas manifestaciones, puso en la palestra pública las diversas desigualdades, injusticias y violencias que se mantuvieron tras la dictadura, tanto sociales como económicas, pero particularmente también aquellas estructurales e históricas como las de género y sexualidad. El eslogan que unió a diferentes prácticas de resistencias el año pasado (No son 30 pesos, son 30 años) encarnó en pocas palabras la crítica a un modelo heredado de la dictadura que no fue tocado, e incluso fue intensificado, en democracia; modelo que incluye una visión tradicional de ciudadanía heteronormada y patriarcal. Una mirada que, hasta hace pocos días, sigue reificándose como vimos con el rechazo de la Educación Sexual Integral en el Congreso.
Algunas de las voces que adquirieron contundencia en este espacio reivindicativo del año pasado fueron diversos colectivos feministas y disidentes que ya desde mayo de 2018, con el llamado “Mayo feminista”, e incluso en las movilizaciones estudiantiles anteriores en 2006 y 2011, ocuparon un espacio público de reconocimiento progresivo haciendo ver las desigualdades de género tanto políticas, económicas y sociales. Por tanto, la lucha antineoliberal expresada en el llamado estallido social por múltiples colectivos en las calles hace un año también es una apuesta histórica reivindicada desde la lucha de feminismos críticos y situados. Precisamente, desde algunos feminismos se ha impulsado a resistir y desarticular los discursos y prácticas neoliberales que contribuyen a la precarización de la vida y, como señalan Sepúlveda y Vivaldi (2019), desde el “18 de octubre, el trabajo del feminismo mantiene una continuidad con los movimientos estudiantiles (…) y son parte de una larga lucha de los movimientos feministas que han alertado sobre las incumplidas promesas de la modernidad y de la democracia”.
De esta manera, en el levantamiento social pudimos encontrarnos con diversas expresiones de resistencias, en las que se condensan estas demandas de manera articulada, hilvanadas por hilos de memorias reivindicativas que se remontan a otras luchas históricas de las mujeres y disidencias sexuales en el país. Los imaginarios sociales sobre ciertos eventos del pasado y presente no son construcciones individuales, sino formas de comprensión complejas de cómo se elabora el pasado en relación directa con el presente. De ahí la importancia de la visibilidad de todas las expresiones de resistencias y luchas subalternas y diversas que se congregaron en torno a octubre de 2019.
En el corto periodo hasta antes de la pandemia, se multiplicó la visibilidad de varios colectivos de mujeres –de distintos territorios y en diferentes regiones, edades, sexualidades, capacidades y etnias– en múltiples marchas y concentraciones públicas; también mujeres y disidencias ocuparon espacios transversales en espacios que solían estar fuertemente masculinizados, como el hecho de ser parte de la resistencia a la violencia institucional de las fuerzas de seguridad en la llamada “Primera Línea”, y emergieron expresiones artísticas y culturales a través del desarrollo de performance corporales, como el ícono “Un violador en tu camino”, de LasTesis que logró resonancia internacional.
De esta manera, las demandas y denuncias de las desigualdades y violencias de género fueron abiertamente expuestas en marchas y asambleas territoriales en diferentes puntos del país, no por ello sin tensiones; como también formaron parte de esta revuelta los cuerpos disidentes a las normas heteronormadas y capacitistas.
Son expresiones de resistencias al sistema neoliberal que se mantuvieron a través del tiempo con mayor o menor intensidad en la postdictadura, pero muestran que las demandas expresadas desde octubre, y que vuelven a resituarse en estos días en las calles, no sólo se concentran en relación a la exacerbada desigualdad económica del país y los efectos a nivel individual y colectivo de estos desequilibrios, sino también a otras estructurales como aquellas desigualdades de género y sexualidad históricamente puestas en segundo plano, pero que ahora están inevitablemente llamadas a establecer luchas articuladas. Como señala Judith Butler: “cuando los cuerpos se reúnen en la calle, o en otra forma de espacio público [...] están ejerciendo un derecho a aparecer plural y performativo, uno que reivindica y coloca el cuerpo en medio del campo político, y el que, en su función expresiva y significante, da lugar a una exigencia corporal de un conjunto de condiciones económicas, sociales y políticas más vivibles que no estén ya aquejadas por formas inducidas de precariedad”.